16. Nuevos Latinos

Huelguistas anti-castristas, Nueva Yori, NY, 1959, foto de A. Saavedra
Huelguistas anti-castristas, Nueva Yori, NY, 1959

Foto de A. Saavedra

Inmigración y política exterior de los Estados Unidos a finales del siglo XX: surgimiento de la identidad latina en medio de la problemática de la memoria política

Lillian Guerra

 

Este ensayo explora las frecuentes y radicales diferencias en la política y la “visibilidad” general en la cultura de los Estados Unidos que caracterizó la representación de los grupos latinos durante la Guerra Fría al analizar las diversas políticas del gobierno de este país hacia los regímenes de Centroamérica y el Caribe, para luego entrever la manera en que dicho fenómeno contribuyó a moldear las posibilidades económicas y políticas de estas regiones antes y después de la Guerra Fría. De igual manera este trabajo también muestra los desafíos ocultos que enfrentaron muchos sobrevivientes de la violencia de este período tras su llegada a los Estados Unidos en tanto ellos y sus hijos lucharon por encontrar un sentido a su experiencia y por encontrar su lugar en  una sociedad que frecuentemente negaba, confundía e incluso ignoraba sus razones por estar allí. Aunque la mayoría de los refugiados centroamericanos llegaron a los Estados Unidos como indocumentados en los años ochenta y posteriormente tardaron varios años en formalizar su situación migratoria con el objetivo de mejorar sus posibilidades económicas y obtener mayor representación política, los cubanos que entraron a los EE.UU. en los años sesenta e inicios de los setenta, llegaron a ser conocidos por su gran éxito económico en comparación con otros latinos y presumieron de la unidad que les proveyó la política invariable de los Estados Unidos hacia el régimen de Castro en Cuba. No obstante, a pesar de que los cubanos se han beneficiado constantemente del apoyo de los Estados Unidos a su migración como una estrategia duradera para debilitar el gobierno comunista en Cuba, la comunidad cubana es mucho más diversa de lo que a simple vista pudiera parecer, especialmente desde los años ochenta y noventa cuando decenas de miles de cubanos que vivieron bajo el régimen de Castro trajeron un entendimiento más matizado de éste y de la Guerra Fría a los primeros enclaves fundados por los “exilios” de la primera ola como en Miami.1 De hecho, el éxito de estos exilios en el sur de la Florida se ha convertido en un refugio para los cubanos de todas las generaciones, transformando Miami de una ciudad dominada por los blancos del suroeste (quienes constituían el 79% de la población en 1970) a una meca cultural para todos los latinos a la vez que la ciudad con la mayor proporción de residentes nacidos en el extranjero de todo el país, incluyendo a miles de centroamericanos y haitianos.2

 

El trato diferenciado que ha sostenido el gobierno de los Estados Unidos hacia refugiados provenientes del Caribe y de Centroamérica sin duda ha influenciado sus respectivas habilidades para consolidar una presencia cultural y política en el ambiente público de este país. Sin embargo, con o sin este apoyo, es evidente que los refugiados del periodo de la Guerra Fría han forjado exitosamente identidades distintivas de los latinos basadas en significativas memorias del trauma, sobrevivencia y resistencia que hasta el día de hoy continúan transformando instituciones políticas, políticas federales dirigidas hacia los grupos menos favorecidos, paisajes urbanos y entendimientos culturales de lo que significa ser “estadounidense”.

 

Irónicamente, muchas políticas extranjeras responsables de la creación de nuevas comunidades latinas procedentes de Centroamérica y el Caribe en los Estados Unidos, originalmente fueron pensadas para tener el efecto opuesto. Uno de los mejores ejemplos se puede encontrar en el famoso discurso del presidente Ronald Reagan, emitido el 9 de mayo de 1984 y televisado a nivel nacional sobre la política exterior de su gobierno hacia la región. Al mostrar el surgimiento de movimientos revolucionarios por toda Centroamérica como resultado de las maquinaciones cubano-soviéticas en lugar de referirse a cualquier factor político o económico de carácter local, Reagan advirtió que “la agresión apoyada por Cuba” ya había “obligado a más de 400.000 hombres, mujeres y niños a huir de sus casas. Y en toda América Central más de 800.000 han huido….”. Culpando de la reciente revolución en Nicaragua en contra del dictador Somoza, que era apoyada por los Estados Unidos, a manos de la Cuba de Fidel Castro, Reagan predijo que la crisis de refugiados sólo empeoraría si los Estados Unidos permitían que Castro “engañara una vez más a la opinión pública de occidente”, al hacer creer a los ciudadanos que cualquier revolución en contra de los regímenes autoritarios de Centroamérica automáticamente no les llevaría al comunismo. “La subversión comunista”, dijo Reagan, “plantea la amenaza de que cientos de millones de personas desde Panamá hasta nuestra frontera sur caigan bajo el control de regímenes pro-soviéticos”, amenazando el estilo de vida estadounidense y del continente entero. En resumen, Reagan afirmó, que “los Estados Unidos son Centroamérica.” 3 Este discurso no dejó lugar para dudar de la lógica o de los principales objetivos de Reagan: la renovación del financiamiento estadounidense para los ejércitos de las dictaduras militares en Centroamérica con pocas, en caso de haberlas, condiciones impuestas.

 

En ese preciso momento el Congreso de los Estados Unidos estaba discutiendo las exigencias de Reagan en relación con el gobierno dominado por el ejército del presidente salvadoreño José Napoleón Duarte.4 A raíz del discurso de Reagan y la oportuna petición de visita de Duarte, el Congreso aprobó 196 millones de dólares para ayudar a El Salvador en el año de 1984, una suma dos veces y medio mayor que el año anterior; por lo tanto, la ayuda de los Estados Unidos dejó de depender de las reformas democráticas.5 No obstante, a pesar de las promesas de Reagan que el flujo de refugiados cedería en la medida en que la ayuda del gobierno estadounidense incrementara, su política de apoyo incondicional a regímenes militares conocidos por ordenar masacres de civiles desarmados a gran escala al igual que asesinatos selectivos de miembros de la iglesia católica, tuvo el efecto contrario: no sólo los Estados Unidos terminaron promoviendo en El Salvador un Estado de terror que llevó a cientos de miles de civiles a huir a través de la frontera entre México y Estados Unidos, sino que además el gobierno norteamericano aseguró que la rampante corrupción de oficiales salvadoreños continuara sin ninguna discriminación ni freno.6 A finales de los años ochenta la combinación entre guerra y corrupción había deteriorado a tal nivel la economía salvadoreña que el presidente Duarte envió una misiva personal al presidente Reagan para que parara la deportación de cientos de salvadoreños indocumentados que habían encontrado refugio en los Estados Unidos, dado que sin las remesas que estas personas enviaban desde el norte a sus familias, la sociedad salvadoreña sencillamente se paralizaría.7

 

Hoy en día es evidente que la consistencia en el apoyo que el gobierno de los Estados Unidos tuvo hacia los regímenes militares en Centroamérica y el Caribe jugó un papel determinante en la creación de las comunidades de la diáspora a lo largo de este país, siendo posible rastrear el origen de tal situación en las lógicas de la Guerra Fría, un periodo que se extendió desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el colapso de la Unión Soviética a comienzos de los noventa. De acuerdo con censo estadounidense del año 2010, tanto cubanos como salvadoreños luchaban por el primer lugar en términos de magnitud y tamaño de sus comunidades en el país, alcanzando más o menos los 1,7 millones de personas cada una de ellas. Con poco más de 1,4 millones, los dominicanos se encuentran en tercer lugar, seguidos por muy poca distancia de los guatemaltecos y los haitianos. Los nicaragüenses y hondureños constituyen las comunidades latinas más pequeñas de esta generación hija de la Guerra Fría contando con 350.000 y 630.000 habitantes respectivamente. Aunque la gran mayoría de los cubanos, dominicanos y haitianos se han asentado en una sola ciudad, (los cubanos y haitianos en Miami y los dominicanos en Nueva York), los salvadoreños, el segundo grupo más grande de esta ola migratoria, se pueden encontrar en un número relativamente similar en Los Ángeles, Nueva York y Washington D.C. [Véase la tabla más abajo]

 

Los salvadoreños, cubanos, dominicanos, guatemaltecos, haitianos, nicaragüenses y hondureños envían miles de millones de dólares anualmente a familiares y amigos en sus países de origen. Contrario a lo esperado, la cantidad que cada grupo envía no corresponde necesariamente con el tamaño de su población en el país o si quiera con su poder adquisitivo. De hecho, los cubanos, cuya población y riqueza excede con creces a los dominicanos, guatemaltecos y haitianos, envían casi la misma cantidad que las otras poblaciones mencionadas a la isla: más o menos mil millones de dólares desde mediados de los noventa. En todos los casos los gobiernos nacionales de estos países ahora cuentan con las remesas o envíos de dinero como una parte importante de su PIB (Producto Interior Bruto), sin el cual, inevitablemente sufriría su estabilidad económica y política.

 

No obstante, la mayoría de los estadounidenses, independientemente de su generación, siguen siendo inconscientes de la manera en que la política de su gobierno durante la Guerra Fría afectó la vida e incluso la subsistencia de millones de latinos tanto de Centroamérica como del Caribe. Como bien afirma Romagoza Arce, antiguo médico que fue torturado y detenido irregularmente por parte del ejército salvadoreño, a su llegada a los Estados Unidos recuerda que, “me sorprendió lo poco que la gente sabía de lo que estaba ocurriendo más allá de sus fronteras. La gente sabía muy poco de las guerras en Centroamérica – todos asumían que “éramos todos comunistas”... Eso fue chocante, porque yo sufrí las consecuencias de la política estadounidense.”8

 

De hecho, la retórica y la lógica de la política estadounidense, como bien lo ejemplifica el discurso de Reagan de 1984, aún representa la manera en la que la mauyoría de la población entiende la violencia que consumió países como Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Haití y República Dominicana desde los años cincuenta hasta mediados de los noventa. La opinión general de que estas personas huyeron del “comunismo” y no del Estado de terror o del clima de represión generalizado, creado en parte, por las políticas de los Estados Unidos en la región, sigue siendo la forma en que son percibidas las comunidades de centroamericanos y caribeños en Estados Unidos por la mayoría de sus ciudadanos. Vistos como víctimas indirectas de la agresión soviética en lugar de ser refugiados de la alianza que se pactó entre los Estados Unidos y los agresores nacionales, las complejas y en ocasiones conflictivas perspectivas de las comunidades centroamericanas y caribeñas sobre su nuevo hogar adoptivo en los Estados Unidos muchas veces no eran conocidas e incluso fueron desestimadas y descartadas por periodistas, políticos, maestros y vecinos, llegando a tacharles de confusos, equivocados, o aún peor, “anti-estadounidenses”. 

 

Grupo (clasificado según su tamaño)

Total de la población de EE.UU. en 2010

Concentraciones más importantes

1. Cubanos

1. 785. 547

1. Miami / Fort-Lauderdale / Pompano Beach, FL (919. 486)

2. Nueva York / Norte de Nueva Jersey / Long Island NY – NJ – PA (134. 519)

3. Tampa / San Petersburgo/

Clearwater, FL (77. 366)

 

2. Salvadoreños

1.648. 968

1. Los Ángeles / Long Beach/ Santa Ana, CA (387. 401)

2. Washington/ Arlington/ Alexandria, DC – VA – MD WV (211. 844)

3. Nueva York/ Norte de Nueva Jersey / Long Island NY – NJ – PA (180. 810)

 

3. Dominicanos

1. 414. 703

1. Nueva York / Norte de Nueva Jersey /Long Island NY – NJ- PA (796. 166)

2. Miami / Fort-Lauderdale / Pompano Beach, FL. (888.43)

3. Boston/ Cambridge/ Quincy, MA – NH (87.167)

 

4. Guatemaltecos

1.044. 209

1. Los Ángeles / Long Beach/ Santa Ana, CA (235.555)

 

2. Nueva York / Norte de Nueva Jersey /Long Island NY – NJ- PA (90.818)

3. Miami / Fort-Lauderdale / Pompano Beach, FL (50.351)

 

5. Haitianos

881. 488

1. Miami / Fort-Lauderdale / Pompano Beach, FL (267.958)

2. Nueva York / Norte de Nueva Jersey /Long Island NY – NJ- PA (214.387)

3. Boston/ Cambridge/ Quincy, MA – NH (56.709)

6. Hondureños

633. 401

1. Nueva York / Norte de Nueva Jersey /Long Island NY – NJ- PA (89.326)

2. Miami / Fort-Lauderdale / Pompano Beach, FL (77.503)

3. Houston / Sugar Land-Baytown, TX (50. 642)

 

7. Nicaragüenses

348. 202

1. Miami / Fort-Lauderdale / Pompano Beach, FL (122.459)

2. Los Ángeles / Long Beach/ Santa Ana, CA (40. 741)

3. San Franciso / Oakland-Fremont, CA (28.243)

 

 

*Todos los datos corresponden al censo de los Estados Unidos de 2010.  La autora agradece a Christopher Woolley por la ayuda en la creación de esta tabla.9

 

 

Historia viva: la larga Guerra Fría de los Estados Unidos en Centroamérica y el Caribe

 

Para la diáspora contemporánea de Centroamérica y el Caribe, la herencia más difícil de sobrellevar de la Guerra Fría quizá puede ser “vivir conociendo esa historia y no saber qué hacer con ella” – es decir, cómo vincular la experiencia personal y la experiencia de todo un país dentro de todas las narrativas de la democracia en Estados Unidos, y su compromiso con los derechos humanos, el “sueño americano” y el resultado victorioso sobre la Unión Soviética en la Guerra Fría que hasta el día de hoy supera la cultura popular y el discurso de los medios de comunicación del país. Hay diferentes razones para tal disparidad. La más sencilla es el hecho de que los historiadores y profesores  estadounidenses se basan en libros de historia que representan la Guerra Fría como un proceso triunfalista que explica el objetivo de la política exterior estadounidense como una estrategia para contener el avance soviético.10 La falta de archivo y documentación de los Estados Unidos sobre Latinoamérica es particularmente evidente para los hijos de los latinos de América Central y el Caribe, quienes con frecuencia, se encuentran con un vacío de información en las escuelas, museos y medios de comunicación sobre el papel de los EE.UU. en avivar la violencia que se apoderó de sus países de origen y que provocó sus familias se relocalizaran  a los EE.UU.

 

Ansiosos de conocimiento sobre el pasado de sus países y en busca de una forma de relacionarlo con los valores democráticos y la lucha por la dignidad cultural que los define como latinos de los Estados Unidos, diversos estudiantes de Los Ángeles Belmont High School han creado recientemente un popular (y gratuito) videojuego digital llamado Tropical America.  El objetivo de los estudiantes era aprender y enseñarles a otros las lecciones y los legados de haber sobrevivido cientos de años al colonialismo español y docenas de gobiernos republicanos no-representativos- muchos de los cuales cooperaron con inversores extranjeros y empresas estadounidenses, antes y después de la Guerra fría, para prevenir una democratización real.11 Si bien esta primera generación de latinos diseñó un videojuego para explicar las complejidades de la Guerra Fría, en cuanto a la relación de los EE.UU. con América Latina, la mayoría de los adolescentes y jóvenes adultos prefieren la historia simplificada, según la cuenta “Call of Duty: Black Ops”. Éste es un videojuego ampliamente comercializado en el que los jugadores compiten para revertir las “pérdidas” de los EE.UU. durante la Guerra Fría, en Cuba y en otros lugares, mediante misiones tales como asesinar al líder cubano, Fidel Castro. La popularidad del juego se disparó en el año 2011, ofendiendo a muchos padres cubano-americanos, que señalaban que el juego no enseñaba la historia sino el olvido. Irónicamente, “Call of Duty” supuso un acontecimiento raro ya que por primera vez los cubanos en los EE.UU. y los funcionarios del gobierno cubano se encontraron de acuerdo sobre un tema.12

 

La situación de “Matar a Castro” de “Call of Duty: Black Ops” así como la superproducción del juego, dice mucho de los muchos factores  que distorsionan la visión convencional de la historia de América Central y el Caribe, así como de las políticas de la Guerra Fría que produjeron una inmigración legal e ilegal sin precedente en esta región.    Estos factores incluyen la naturaleza “Castro-céntrica” del discurso público con respecto a diferentes eventos en América Latina y la manera en que  las primeras comunidades de exiliados cubanos hicieron coincidir sus historias de la huida del comunismo con las interpretaciones monolíticas que los funcionarios estadounidenses derivaron de enfrentamientos con la Cuba revolucionaria.

 

En parte, la asombrosa capacidad de lo que se conoce como el “lobby del exilio cubano” para frenar cambios en la política pública de los EE.UU hacia Cuba y que se remonta a la era de Reagan, es impresionante; -aún cuando otras barreras contra la normalización de las relaciones con enemigos formales de la Guerra Fría, como Vietnam, ya han colapsado. Al año de su organización, la Fundación Nacional Cubano-Americana, dirigida por el exilio cubano-estadounidense se convirtió en asesor principal del equipo de Reagan en política exterior hacia América Latina, no sólo Cuba. Por lo tanto, el acercamiento de Reagan a El Salvador, en el discurso de mayo del 1984 citado anteriormente, ya hacía eco de la tendencia a reducir los movimientos revolucionarios de América Central y el Caribe a la influencia de un solo hombre, Fidel Castro. Sin embargo, todos los presidentes de los EE.UU. después de la Segunda Guerra Mundial, con excepción de Jimmy Carter, compartieron esa visión: es decir, interpretaban las metas nacionalistas de los movimientos que desafiaban el poder de las oligarquías locales y pedían la reforma del modelo de desarrollo económico que beneficiaba a la elite y los inversores extranjeros, como el primer paso hacia el comunismo y el control soviético.13 Esto fue especialmente cierto después del 1959, cuando el estado revolucionario cubano puso en marcha un ataque sin precedente a las inversiones estadounidenses y a la legitimidad del rol de los Estados Unidos en los asuntos políticos de Cuba.14

 

Un movimiento popular no sólo obligó a Fulgencio Batista, un dictador con apoyo de los Estados Unidos, a abdicar en 1959, sino que en tres años el nuevo gobierno derrocó casi seis décadas de ocupación, intervención y posesión militar de los estadounidenses de las partes más lucrativas de la economía nacional cubana.15 Las confrontaciones entre los EE.UU y Cuba surgieron casi inmediatamente en enero del 1959, en cuanto el gobierno revolucionario empezó a probar, condenar y ejecutar a cientos de oficiales y partidarios de Batista por “crímenes de guerra” asociados con la desaparición y el asesinato de cientos de opositores de Batista en el transcurso de su dictadura (1952-1959).

 

Cuando los funcionarios estadounidenses protestaron por la evidente parcialidad en los juicios y las ejecuciones sumarias, sus protestas sólo le garantizaron mayor validez al proceso ya que millones de cubanos se unieron en masa para defender la “justicia revolucionaria”. Fidel Castro se preguntaba frecuentemente por qué los mismos funcionarios estadounidenses no dijeron nada cuando se encontraron unos meses antes con cuerpos torturados por las calles de Cuba y las fuerzas áreas del ejercito de Batista bombardearon las casas de los campesinos. De hecho, el temprano apoyo de las masas en la represión de los oponentes del nuevo gobierno facilitó la expansión de tales métodos  y su reproducción a lo largo de la primera década de la Revolución. Similares discrepancias con los Estados Unidos, la ruptura de las relaciones diplomáticas y la dirección de los Estados Unidos en la invasión de Playa Girón (Bahía Cochinos) crearon el pretexto para la posterior ejecución de cientos de contrarrevolucionarios y el encarcelamiento de decenas de miles de oponentes y críticos abiertos con el régimen, muchos de ellos antiguos simpatizantes y colaboradores de Castro.16

 

En 1961, Cuba se convirtió en la única sociedad en América Latina en la que Estados Unidos no tenía presencia ni era bienvenida. Excepto algunos simpatizantes de Batista que se fueron a Miami en 1959 y la clase media alguna vez defensora de su régimen cuyo éxodo a los Estados Unidos alcanzó su pico entre 1965 y 1972, la consolidación de la soberanía nacional cubana parecía generar un incalculable empoderamiento y orgullo nacional entre la mayoría de los isleños. 17 Incluso el eventual cambio de política hacia el socialismo y la Unión Soviética solo horas antes de la desastrosa invasión a Bahía Cochinos dirigida por la CIA fortaleció la fe de la mayoría de los cubanos en la virtud moral de la Revolución en contraposición a los esfuerzos de los Estados Unidos para derrocarlo.18

 

Tal y como ha sostenido el historiador Thomas Paterson, la resuelta preocupación de los oficiales estadounidenses por determinar si Fidel era comunista o no, los hizo incapaces de reconocer el crítico papel del nacionalismo antiimperialista que Fidel mismo vino a encarnar entre los cubanos.19 Posteriormente, la primer lección que los oficiales estadounidenses aprendieron de Cuba, no fue que los dictadores como Batista y las repetidas violaciones de la soberanía nacional por parte de los Estados Unidos promovieron políticas radicales y sentimientos antiimperialistas al reprimir a los moderados y desacreditar compromisos; sino que, en su lugar, fue que los políticos radicales y sentimientos “anti-americanos” provocaron y justificaron la represión de los más moderados y el descrédito de los compromisos.

 

Por lo tanto, en las próximas tres décadas, las ineficientes y anquilosadas políticas de aislar a Cuba e intentar asesinar a Fidel Castro fueron mano a mano con el apoyo incondicional a las dictaduras  “cleptócratas”, como la de los Duvalier en Haití, la familia Somoza en Nicaragua y el régimen de Balaguer en la República Dominicana.20 Periódicamente, el talento de estos dictadores por malversar ayuda extranjera frecuentemente excedía su propensión a matar o intimidar a sus oponentes.21 Sin embargo, estas dictaduras produjeron tantos inmigrantes buscando asilo político como aquellos que huían de la Cuba de Castro: de hecho, dado que muchos activistas opositores de países como Haití y República Dominicana provenían de las clases medias y educadas, las primeras oleadas de inmigrantes que llegaron en la década de 1960 coincidió con los exiliados cubanos en cuanto al tiempo y el origen social. Donde diferían era en su actitud frente a los Estados Unidos y la ayuda que recibieron por parte de las agencias federales en este país: después de todo, los dominicanos y haitianos estaban huyendo de la violencia de los regímenes que los Estados Unidos estaban apoyando, mientras que los cubanos estaban huyendo del enemigo número uno de este país, la Cuba revolucionaria. No es sorprendente que la mayoría de los estadounidenses hayan percibido erróneamente a los dominicanos, haitianos y otros grupos inmigrantes de la Guerra Fría  como “refugiados económicos” en lugar de refugiados políticos al mismo nivel que los exiliados cubanos. En muchos sentidos, este punto de vista deriva fácilmente de las declaraciones públicas de funcionarios estadounidenses y de la creencia de que si los EE.UU. los apoyó, los regímenes militares de derecha que se oponen al comunismo simplemente no podían producir refugiados políticos.

 

Al mismo tiempo, las políticas estadounidenses propias de la Guerra Fría de prevenir “otras Cubas” al apoyar a los estados autoritarios, independiente de los medios que éstos emplearan, sencillamente reforzó un patrón profundamente arraigado en la región, anterior a la Guerra Fría. Hasta la Segunda Guerra Mundial, las empresas estadounidenses operaban mano a mano con su gobierno para  frustrar cualquier posibilidad de que los estados nacionales pudieran aprobar leyes que favorecieran intereses locales o derechos para los trabajadores de dichas empresas, obteniendo de esta manera concesiones que les ofreció el monopolio del comercio, la producción, la infraestructura y el control de los trabajadores de las extensas haciendas.22 Gracias a tales estrategias, la United Fruit Company (popularmente conocida como El Pulpo) se convirtió en una ubicua e infame presencia por toda América Latina al igual que en extensos territorios de Guatemala, Cuba y otros países.23 En sus esfuerzos por prevenir la sindicalización, la United Fruit Company también contrató a trabajadores del Caribe, creando diásporas racial y nacionalmente mixtas en las plantaciones de Costa Rica, Panamá y Honduras a Cuba y Jamaica. Miles de trabajadores de la United Fruit Company se dirigieron a ciudades como Nueva Orleans y Nueva York durante las primeras décadas del siglo XX animados por una experiencia de trabajo que a menudo les hacía competentes en múltiples idiomas y defensores radicales de los derechos laborales. En estas ciudades, antiguos empleados de dicha compañía, como el conocido Marcus Garvey, defendieron el orgullo negro y la justicia social, transformando para siempre la naturaleza y la dirección de las luchas por los derechos civiles en los Estados Unidos en el siglo XX.24

 

Frecuentemente, las inversiones de Estados Unidos en América Latina dependían de la confianza del gobierno de ese país sobre las intervenciones y ocupaciones militares que protegían sus negocios y con insistencia, el status quo político local. Por lo tanto, los Estados Unidos llevaron a cabo una serie de ocupaciones militares en la República Dominicana (1916–1924), Nicaragua (1926–1934, Haití (1915–1934) y en diferentes ocasiones en Cuba, incluyendo dos ocupaciones militares (1898–1902; 1906–1909) y el apoyo a dos golpes militares por parte de sectores del ejército cubano entrenado por el de los Estados Unidos (1933 y 1952).  A pesar de las justificaciones de tales intervenciones en nombre de la democracia y una mejor calidad de vida en general, las ocupaciones militares estadounidenses no dieron lugar a regímenes democráticos ni economías nacionales más incluyentes. Por el contrario, en los países que las han experimentado, las ocupaciones militares estadounidenses llevaron a algunas de las más sangrientas y duraderas dictaduras en el mundo, incluyendo la de Anastasio Somoza, cuya familia gobernó Nicaragua desde 1936 a 1979 y la de Rafael Trujillo, quien dirigió la República Dominicana de 1930 a 1961. Ambos fueron alumnos destacados en las escuelas de formación naval de los EE.UU. y los primeros jefes de la "Guardia Nacional" que sustituyeron a las fuerzas estadounidenses cuando éstas se retiraron.25 En Cuba, el dos veces dictador, Fulgencio Batista comenzó su carrera política en 1933 como alternativa señalada por los EE.UU. a un gobierno revolucionario que aprobó una lista de reformas democráticas y derogó la “Enmienda Platt”, un mandato constitucional impuesto por los Estados Unidos que había permitido a este país intervenir militarmente en nombre de los intereses de su país desde 1902.

 

No es necesario advertir que la falta de conocimiento de la historia de las intervenciones de los Estados Unidos en el desarrollo político y económico de estos países antes y después del inicio de la Guerra Fría en 1948 puede ser sorprendente para aquellos que viven la herencia de esas injerencias. De los números ejemplos destaca el caso de Guatemala, cuyo gobierno elegido democráticamente fue derrocado por la CIA cinco años antes de la Revolución cubana para intentar llevar a cabo una reforma agraria necesaria, puesto que dicha reforma amenazaba los intereses de los Estados Unidos, particularmente los de la United Fruit Company. Según el criterio estadounidense, el gobierno de Guatemala representaba una “amenaza comunista”, a pesar de su validación electoral sin precedentes y su popularidad en un país donde el sufragio universal y las elecciones justas no se conocían desde hacía más de diez años.26  

 

Una de las consecuencias puede notarse en el número de vidas humanas perdidas a manos de las políticas represivas de las dictaduras y regímenes militares que dominaron cinco de estos seis países entre las décadas de los años cincuenta a los noventa; otra se encuentra en las grandes olas de refugiados a los Estados Unidos debido a  las políticas de financiación a estados de terror y de guerra contrainsurgente por parte de los  EE.UU. Tomando en cuenta sólo los datos de países de América Central cuyos regímenes militares fueron respaldados por los Estados Unidos en la lucha contrainsurgente, las cifras de las víctimas son devastadoras: en Nicaragua fallecieron más de 80. 000 personas, de las cuales 30.000 murieron en la guerra contra el gobierno revolucionario de 1980 financiado por los Estados Unidos; en El Salvador y Guatemala respectivamente, 75.000 y 200.000 fueron asesinados o torturados.27 De acuerdo a las comisiones de la verdad establecidas por las Naciones Unidas, las cuales hicieron parte de los acuerdos de paz en esos tres países, las fuerzas armadas locales entrenadas y auspiciadas por los Estados Unidos fueron los responsables de la gran mayoría de las muertes y atrocidades. En el caso del El Salvador, el terror estatal representó el 85% de las muertes y los abusos. 28 En Guatemala, la comisión hizo responsable al estado del 93% de las atrocidades durante la guerra y del genocidio del grupo indígena maya en ese país.29 Sumado a las anteriores cifras hay que agregar a dos millones de centroamericanos que huyeron de sus países.

 

En Haití, donde la familia Duvalier gobernó desde 1957 hasta 1986, el terrorismo de Estado asesinó entre 30.000 y 50.000 civiles bajo el régimen de Papa Doc (1957 – 1971), a lo que se debe añadir los 90.000 haitianos que huyeron de la isla buscando refugio en los Estados Unidos durante los años sesenta y setenta.30 Diez mil personas más morirían bajo el gobierno de Baby Doc, al igual que en los diferentes golpes militares que siguieron luego de 1986. La destrucción de toda esperanza de democracia y las cada vez más atenuantes condiciones económicas en la década de los años noventa produjo una diáspora a los EE.UU. de haitianos cuyo número alcanza casi el millón de personas.31

 

Los dominicanos también huyeron del terror que trajo el asesinato del dictador Rafael Trujillo y la subsecuente presidencia de Joaquín Balaguer, ex-vicepresidente de Trujillo y la cúpula militar que era fiel al difunto dictador, eventos que a la postre demostraban las tensiones y la radicalización social y política de la isla en ese momento. En un principio la embajada de los Estados Unidos en Santo Domingo negó visas de asilo a los dominicanos que buscaban salir del país. Sin embargo, en 1965 dicha embajada cambió de posición. Para entonces una ocupación militar estadounidense había derrocado el gobierno revolucionario de la isla y había reafirmado el poder de los antiguos aliados del régimen dictatorial trujillista, entre ellos Joaquín Balaguer. En ese sentido, las visas de inmigración se convirtieron en un arma adicional en el arsenal de la contrainsurgencia de los EE.UU. ya que permitieron que los activistas políticos “neo-trujillistas” escaparan de las represalias violentas de los escuadrones de la muerte de Balaguer, lo que se convirtió en una válvula de seguridad contra la radicalización. Irónicamente, al escapar de la isla la mayoría de los dominicanos inculpados por la dictadura de Trujillo y de la violencia que le siguió a ésta, esto ayudó a acabar con las posibilidades de reorganización de las fuerzas revolucionarias. Los oficiales estadounidenses asumieron que cualquier reorganización del activismo nacionalista debilitaría el poder de los EE.UU y alentaría a otras sociedades a imitar su ejemplo.32

 

En todos los casos, excepto en la República Dominicana y Cuba, donde la concesión de visados complementó la política exterior de los EE.UU hasta principios de los años setenta, la mayoría de los que huyeron del terrorismo de estado y la violencia política, eran indocumentados a su llegada a los Estados Unidos. Posteriormente, aquellos refugiados que solicitaron la legalización de su estatus encontraron como respuesta una acentuada discriminación por parte de las agencias estadounidenses, como la Agencia de Servicios de Inmigración y Naturalización o INS por sus siglas en inglés. Dicha discriminación se basaba en argumentar que la migración de estos sujetos no era consecuencia de una situación política sino que se sustentaba en motivos económicos, exagerando, así, las reivindicaciones individuales o el hecho de que tales migrantes no podían “probar” que sufrirían persecución si volvían a sus lugares de origen, a pesar de las evidentes condiciones de violencia generalizada.33  Para ciertos grupos en los puntos más álgidos de los conflictos, como los salvadoreños y guatemaltecos en la década de los ochenta, el razonamiento político detrás de las negaciones del INS para conceder asilo estaba totalmente relacionado con la política de la Guerra Fría de los Estados Unidos hacia sus países.

 

Desde finales de los años sesenta el ejército de El Salvador dependía cada vez más de la formación y el apoyo diplomático de los EE.UU. para prevenir cualquier cambio o reforma importante y así preservar el control sobre la economía nacional que ejercía una pequeña élite sobre el país a través de una amplia campaña de violencia política.34 Para 1980, dicha campaña había excedido su planteamiento original de contrarrestar a las guerrillas de izquierda y los activistas desarmados para atacar a miles de civiles, incluyendo estudiantes, profesores, médicos, trabajadores de ayuda internacional, un número muy alto de campesinos, así como docenas de laicos católicos, monjas y sacerdotes.35 Un caso muy famoso ocurrió en marzo de 1980, cuando el líder de la seguridad nacional salvadoreña ordenó el asesinato del arzobispo Oscar Romero, un férreo oponente a la ayuda de los EE.UU. El día de su funeral el ejército abrió fuego contra la multitud de 30.000 personas que se habían congregado para despedir al clérigo, asesinando a decenas en el acto.36 De hecho, el ejército llego a amenazar a la toda la congregación de jesuitas con el “exterminio”, y además se sabe que secuestraron, violaron y asesinaron a cuatro monjas, bajo la presunción de que su ayuda a los pobres les hizo aliadas de las guerrillas de izquierda.37 En los cuatro primeros años de la administración de Reagan, el ejército asesinó a entre ocho y nueve mil civiles por año y el gobierno salvadoreño no inició ninguna investigación al respecto.38

 

No sorprende, como bien señaló en su momento el jurista Michael H. Posner, que para los Estados Unidos fue muy difícil admitir a decenas de miles de refugiados y “por lo tanto reconocer la persecución política del gobierno de El Salvador, e incluso, pedir al Congreso más asistencia para ese país basándose en el  avance en derechos humanos de los refugiados.”39

 

De hecho, entre junio de 1983  y septiembre de 1990, solamente se procesaron el 2,6% de solicitudes de asilo salvadoreñas y el 1,8 % guatemaltecas.40 El caso de los refugiados haitianos se parece un poco, aunque la lógica aplicada detrás de su proceso de asilo tiende a ser más un problema racial.  Solamente 11 personas de los 22.940 haitianos interceptados en el mar cumplieron los requisitos para solicitar asilo político entre 1981 y 1990. Tres años más tarde, después de que la administración Bush aprobara otro golpe militar sangriento, esta vez contra el gobierno democráticamente elegido de Jean-Bertrande Aristide, solamente se les concedió el derecho a solicitar asilo político a 11.000 haitianos de los 38.000 que intentaron entrar a los EE.UU. La guardia costera de EE.UU. devolvió el resto a Haití.41 Sorprendentemente, los refugiados de Nicaragua no necesariamente se beneficiaron de la generosidad del INS a pesar de que fueron desplazados por una guerra civil que enfrentó a las tropas del gobierno revolucionario del país contra los Contras, un ejército organizado por la CIA, encabezados por el ex somocista de la Guardia Nacional y financiados por los Estados Unidos.42 De igual manera, tan sólo entre el 9 y el 11% de los refugiados nicaragüenses les fue concedido el asilo entre los años 1985 y 1987, cuando la administración de Reagan pidió al Congreso ayudar masivamente a los contras lo que dio lugar a un aumento precipitado de la aprobación de tales requisitos, llegando incluso al 84%. Una vez que el Congreso cortó la ayuda a dichos ejércitos irregulares los niveles volvieron a caer.43

 

Por el contrario, los cubanos o los solicitantes procedentes de países del bloque soviético disfrutaron de entrada automática a los  Estados Unidos.44 Los cubanos,  que se habían beneficiado de la exención de visado por parte del Departamento de Estado en los primeros años de la Revolución, posteriormente gozaron de un estatus de residencia permanente automática y beneficios adicionales, tales como alimentos, asignaciones en efectivo, programas educativos sólo para cubanos, y otros privilegios que nunca se extendieron a otros inmigrantes o grupos minoritarios según la Ley de Ajuste cubano (Cuban Adjustment Act) de 1966 y el Programa de Refugiados Cubanos que contaba con fondos de dos mil millones de dólares, lo que proporcionó un apoyo federal sin precedentes para los refugiados, así como las escuelas, empresas y agencias estatales que fueron ayudadas hasta 1980.45 Aunque desde 1994 los cubanos que llegan a Estados Unidos por mar deben tocar tierra para evitar su deportación, la ley en los EE.UU sigue considerando “refugiados políticos” a todas aquellas personas que quieran dejar la isla sin mayores cuestionamientos al respecto. Tal como explica María de los Ángeles Torres: "para el gobierno de los Estados Unidos, la emigración cubana implica una justificación para contener el comunismo y la expansión de las fuerzas necesarias para dicha batalla.”46 Con este argumento como base, cerca de un millón de cubanos fueron admitidos cada año, junto con otras 20.000 personas que llegan a través del programa de sorteo de visas patrocinado por el gobierno de los Estados Unidos y miles de individuos que intentan llegar a este país por tierra o por mar, en tiempos de la post-guerra fría.

 

Sin lugar a dudas, los exiliados cubanos y aquellos casos de migración más reciente luchan por superar traumas asociados con vivir bajo el dominio de un estado comunista que no ha tolerado ningún desacuerdo con el régimen y una cultura política oficial que hasta hace poco tachaba de traidor, vende-patria, escoria e incluso “anticubano" a cualquier persona que deseara salir o se fuera del país. Muchos exiliados de la década de 1960 vivieron con el recuerdo de haber sufrido humillación pública a manos de los defensores y agentes del régimen de Castro. En las semanas previas a la partida de una familia, funcionarios del gobierno organizaban inventarios de su casa y los obligaban a pagar por cualquier producto que no apareciera en el momento de la inspección final: se les acusaba, entonces, efectivamente de haber “robado” sus propias cosas “del pueblo”. Aquellos que salieron después de 1962 no podían llevar consigo nada más que 5 dólares y un pequeño equipaje donde llevar elementos básicos. Años después, el recuerdo más fuerte que algunos exiliados conservaron no fue necesariamente dejar a sus familiares sino haber sido tratados como criminales en el aeropuerto de La Habana. Diferentes oficiales del ejército cubano responsables de inspeccionar a los “gusanos” que viajaban, tenían que buscar joyas y objetos de valor en todos los agujeros del cuerpo, es decir, en el caso de los hombres esto significaba la inspección de su ano y en el de las mujeres de su vagina.47

 

Atrapados en una "guerra de clases" de la que la mayoría de los exiliados  no se sentían responsables, los exiliados cubanos se unieron en los famosos enclaves cubanos de “La pequeña Habana” y Hialeah en Miami Dade, donde restablecieron los periódicos y las pequeñas empresas que habían perdido en Cuba y refundaron muchas escuelas católicas a las que habían enviado a sus hijos en la isla. Mientras que la élite de exiliados ricos, quienes en su mayoría apoyaban el gobierno del dictador Batista, recrearon instituciones que los segregaban racialmente como el Havana Yacht Club (renombrado el Club de Yates de La Habana en el exilio) y los exclusivos barrios blancos como Miramar, la clase trabajadora y la clase media cubana mataba y cocinaba cerdos enteros en sus patios traseros, compraba tierras para cultivar alimentos tradicionales cubanos para los mercados locales, y abrían tiendas de comestibles y restaurantes para los demás cubanos.

 

Sin embargo, para los cubanos de todas las clases sociales, Miami no fue necesariamente un paraíso en la década de los años sesenta y comienzos de los setenta, cuando por primera vez llegaron más o menos medio millón de refugiados. De hecho, en Miami se encontraban fácilmente letreros de “se alquila” que incluían “no niños, no mascotas y no cubanos” y que se convirtieron en un icono de la hostilidad hacia esta población en los inicios de su ola migratoria.48 Debido a que en ese momento las escuelas, las playas y espacios públicos de Miami todavía estaban segregados racialmente, miles de cubanos, –a los que los blancos percibían como “no- blancos” a pesar de que los propios cubanos se identificaban como tal– desafiaron abiertamente las barreras raciales y culturales. De hecho, la población afroamericana "vio con incredulidad", cómo los niños negros y mulatos cubanos fueron a escuelas tradicionalmente “blancas”, junto con su compatriotas cubanos mestizos e hispanos.49

 

Así el sistema público de educación de Miami se vio obligado a dar cabida a miles de niños cubanos de habla española y cientos de profesores cubanos sin título, aunque sí altamente calificados. Entre 1960 y 1965, el Departamento de Salud, Educación y Bienestar de los Estados Unidos estableció programas de formación del profesorado cubano para impulsar la certificación de estos maestros, creó las primeras escuelas bilingües con fondos federales del país, desarrolló cursos de formación profesional para adultos, puso en marcha programas de préstamos universitarios específicamente para la población cubana  y ofreció trabajo a los cientos de profesores de la Universidad de la Habana que se habían asentado en el condado de Miami Dade.50  Los cubanos también recibieron una ayuda económica mucho mayor que la de los residentes nativos y se convirtieron en los primeros beneficiarios del programa del gobierno de excedente de alimentación.51 Quizás lo más ingeniosa de esta iniciativa fue el programa para la “formación de la independencia”, dirigido específicamente a las madres solteras y las mujeres solteras cubanas en Miami que dependían de tal iniciativa. Dicho programa ofrecía clases de inglés intensivas y entrenamiento para el trabajo de carácter obligatorio. El éxito del programa fue tan grande que se convirtió en un modelo nacional para los proyectos de asistencia social.52

 

Sin lugar a dudas, la competencia simbólica entre los EE.UU. y el bloque soviético durante la Guerra Fría inspiró gran parte de la creatividad y generosidad detrás de estos programas federales. Sin embargo, su éxito a la hora de ayudar a los cubanos a ajustarse y tener éxito en la sociedad, ayudó en última instancia a justificar las demandas de otras minorías, no sólo a otros latinos, que reclamaban un apoyo similar por parte del gobierno federal, así como de políticas que promovieran el multiculturalismo, no simplemente la asimilación. En efecto, aunque los cubanos fueron los principales beneficiarios del Programa para Refugiados Cubanos, los cientos de millones de dólares destinados a la infraestructura y la economía de las escuelas del sur de la Florida beneficiaron indirectamente toda la economía regional, aumentaron turismo y promovieron un boom inmobiliario a largo plazo. A pesar de esto, aquellas personas que se consideran “anglos” en Miami,  fueron los que lideraron el primer movimiento de “solo inglés” en los EE.UU., por el que en el año 1980 se modificó la Constitución del estado de la Florida para señalar el inglés como su único idioma oficial en 1988. En respuesta, los cubanos se movilizaron para derrotar a los políticos demócratas responsables de la enmienda registrándose para votar. Abrumando al electorado con su mayoría absoluta, los cubanos revocaron la enmienda en 1993 y establecieron definitivamente el carácter de la Florida como un lugar que valora y promueve el bilingüismo y el orgullo español.53 Tal y como explica un escritor cubano, “el Miami de hoy en día difícilmente puede compararse con cualquier ciudad que recordamos de Cuba... [Sin embargo, en Miami] un exiliado tiene la opción de ser uno mismo, el otro o ambos [latino y estadounidense], y comunicarse en inglés, español o ambos idiomas- este es el punto clave.”54

 

Hoy en día, cualquier residente latino de Miami probablemente esté de acuerdo con este sentimiento y las razones de la lucha de los cubanos por preservar su lengua. Mientras que enfrentaron la  marginación cultural y racial durante los primeros veinte a treinta años de su asentamiento en Miami, las zonas con mayor presencia cubana de Miami son ahora las más culturalmente integradas por otros refugiados latinos, especialmente los de América Central, a pesar de la gran variedad de monumentos públicos que señalan estas áreas como históricas y culturalmente cubanas. La “Calle Ocho” en “La pequeña Habana” ofrece un ejemplo de ello. Allí, restaurantes como "Fritanga Erika" ofrecen comida nicaragüense con un toque cubano y el “Café Latina” anuncia la fusión de América Central con al auténtico café espresso cubano. Incluso los espacios emblemáticos, declarados desde hace mucho tiempo patrimonio de Florida, han ampliado las identidades culturales e historias que celebran para incluir mucho más que los cubanos. Por ejemplo, un gran mural, pintado con las imágenes de los líderes de América Latina reunidos en una cumbre en Miami durante la administración Clinton, flanquea un lado del Parque Máximo Gómez, un pequeño parque donde los ancianos cubanos se reunen para jugar al dominó y hablar de política desde 1976. La “Calle Ocho” también cuenta con un paseo de la fama al estilo de Hollywood en su acera igual número de famosos latinoamericanos cubanos. A pocas cuadras de este lugar, el colorido mural de la “Cafetería Guardabarranco” también anuncia la unidad de los cubanos con otros latinos. Un extremo cuenta con los rostros de la cantante afrocubana Celia Cruz, el director de orquesta puertorriqueño Tito Puente, la mexicano estadounidense Selena y el argentino Carlos Gardel; mientras que en el otro extremo se destacan los rostros de los nacionalistas más famosos de América Latina junto con una escena animada de la vida rural tradicional y la frase, "¡Viva Nuestra Raza!".

 

Aún así, a pesar de estos claros signos de solidaridad e inclusión, la Pequeña Habana sigue siendo el corazón simbólico de las historias oficiales del exilio sobre su lugar en la pasada Guerra Fría. Los monumentos históricos que delimitan la zona fueron erigidos gracias a los esfuerzos de recaudación de fondos locales y siguen manteniéndose por los esfuerzos combinados del gobierno de la ciudad y de los residentes. Un monumento con la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, anuncia la conmemoración del ciento aniversario de la última guerra de Cuba por la independencia contra España en Miami, sin mención a la fatídica intervención de los EE.UU. en 1898 en la guerra y la posterior lucha patriótica de los cubanos por librar a la isla de la ocupación militar norteamericana que duró cuatro años: en efecto, el monumento da la impresión de que ninguna de estas cosas hubiera pasado. Del mismo modo, el monumento de la pequeña Habana a los "mártires" cubanos exiliados en la Bahía de Cochinos hace referencia a dicho acontecimiento como un "asalto" en lugar del término comúnmente utilizado en los Estados Unidos de "invasión" u "operación". Lo más extraño de todo es un monumento en honor a Manolo Fernández, "El caballero del tango", que cuenta con una dedicatoria por parte de su principal fuente de financiación, Gilberto Casanova, a quien se describe en una placa conmemorativa como el Secretario de Acción Cubana. Fundada en la década de 1970 por los exiliados cubanos más extremistas en protesta por lo que percibieron como el ablandamiento de la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina y la creciente complacencia entre sus compañeros de exilio hacia Castro, “Acción Cubana” reivindicó los atentados de las embajadas de Cuba y de los consulados en toda América Latina.55

 

Estos monumentos hablan del conflicto de la memoria en la que los cubanos de diferentes generaciones han forjado su identidad en el sur de la Florida. La cultura política de la región evoluciona a la par que dos extensos y únicos procesos: en primer lugar, el desarrollo de programas sin precedentes de subversión tanto secreta como pública por los organismos de seguridad nacionales para derribar y socavar el gobierno cubano encabezado por Fidel Castro; y en segundo lugar, el desarrollo de programas de asistencia jurídica, educativa y económica a los refugiados cubanos que ningún otro inmigrante o grupo minoritario ha disfrutado previamente. El primero implicó inicialmente un fácil empleo en la estación de la CIA más grande del mundo en la Universidad de Miami. Con un presupuesto anual de 50 millones de dólares al año, la CIA contrató a 400 agentes y a más de quince mil informantes, saboteadores y políticos autonombrados provenientes del exilio cubano.56  Además, la financiación de la CIA a negocios fachada en Miami aseguró que ciertos exiliados cubanos disfrutaran de una "subvención" garantizando financieramente una versión del sueño americano, mientras que los  comerciantes de origen anglo y los demás habitantes de la región simplemente tuvieron que valerse por ellos mismos.57 No fue hasta 1980, cuando llegaron a Cuba “marielitos” mucho más oscuros y mucho más pobres, que los cubanos empezaron a disfrutar de una variedad de ventajas en su imagen pública gracias a unos medios de comunicación estadounidenses más solidarios y comprensivos, que les mostraban como blancos, educados y competentes en inglés, todas las cualidades que importaban en la cultura estadounidense, todavía muy segregada, a pesar de que en la mayoría de los casos, los cubanos no necesariamente encajaban con tales características. Por otra parte, el acceso a los fondos públicos facilitados por las agencias del gobierno de EE.UU. aseguró que, entre otros privilegios, los cubanos tuvieran un mayor acceso a los préstamos financiados por el gobierno federal en comparación con los dominicanos, puertorriqueños y afroamericanos.58

 

Los cubanos de las siguientes generaciones que crecieron en Miami continúan prosperando gracias a las ventajas acumuladas con el tiempo que sus padres y abuelos obtuvieron de la política exterior estadounidense. Pero los cubanos no fueron sólo los beneficiarios de dichas políticas, también fueron sus víctimas. Desde la década de 1960 hasta principios de 1990, los grupos paramilitares asentados en Miami iniciaron incursiones en Cuba con el apoyo de la CIA y también intentaron silenciar a aquellos exiliados cubanos que favorecieron el diálogo con la isla y que viajaban a ella. Los grupos paramilitares llevaron a cabo asesinatos selectivos, amenazas de muerte y bombardeos a oficinas de correos, bancos, el aeropuerto, una galería de arte propiedad del exilio, la sede del FBI en Miami y otras instituciones para intimidar a sus compañeros de exilio. Como testimonio de las profundas conexiones que los exiliados cubanos disfrutan en los centros de poder, ningún grupo o individuo fue acusado por estos crímenes.59

 

La disposición de los servicios de inteligencia de Estados Unidos, ya sea para patrocinar o tolerar los métodos ilegales y criminales empleados por grupos de exiliados de derecha para vigilar las actitudes, discursos públicos y las posiciones políticas de otros cubanos y cubano-americanos ha jugado un papel clave en el mantenimiento de la política de Estados Unidos hacia Cuba en tiempos de guerra. También ha fomentado una cultura de  “intolerancia” política en el sur de la Florida, especialmente en Miami.60 Como resultado, los cubanos y cubano-americanos se oponen al oficialismo del exilio sobre la política de Estados Unidos hacia Cuba o cuestionan aspectos claves de la narrativa en el exilio sobre la Revolución cubana (más comúnmente descrita como un acontecimiento que nunca tenía que haber sucedido) a menudo se enfrentan a hostilidad, insultos, discriminación en el trabajo, discusiones con amigos y familiares y formas abiertas de intimidación.61

 

Es importante destacar que la mayoría de los cubanos que están en desacuerdo con el embargo de Estados Unidos y la prohibición de viajar a Cuba hoy en día no están registrados para votar.62 Igualmente importante es el gran apoyo que actualmente tiene el cambio en la política exterior de Estados Unidos hacia los cubanos dentro de la misma comunidad cubana de Florida, a pesar de las posiciones públicas tomadas por los exiliados cubanos y cubano-americanos elegidos oficialmente, tanto a nivel local como a nivel nacional. Según una encuesta llevada a cabo con regularidad desde 1991 al grupo de estudios cubanos de la  Universidad Internacional de la Florida, el porcentaje de cubanos que están a favor del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos llegó al 58 por ciento en el año 2011.63

 

La contradicción en las posiciones entre los representantes electos y la comunidad cubana que los elige en relación al tema de las relaciones de Estados Unidos y Cuba sigue siendo difícil de explicar. El miedo al rechazo por parte de una comunidad simpatizante de Castro y la apatía que ha generado el exceso de politización de la vida, tanto en Cuba como entre las comunidades cubanas en los EE.UU., sin duda, juega un papel importante. Sin embargo, a pesar de las tensiones con las que los cubanos viven en los EE.UU., su concentración numérica en un sólo lugar y sobre todo su relativamente alta visibilidad en la sociedad, les da a los cubanos una ventaja organizativa a la hora de representar sus intereses e identidad a nivel local y nacional.

 

Por el contrario, otras comunidades de latinos que ubican sus orígenes en los conflictos suscitados durante la Guerra Fría, se encuentran geográficamente fragmentadas en varias ciudades de los Estados Unidos y mucho menos facultadas en todos los niveles, tanto cultural, político y económicamente, en parte, porque llegaron en gran parte como refugiados indocumentados. Ignorados por los principales medios de comunicación o simplemente “generalizados” en la extensa categoría pan-étnica de latinos, que apenas los diferencia cultural y políticamente, otros refugiados de América Central y el Caribe también se sienten frustrados por la invisibilidad de su cultura y el Castro-centrismo que tiende a impregnar las representaciones públicas de la Guerra Fría. Ir más allá de este Castro-centrismo implica entender cómo las historias del trauma, la supervivencia y la recuperación han tejido el proceso de construcción de la identidad entre estas comunidades latinas y la vida cotidiana de sus integrantes.

 

Más allá del régimen de Castro: El legado de la violencia política y la tortura en Centroamérica.

 

¿Cómo pueden expresar y compartir los salvadoreños y guatemaltecos en los EE.UU. que sufrieron brutales torturas y terror masivo a manos de las fuerzas de seguridad del estado en la década de 1980 y 1990 la terrible experiencia de su sociedad en un contexto cultural que ni siquiera admite que tales sucesos hayan ocurrido? ¿Cómo explican a sus amigos y vecinos su temor a visitar su tierra natal, donde, generalmente los militares responsables de dichas atrocidades no sólo gozan de impunidad casi total, sino que además han seguido teniendo una importancia decisiva en la posguerra de su actual gobierno "democrático"? Durante años, Juan Romagoza Arce, un sobreviviente de la tortura salvadoreña, se hizo tales preguntas todos los días. Una forma en que pudo darles respuesta fue desafiar con valentía a los funcionarios responsables de su tormento, como el Ministro de Defensa y el Jefe de la Guardia Nacional de El Salvador, enfrentándose a ellos en los tribunales federales de los Estados Unidos. Estos generales, que fueron condecorados con múltiples honores por funcionarios estadounidenses, se habían retirado al sur de la Florida, donde llevaban una vida normal hasta que Romagoza y otros dos salvadoreños les ganaron su caso en el año 2002.64 Una vez que la sentencia del tribunal se confirmó en repetidas ocasiones, Romagoza se unió a nuevos litigantes para interponer otra querella también exitosa, esta vez en Memphis, Tennessee, contra el coronel Nicolás Carranza, ex viceministro de Defensa y de Seguridad Pública de El Salvador, quien supervisó la Guardia Nacional y la Policía Nacional.65 Estos casos representan enormes victorias simbólicas para todos los sobrevivientes de casos de tortura, tal y como han manifestado sus abogados en el Centro de Justicia y Responsabilidad con sede en San Francisco.

 

Cada caso e investigación unió a las comunidades de Centroamérica y los Estados Unidos en un proceso de supervivencia y reconciliación que ayudó a las generaciones más jóvenes a compartir el testimonio histórico que a menudo marca las perspectivas de sus padres y abuelos. Aunque es cierto que la experiencia puede unir y fortalecer la identidad transnacional de los centroamericanos, no está claro qué efecto puede tener sobre los las personas desinformadas o desinteresadas sobre el tema dentro de los Estados Unidos. A juzgar por el testimonio aportado en el momento del histórico juicio a los generales salvadoreños, no sólo los demandantes tuvieron que educar al juez y al jurado en cuanto a la naturaleza de los abusos sufridos, sino que también tuvieron que luchar contra el discurso profundamente arraigado por el cual Reagan se hizo tan famoso, es decir, equiparar los métodos de contrainsurgencia en Centroamérica con “la lucha por la libertad”. Como prueba de esto, en el caso de 2002,  el abogado de la defensa, en su alegato final comparó a los generales salvadoreños responsables de las atrocidades sufridas por los civiles con Thomas Jefferson y John Adam.66

 

Las victorias de Romagoza y sus compañeros demandantes representan uno de los muchos casos en que las víctimas de las atrocidades del gobierno salvadoreño y guatemalteco han buscado una enmienda a nivel transnacional, ya sea en tribunales de Estados Unidos o por medio de la ayuda de activistas internacionales de derechos humanos e incluso de historiadores con sede en los EE.UU. Estos casos, quizás más que otros ejemplos, han contribuido a visibilizar aún más la presencia y la historia de la migración centroamericana y hacerlo más relevante para la sociedad general de los Estados Unidos. Para los guatemaltecos que pueden acceder o tienen vínculos con instituciones estadounidenses, poder llevar a juicio en este país a los agentes de seguridad responsables de las muertes individuales o de familiares también se ha convertido en un medio para contrarrestar la impunidad de los ex oficiales militares convertidos en políticos, como el general Efraín Ríos Montt, dictador de Guatemala en la década de 1980, a quien las Naciones Unidas acusó de genocidio.67 Al hacer evidentes las estrategias de los militares de Guatemala contra las comunidades rurales mayas también ha supuesto la cooperación transnacional en la exhumación de los cuerpos de los lugares donde ocurrieron las masacres, al igual que la recuperación de documentos críticos. En 2005, los historiadores descubrieron un archivo secreto de la policía que contenía 30.000 fichas de ciudadanos detenidos y desaparecidos durante la década de 1980. Tanto los historiadores guatemaltecos e como los estadounidenses especializados en Guatemala, como Greg Grandin, han desempeñado un importante papel en el análisis y preservación de estos documentos.68

No obstante, los refugiados centroamericanos, al igual que muchos haitianos, se enfrentan a diario a la paradoja de haber buscado refugio en la misma sociedad a la que muchos culpan por la magnitud de la violencia que sufrieron en sus países de origen. Otros muchos también afrontan la realidad igualmente paradójica de haber temido la deportación de los Estados Unidos por muchos años por no ser considerados “verdaderos” refugiados políticos, sino emigrantes económicos en busca de puestos de trabajo, no de refugio. Increíblemente, cientos de ex generales y otros oficiales de altos rangos, responsables de crímenes de guerra, a menudo encuentran facilidades para obtener la residencia permanente y eventualmente la ciudadanía. Para muchos, la aparente preferencia del INS por deportar a los inmigrantes ilegales de América Central, incluso habiendo sido víctimas de violaciones de los derechos humanos, no sólo se complementa con una buena disposición para ayudar y colaborar con conocidos abusadores y genocidas, sino también con una política para ayudarles a encubrir sus crímenes.69  De acuerdo con Amnistía Internacional alrededor de 400.000 supervivientes de tortura residen en los EE.UU. y alrededor de 1.000 presuntos torturadores se encuentran entre ellos, incluyendo a haitianos, nicaragüenses y salvadoreños.70 Durante y después de los conflictos, las redes de solidaridad de base católica lideraron organizaciones como “Testigos por la Paz,” así como organizaciones latinas sin fines de lucro como “La Peña en Berkeley”, “La esperanza de la Paz” y el “Centro de Justicia en San Antonio”, que tuvieron un papel fundamental a la hora de ayudar a los refugiados de la Guerra Fría a encontrar refugio, ayuda y asesoramiento en su transición a la vida en los Estados Unidos.

 

No obstante, la violencia sigue siendo una parte permanente de la vida de muchos centroamericanos que viven en los barrios pobres, especialmente en Los Ángeles, donde los miembros jóvenes de pandillas salvadoreñas regulan aspectos clave del negocio de la droga, de la misma manera que lo hacen en San Salvador. Al explicar la aparición de las bandas, muchos analistas apuntan al papel desempeñado por los niños soldados en la guerra salvadoreña, en particular los reclutados a la fuerza en las filas militares del estado donde fueron testigos y llevaron a cabo diversas torturas y  mutilaciones. Con el fin de resolver el déficit en el número de alistados, las fuerzas militares regularmente reclutaban a niños y adolescentes mientras iban a la escuela, estaban haciendo alguna diligencia o simplemente jugando. Además, allanaban escuelas intermedias, secuestrando para sus filas aulas enteras o a todos los niños de clases específicas.71 De los integrantes en las tropas del gobierno, el 80 por ciento eran menores de dieciocho años, con un promedio entre los 14 y15 años de edad en el momento de su incorporación. Por el contrario, el 30 por ciento de los guerrilleros eran todavía menores.72 A menudo se trataba de niños huérfanos como consecuencia de las ofensivas del ejército, que se unieron a la guerrilla con el deseo de vengar a sus familiares muertos o porque no tenían a nadie para cuidar de ellos y por lo tanto no tenían otra opción.73 Recientemente, las bandas centroamericanas han recibido más atención en los medios de comunicación estadounidenses, especialmente ahora que diversos ex comandantes guerrilleros, autoridades de la Iglesia Católica y “Homies Unidos”, un proyecto de intervención de pandillas de Los Ángeles, se preparan para negociar una tregua entre los miembros de estas bandas desde California hasta El Salvador en mayo de 2012.74

 

Desafortunadamente, son pocos los que pueden observar cómo el conocimiento de sus raíces en tiempos de guerra juega un papel importante en la manera en que se perciben los miembros de las bandas más jóvenes. Las cicatrices que llevan son tan invisibles como aquellas que portan los inmigrantes de mayor edad, a pesar de que en los últimos años, el gobierno federal de los Estados Unidos ha tomado medidas extraordinarias para reconocer y ocuparse del trauma que los legados de la tortura pueden infligir a las familias y comunidades. Tales medidas incluyen la financiación de clínicas destinadas al tratamiento de víctimas de la tortura y el “club de la recuperación”, un grupo de apoyo en Los Ángeles para las víctimas de la tortura y sus familias. Dicho club pertenece a una serie de programas de rehabilitación de la tortura poco conocidos con fondos federales de los Estados Unidos.75

 

La atención de las agencias del gobierno federal y las victorias legales contra los violadores de los derechos humanos claramente han hecho sentir a los centroamericanos que no están solos ni en la responsabilidad económica ocasionada de tales costos ni en el conocimiento de la historia que cargan sobre sus hombros. Este cambio forma parte de un proceso más amplio de atribución de poder que claramente ha surgido en los últimos quince años, gracias a la legalización de su status de refugiados por parte de los migrantes de la primera ola y por lo tanto, el aumento de la actividad política en nombre de las necesidades de su comunidad, presentando candidatos a las oficinas públicas que fueron clave en los esfuerzos transnacionales de subvertir los silencios oficiales en sus países de origen.76 Por ejemplo, María Teresa Tula, líder del grupo de derechos humanos conocido como “Co-Madres”, fundado por el arzobispo Romero en San Salvador poco antes de ser asesinado, llegó a los EE.UU. como una refugiada indocumentada en 1987, a pesar del hecho de que “Co-Madres” habían recibido el Premio Robert F. Kennedy de Derechos Humanos tres años antes. Sin embargo, los persistentes vínculos de Tula con activistas por la paz y académicos en Estados Unidos quienes organizaron conferencias en las que Tula compartió su historia, sirvieron para visibilizar su lucha y a la de otros salvadoreños y para lograr una mayor concienciación pública. La biografía de María Teresa Tula, publicada en 1999, se convirtió y sigue siendo uno de los libros de texto más vendidos en las universidades de Estados Unidos.77 Además, desde su casa en los EE.UU., Tula y las “Co-Madres” llevaron con éxito una alianza con diferentes ONGs que presionó al gobierno salvadoreño para crear el principal monumento en conmemoración de la guerra del país en 2003. Siguiendo el modelo del memorial de la guerra en Vietnam en Washington, “The Wall”, en el corazón del parque Cuscatlán de San Salvador conmemora los miles de muertos y desaparecidos a manos de los militares salvadoreños.

 

Aunque la comunidad salvadoreña en Los Ángeles aún no cuenta con sus propios monumentos, se han reconocido varias victorias recientes en la obtención de distinción y apoyo oficial para los sitios públicos en honor a la historia y la presencia salvadoreña. En el año 2000, la Asociación Nacional Salvadoreña Americana se unió a parroquias católicas de Los Ángeles para encargar una réplica de la sagrada imagen venerada de la nación de Jesucristo, Divino Salvador, que se encuentra la catedral de San Salvador. Para muchos refugiados en su propio periplo, esta estatua tiene una gran importancia ya que simboliza el viaje desde El Salvador a Guatemala y México, para llegar a la iglesia de la misión Dolores.78  En 2009, Cal State Northridge, el Consulado General de El Salvador en Los Ángeles y el Museo de la Palabra y la Imagen de San Salvador organizaron una serie de eventos multimedia en el Teatro Centro de los Ángeles llamado “Preservación de la memoria histórica salvadoreña”. Dedicado a dar respuesta al “inquietante legado de la guerra civil mientras mira hacia el futuro del pueblo de Salvador, tanto en casa como en el extranjero”, el programa incluyó una exposición fotográfica, un simposio sobre la memoria histórica, discusiones de escritores salvadoreños y presentaciones teatrales que celebraban la herencia indígena. Al explicar las motivaciones de la puesta en escena del festival, William Flores, director de Olin Theater Presenters, señaló que “la memoria es algo que no debe perderse… Acabar con la memoria es acabar con la humanidad”.79

 

Los salvadoreños en Los Ángeles también han encontrado nuevos sitios a los que aferrarse, cultivar y recuperar su muy devastada memoria y conocimiento cultural en un tramo de la avenida Vermont conocida como el Paseo de la Comunidad de El Salvador. A pesar de que ya cuenta con veinticinco restaurantes y otros ochenta negocios propiedad de salvadoreños, la zona todavía carece de los murales, monumentos y museos que caracterizan distritos históricos como la Calle Ocho de la Pequeña Habana. Por otra parte, aunque una plaza en dicho paseo fue nombrada en honor al patriota salvadoreño y héroe espiritual, el Arzobispo Oscar Romero, podría competir pronto con otro espacio conmemorativo que también llevará el nombre de Romero si un grupo de líderes salvadoreños tiene éxito en cambiar el nombre del parque MacArthur Park en otoño de 2012.80

 

Como hemos visto en este ensayo, la lucha por una mayor representación política y prosperidad a la que casi todos los inmigrantes se enfrentan, fue particularmente difícil en el caso de los latinos durante la Guerra Fría por la compleja y contradictoria historia que dio lugar a su presencia en los EE.UU. Su capacidad y voluntad para forjar su identidad e  imagen pública también fue minada por las formas en que dicha memoria histórica ha permanecido oculta, distorsionada o simplemente ignorada por la mayoría de los estadounidenses. No obstante, la transformación política que los latinos han logrado y siguen alcanzando a niveles locales y nacionales es tan importante como la transformación cultural, ya que ambas están inevitablemente unidas. Irónicamente, aunque no hay duda que los programas federales favorecieron a los cubanos de importantes maneras, su ascenso como comunidad sin duda sirvió para que otros inmigrantes procedentes de Centroamérica  y el Caribe lucharan por lograr auto-representación en el gobierno, sus propios medios de comunicación y espacio público. Si bien gran parte de la política de los Estados Unidos en la Guerra Fría en sus países de origen podría haber sido contraproducente, la inesperada creación de nuevas comunidades latinas en los EE.UU. surgidas de esta política, reforzó claramente la democracia en los Estados Unidos y afirmó el derecho de todos los miembros de nuestra sociedad de luchar por la justicia, la libertad y sus propios sueños americanos.

 

 

Notas

 

  1. Susan Eva Eckstein, The Immigrant Divide: How Cubans Changed the U.S. and Their Homeland (New York: Routledge, 2009), 23-39; 70-87.
  2. Ibid., 46-47.
  3. Ronald Reagan, "Address to the Nation on United States Policy on Central America," 9 de mayo de 1984,

www.reagan.utexas.edu/archives/speeches/1984/50984h.htm. Última consulta 4/2/2012.

  1. William M. LeoGrande, Our Own Backyard: The United States in Central America, 1977-1992 (Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 1998), 253.
  2. LeoGrande, 256-258.
  3. Mario Lungo Uclés, El Salvador in the Eighties, traducido por Amelia F. Shogan (Philadelphia: Temple University Press, 1996), 90-91; 101-102; Tommie Sue Montgomery, "El Salvador: Roots of Revolution" en Central America: Crisis and Adaptation, editado por Steve C. Ropp y James A. Morris (Albuquerque, NM: University of New Mexico Press, 1984), 79-80.
  4. María Cristina García, Seeking Refuge: Central American Migration to Mexico, the United States, and Canada (Berkeley, CA: University of California Press, 2006), 110.
  5. Joshua E.S. Phillips, "The Case Against the Generals," The Washington Post (17 August 2003), W-06.
  6. Más información acerca de la concentración de estos y otros grupos étnicos está disponible en la página web del Censo de los Estados Unidos “American Factfinder”: http://factfinder2.census.gov/faces/nav/jsf/pages/index.xhtml.

Para replicar la información contenida en la tabla mostrada en este ensayo, dirígase a la página web American Factfinder y siga los siguientes pasos:

·   Haga clic en Geographies-Metropolitan Statistical Area/seleccione Microstatistical area 2010/seleccione "All Metropolitan and Micropolitan Statistic Areas within the United States and Puerto Rico." [haga clic en “Add to your selection” cierre]
·   Haga clic en Topics/seleccione People/seleccione Population Change/selecione Migration (Previous Residence) [cierre]
·   Haga clic en People/Type in a race, ancestry, or tribe [e.g. Dominican, Salvadoran, Cuban, etc.] y haga clic en "Go"/Population Group Name [seleccione group, haga clic en Add, cierre]
·   Seleccione la tabla BO7204 "Geographical Mobility Within the Past Year for Current Residence—State, County and Place level in the United States"/seleccione View Table

En relación a los grupos seleccionados, la tabla ofrece una población total de las 90-180 ciudades más grandes en los Estados Unidos para incluir información sobre la migración. Debe señalarse que estos números proceden de la encuesta del Censo de los Estados Unidos y las estimaciones actuales están basadas en el censo realizado cada diez años y en las encuestas anuales.

  1. Gilbert Joseph, "What We Know and Should Know: Bringing Latin America More Meaningfully into Cold War Studies" en In From the Cold: Latin America's New Encounter with the Cold War, editado por Gilbert Joseph y Daniela Spenser (Durham, NC: Duke University Press, 2008), 11-15.
  2. Susan Carpenter, "Latin America's Past Relived in Video Game," Los Angeles Times (11 diciembre 2003), E30.
  3. Paul Haven, "Cuba Denounces 'Virtual' Castro Plot in New Game," The Washington Times (10 noviembre 2010), disponible en http://www.washingtontimes.com/news/2010/nov/10/cuba-denounces-virtual-castro-plot-in-new-game
  4. Stephen G. Rabe, Eisenhower and Latin America: The Foreign Policy of Anticommunism (Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 1988) y The Most Dangerous Area in the World: John F. Kennedy Confronts Communist Revolution in Latin America (Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 1999); John H. Coatsworth, Central America and the United States: The Clients and the Colossus (Twayne Publishers, 1994; Walter LaFeber, Inevitable Revolutions: The United States in Central America, 2nd ed. (W.W. Norton, 1993.
  5. Morley, Morris H., Imperial State and Revolution: The United States and Cuba, 1952-1986) (New York: Cambridge University Press, 1987); Lars Schoultz, That Infernal Little Cuban Republic: The United States and the Cuban Revolution (Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 2009).
  6. Louis A. Pérez, Jr., Cuba: Between Reform and Revolution (New York: Oxford University Press, 1995); Lillian Guerra, The Myth of José Martí: Conflicting Nationalisms in Early Twentieth-Century Cuba (Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 2005).
  7. Lillian Guerra, Visions of Power in Cuba: Revolution, Redemption and Resistance, 1959-1971 (Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 2012), 46-49, 90-92, 115-117, 130-131, 187-188, 219, 295, 409 (n. 3).
  8. María Cristina García, Havana USA: Cuban Exiles and Cuban Americans in South Florida, 1959-1994 (Berkeley, CA: University of California Press, 1996), 13-45.
  9. Marifeli Pérez-Stable, The Cuban Revolution: Origins, Course and Legacy, 2nd ed. New York: Oxford University Press, 1999); Guerra, Visions of Power in Cuba.
  10. Thomas G. Paterson, Contesting Castro: The United States and the Triumph of the Cuban Revolution (New York: Oxford University Press, 1994).
  11. Don Bohning, The Castro Obsession: U.S. Covert Operations against Cuba, 1959-1965 (Washington, DC: Potomac Books, 2006); Morris Morley y Chris McGillion, eds. Cuba, the United States, and the Post-Cold War World: The International Dimensions of the Washington-Havana Relationship (Gainesville, FL: University Press of Florida, 2005).
  12. Elizabeth Abbott, Haiti: A Shattered Nation (New York: Overlook, 2011); Frank Moya Pons, The Dominican Republic: A National History, 3rd ed. (New York: Marcus Weiner Publishing, 2011); Jonathan Hartlyn, The Struggle for Democratic Politics in the Dominican Republic (Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 1998); John A. Booth, The End and the Beginning: The Nicaraguan Revolution, 2nd ed. (Boulder, CO: Westview, 1985).
  13. Thomas O'Brien, The Century of U.S. Capitalism in Latin America (Albuquerque, NM: University of New Mexico Press, 1999); Paul J. Dosal, Doing Business with the Dictators: A Political History of United Fruit in Guatemala, 1899-1944 (New York: Rowman & Littlefield Publishers, 1995); Lester D. Langley, The Banana Men: American Mercenaries and Entrepreneurs in Central America, 1880-1930 (Lexington, KY: The University Press of Kentucky, 1995).
  14. Jason M. Colby, The Business of Empire: United Fruit, Race and U.S. Expansion in Central America (Ithaca, NY: Cornell University Press, 2011); Stephen Striffler y Mark Mobert, eds., Banana Wars: Power, Production and History in the Americas (Durham, NC: Duke University Press, 2003).
  15. Winston James, Holding Aloft the Banner of Ethiopia: Caribbean Radicalism in Early Twentieth-Century America (New York: Verso, 1999).
  16. Knut Walter, The Regime of Anastasio Somoza, 1936-1956 (Chapel Hill, NC: University of North Carolina Press, 1993); Eric Roorda. The Dictator Next Door: The Good Neighbor Policy and the Trujillo Regime in the Dominican Republic, 1930-1945 (Durham: Duke University Press, 1998).
  17. Stephen Schlesinger y Stephen Kinzer, Bitter Fruit: The Story of the American Coup in Guatemala (Harvard University Press, 1999); Piero Gleijeses, Shattered Hope: The Guatemalan Revolution and the United States, 1944-1954 (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1991).
  18. Ilja A. Luciak, After the Revolution: Gender and Democracy in El Salvador, Nicaragua and Guatemala (Baltimore, MD: Johns Hopkins University Press, 2001), 32-33.
  19. Wood, 8-9.
  20. Commission for Historical Clarification, "Human rights violations, acts of violence and assignment of responsibility," Guatemala: Memory of Silence (1999), véase http://shr.aaas.org/guatemala/ceh/report/english/conc2.html.
  21. James Ferguson, Papa Doc, Baby Doc: Haiti and the Duvaliers (New York: Blackwell Publishers, 1988), 57-58; Christopher Mitchell, "U.S. Policy toward Haitian Boat People, 1972-93," Annals of the American Academy of Political and Social Science 534 (Julio 1994), 70.
  22. Véase http://www.census.gov/prod/2010pubs/acsbr09-18.pdf.
  23. Jesse Hoffnung-Garskof, A Tale of Two Cities: Santo Domingo and New York after 1950 (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2008), 70-80.
  24. García, Seeking Refuge, 84-89.
  25. Tal y como resume este proceso Elizabeth Jean Wood, “La Guerra civil salvadoreña fue una lucha de clases. La perdurable alianza oligárquica entre la élite económica y los militares llevó a una sociedad desigualitaria en la que la mayoría de los salvadoreños fueron excluidos de las pocas oportunidades disponibles. La respuesta a esta alianza fueron los movimientos sociales de la década de 1970 y las demandas por una reforma económica e inclusión política se tradujeron en represión en vez de compromiso” Véase Wood, Insurgent Collective Action and Civil War in El Salvador (New York: Cambridge University Press, 2003), 11.
  26. Wood, 9; Garcia, Seeking Refuge, 22-26; LeoGrande, 49-50;
  27. LeoGrande, 48-50.
  28. Janet Schenck, El Salvador: The Face of Revolution (Boston: South End Press, 1981), 60-62; García, 23; LeoGrande, 61; 63-64
  29. Human Rights Watch, El Salvador's Decade of Terror: Human Rights Since the Assassination of Archbishop Romero (New York: octubre 1991).
  30. Citado en Malissia Lennox, "Refugees, Racism and Reparations: A Critique of the United States' Haitian Immigration Policy," Stanford Law Review 45: 3 (febrero 1993), 709.
  31. García, Seeking Refuge, 113.
  32. Lennox, 704.
  33. LeoGrande, 89, 110-115, 121, 289, 298; LaFeber, 300-304; García, Seeking Refuge, 174 n.23.
  34. García, Seeking Refuge, 113-115.
  35. Ibid., 87-88.
  36. Torres, 72, 80; García, Havana USA, 22-30, 36-37, 41-45, 84-86, 216 n.26, 216 n.28, 217-218 n.41.
  37. Torres, 72.
  38. Estas historias no han sido publicadas como trabajos académicos. Sin embargo, las conozco gracias a mi experiencia personal y académica como hija de exiliados cubanos con profundas raíces en Miami.
  39. Miguel de la Torre, La Lucha for Cuba: Religion and Politics on the Streets of Miami, (Berkely, CA: University of California, 2003) 73.
  40. Garcia, Havana, USA, 29.
  41. Ibid., 26-30; 40-41.
  42. Ibid., 29; 41.
  43. Ibid. 42.
  44. Eckstein, 49-51.
  45. Hector R. Romero, "Life in Exile: My Perspective" en ReMembering Cuba: Legacy of a Diaspora, editado por Andrea O'Reilly Herrera (Austin, TX: University of Texas Press, 2001), 19.
  46. García, Havana USA, 140; 144.
  47. Guerra, Visions of Power, 4.
  48. Torres, 75-76.
  49. Ramón Grosfoguel y Chloe S. Georas, "Latino Caribbean Diasporas in New York" en Mambo Montage: The Latinization of New York (New York: Columbia University Press, 2001), 97-118; Torres, 74, 77.
  50. Robert Levine, Secret Missions to Cuba: Fidel Castro, Bernardo Benes and Cuban Miami (New York: Palgrave, 2001); María de los Angeles Torres, In the Land of Mirrors: Cuban Exile Politics in the United States (Ann Arbor, MI: University of Michigan Press, 2001).
  51. Lillian Guerra, "Elián González and the "Real Cuba" of Miami: Visions of Identity, Exceptionality and Divinity," Cuban Studies / Estudios Cubanos (2007) 1-25.
  52. Eckstein, 34-38.
  53. Ibid., 96-97.
  54. 63.  Cuban Research Institute, "2011 Cuba Poll", página 10. PDF disponible en http://cri.fiu.edu/research/cuba-poll/
  55. Joshua E.S. Phillips, The Washington Post (17 agosto 2003), W: 06.
  56. "Memphian Carranza Found Guilty of Human Rights Abuses," Memphis Daily News 124: 54 (19 marzo 2009), 1.
  57. David González, "Torture Victims in El Salvador Are Awarded $54 Million," The New York Times (24 julio 2002), A8.
  58. Juanita Darling, "Unsolved Murder Weakens Faith in Guatemalan Justice System," Los Angeles Times (30 mayo 1999), 3.
  59. N.C. Aizenman, "Exhuming the Past in a Painful Quest: Guatemalan Victims' Families Seek Closure, Justice," The Washington Post (28 septiembre 2006), A1.
  60. En 1988, un juez federal declaró al INS culpable de discriminación contra los salvadoreños y de favorecer la deportación automática en favor de la política extranjera de los Estados Unidos. Un año después, otras pruebas también demostraron la colaboración entre el INS y las fuerzas de seguridad salvadoreñas encubriendo el asesinato de seis curas jesuitas, su cocinera y su hija a manos del ejército nacional. Véase “Judge Tells U.S. to Stop Coercion of Salvadorans Seeking Asylum” The New York Times (1 mayo 1988) A1; "Why Apologize for El Salvador?" The New York Times (25 diciembre 1989), 1: 30; "Asylum for the Abusers," The Washington Post (14 junio 1999), A21.
  61. Juliana Barbassa, "Torture Victims Find Justice in U.S. Court," Los Angeles Times (25 febrero 2007), B7.
  62. Beth Verhey, "The Demobilization and Reintegration of Child Soldiers: El Salvador Case Study," UCA/UNICEF Executive Summary (Washington, DC: 2000), 7-9; esta experiencia fue llevada a las pantallas cinematográficas en Las Voces Inocentes, dirigida por Luis Mandoki (Mexico, DF: 20th Century Fox and Altavista Films), 2004. La autora agradece a Jocelyn Courtney por facilitarme estas fuentes. Courtney escribió una brillante tesis, todavía sin publicar, sobre los niños soldados de El Salvador para Yale College bajo mi supervisión en 2007.
  63. U.S. Department of State, El Salvador, Country Reports on Human Rights Practices, 2004 (Washington, DC: Bureau of Democracy, Human Rights and Labor, 2005).
  64. If the Mango Could Speak: A Documentary about Children and War in Central America, dirigida por Patricia Goudvis (New Jersey: New Day Films, 1993); Michael Wessells, Child Soldiers: From Violence to Protection (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2006), 31-35.
  65. Tom Hayden, "Peace is Breaking Out Among Salvadoran Gang Members," The Nation (14 mayo 2012), http://www.thenation.com/print/article/167875/peace-breaking-out-among-salvadoran-gang-members.
  66. Anne-Marie O'Connor, "Out of the Ashes; Helping Torture Survivors Heal is Becoming a Public Health Specialty," Los Angeles Times (22 octubre 200), E1; Thomas H. Maugh, "Immigrants Suffer Legacy of Violence," Los Angeles Times (6 agosto 2003), B7.
  67. Leslie Berestein, "Look Homeward, Angels: Salvadoran Refugees in LA have Joined Forces to Help Rebuild Their War-Torn Homeland," Los Angeles Times (16 abril 1995), 12;
  68. Lynn Stephen y María Teresa Tula, Hear My Testimony: María Teresa Tula, Human Rights Activist of El Salvador, traducido y editado por Lynn Stephen (Cambridge, MA: South End Press, 1999).
  69. Margaret Ramírez, "Symbol of El Salvador Goes North," Los Angeles Times (28 julio 2000), 1.
  70. Reed Johnson, "Salvaging El Salvador: A Week of Multimedia Events in LA brings the country's murky past out of the shadows," Los Angeles Times (23 octubre 2009), D1.
  71. Frank Shyong, "LA Salvadoran Community Sees Hope Along a New Corridor," Los Angeles Times (9 septiembre 2012), latimes.com/news/local/la-me-salvadorans-20120910,0,7437736.story

 

Las opiniones y conclusiones contenidas en este documento pertenecen a sus autores y no deben interpretarse como representativas de las opiniones o políticas del gobierno estadounidense. La mención a marcas registradas o productos comerciales no conlleva la aprobación del gobierno de los EE.UU. 

 

Last updated: July 10, 2020