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7. Deportes

Más allá del héroe deportista latino: La función de los deportes en la creación de comunidades, redes e identidades

José M. Alamillo
New York Cubans baseball sign NY Public Library
The Dyckman Oval, once home to the New York Cubans baseball team. Photo courtesy New York Public Library.

El barrio La Colonia en la ciudad de Oxnard, California, es señalado por sus crímenes y pandillas callejeras, pero también conocido por producir algunos de los campeones latinos más fuertes en el deporte del boxeo. En 1978, el capítulo de la Organización de Servicios Comunitarios encabezó un esfuerzo de toda la ciudad para formar el Club de Boxeo Juvenil La Colonia, con el objetivo de ayudar a mantener a los jóvenes lejos de la vida de las pandillas y cerca de los deportes. El entrenador de boxeo y líder comunitario de toda la vida Louie “Tiny” Patiño inició el programa de jóvenes en su patio trasero y luego recibió el apoyo financiero de la ciudad para abrir un gimnasio de boxeo en La Colonia. Funcionarios de la ciudad vieron el potencial de ayudar a jóvenes con problemas y crear una imagen positiva del vecindario. Patiño contó con la ayuda de Eduardo García, un ex trabajador agrícola de fresas convertido en entrenador de boxeo, para operar el club de boxeo y mantener a los niños fuera de problemas.

El Club de Boxeo Juvenil La Colonia se convirtió en un refugio seguro para muchos jóvenes latinos con problemas quienes tiempo después se convirtieron en los mejores boxeadores profesionales. Uno de ellos fue el joven de 16 años de edad Fernando Vargas. Vargas, un niño crispado sin figura paterna, fue expulsado de la escuela y se dirigía a las calles peligrosas hasta que se encontró con el gimnasio de boxeo. Bajo la guía de García, Vargas acumuló un récord amateur extraordinario con 100 victorias y 5 derrotas, y cuando llegó a ser profesional, se convirtió en el boxeador más joven en ganar el título de peso medio ligero mundial. Eduardo García también entrenó a otros boxeadores como Víctor Ortiz, Brandon Ríos, Miguel Ángel García, Danny Pérez, y su hijo Robert García. Debido al entrenamiento y la orientación de Patiño y García, el Club de Boxeo Juvenil La Colonia se hizo conocido como “La Casa de Campeones” en los círculos de boxeo por producir púgiles de primera con cinturones de campeonato[1].

Empiezo con la historia del Club de Boxeo Juvenil La Colonia para mostrar que los atletas latinos no solamente se convierten en héroes deportivos a través de logros individuales. Más bien, ellos reciben apoyo a lo largo del camino por parte de una red de líderes comunitarios, entrenadores, familiares, amigos y aficionados. Los periodistas y los académicos convencionales han tendido a centrarse más en las estrellas deportivas profesionales e individuales que han superado barreras para convertirse finalmente en grandes campeones. Sin embargo, reducir o simplificar la historia de los deportes latinos solamente alrededor de campeones individuales oscurece las comunidades históricas y las redes sociales que ayudaron a crearlos[2]. Utilizo el término “latino” cuando se habla de las personas, tanto hombres como mujeres, que nacieron y/o se criaron en los EE.UU., pero que son originales de Latinoamérica y el Caribe. En ocasiones usaré el término “latino” para hablar en concreto de personas del sexo femenino de descendencia latinoamericana. Usaré “latinoamericano” para referirme a aquellos atletas emigrados de Latinoamérica a los EE.UU. para participar en actividades deportivas profesionales o universitarias. Al igual que otras prácticas culturales, el deporte ha involucrado a latinos que pueden escrutar sus raíces en varias generaciones dentro de los Estados Unidos y los que llegaron recientemente como atletas migrantes[3].

Este ensayo se centrará en las experiencias deportivas latinas en los EE.UU. desde el siglo IXX hasta el presente, con énfasis en deporte profesional, escolar y aficionado. Voy a destacar los deportes específicos en los cuales han participado latinos, como el rodeo, béisbol, boxeo, fútbol americano, baloncesto, fútbol y otros deportes. Debido a que los latinos abarcan una considerable diversidad a través y dentro de los diferentes subgrupos, es importante prestar atención a los orígenes nacionales de los jugadores y a sus comunidades, que proporcionaron una red de apoyo y una base de aficionados. La primera sección examinará las barreras principales que impiden que los latinos participen en los deportes norteamericanos. La segunda sección se enfoca en la participación de los latinos en el rodeo, béisbol, boxeo, baloncesto, fútbol americano, fútbol, tenis, golf y hockey. La última sección explorará la historia de las atletas latinas. Aunque no es un fenómeno nuevo, la mayoría de los académicos han omitido la historia deportiva de las mujeres latinas.

Los latinos han tenido un gran impacto en los deportes estadounidenses desde principios del siglo XIX. Como para otros grupos inmigrantes, los deportes facilitaban el ajuste de los recién llegados latinos a la sociedad urbana, y los incorporó a ellos y a sus hijos a la cultura estadounidense general al mismo tiempo que les permitía mantener su identidad étnica. En un contexto de oportunidades económicas limitadas y discriminación racial, el deporte ofreció a los latinos un refugio y una vía de escape de las sombrías realidades sociales que encontraban en el trabajo y en la comunidad. De este modo, el campo de juego se convirtió en un espacio clave para que los atletas latinos y latinas (re)negociaran temas de relación racial, nacionalismo y ciudadanía con el fin de ganar un sentido de pertenencia en una tierra ajena. Los deportes han representado también una parte esencial de la cultura juvenil desde las ligas menores hasta la escuela secundaria, al enseñar a chicos y chicas cómo jugar y cómo comportarse según las normas sociales para cada género. Para los jóvenes varones, la participación en deportes representó una manera de expresar su identidad masculina, y para las jóvenes, debido a una larga trayectoria de exclusión, los deportes adquirieron mayor importancia: poder ser tomadas seriamente y alcanzar la igualdad de género.

Principales obstáculos para los atletas latinos

La participación de los latinos en los deportes ha sido moldeada por su estatus racial, de clase y de género en los EE.UU. El coste económico de esa participación ha supuesto un obstáculo importante. Para muchas familias latinas luchando para que el dinero alcance, el trabajo era la prioridad para todos los miembros, no interesarse por los deportes. Los costes asociados con el equipamiento, el transporte, la formación y otros gastos a menudo hacían difícil que los padres pudieran inscribir a sus hijos en deportes organizados. Durante la primera mitad del siglo XX, los niños de familias mexicanas y puertorriqueñas enfrentaron un sistema escolar público segregado con maestros de escasa formación, la prohibición de hablar español, un énfasis en un currículum profesional y escasas oportunidades para la educación física[4]. Los escasos individuos que asistían la escuela secundaria tenían más oportunidades de practicar deportes, pero todavía tenían que superar estereotipos negativos sobre su capacidad académica y física.

Algunos investigadores han demostrado que los exámenes de inteligencia con estudiantes mexicanos, afroamericanos y de otros orígenes durante los años 20 dio pie a cursos de formación profesional y segregación escolar[5]. Menos conocidos eran los exámenes de habilidad atlética realizados durante el mismo período, que permitían a maestros y entrenadores discriminar a grupos minoritarios como físicamente inferiores e incapaces de practicar deportes[6]. El antiguo entrenador del equipo de baloncesto de la Universidad de Michigan, Elmer D. Mitchell, publicó una serie de artículos en 1922 con el título “Rasgos raciales en el atletismo” en la American Physical Education Review. Mitchell hizo “observaciones científicas” de 15 “razas” para clasificar su habilidad atlética. El nivel más alto incluía atletas estadounidenses, ingleses, irlandeses y alemanes, con una capacidad superior. El nivel intermedio comprendía escandinavos, “latinos” (ʻLatinʼ en el original inglés), holandeses, polacos y “negros”, quienes mostraban cierto potencial para la competición. Y en el nivel con los rasgos considerados inferiores aparecían judíos, indios, griegos, asiáticos y sudamericanos. Bajo la categoría “latinos”, Mitchell indicaba que “el atleta español tiende a una disposición indolente. Presenta un menor autocontrol que el francés o el italiano […] y es cruel, como lo demuestran las corridas de toros en México y España”[7]. Según Mitchell, el atleta “sudamericano no dispone del físico, entorno o disposición para convertirse en un campeón de atletismo […] Su clima no estimula el ejercicio vigoroso, y por ello el latinoamericano común, aunque sea un amante de los deportes, prefiere el rol de espectador al de jugador”[8]. A pesar de su interés deportivo, los investigadores defendían que las razas “latinas” poseían características físicas inferiores y supuestamente intrínsecos de su constitución física. Estos artículos demuestran como la ciencia racial y la educación física se entrecruzaron en el sistema educativo nacional con graves consecuencias para la participación latina en los deportes.

Hacia los 30 y 40, los factores culturales llegaron a reemplazar a los biológicos como explicación central acerca del pobre rendimiento atlético de los latinos. Reformistas sociales durante la Era Progresista comenzaron a enfocarse en los inmigrantes latinos y sus hijos para enseñarles inglés y cambiar sus valores culturales a través de programas “americanizadores”[9]. Educadores físicos, supervisores de parques infantiles, funcionarios de centros recreativos y directores de la Asociación Cristiana de Jóvenes (YMCA, por sus siglas en inglés) juzgaron a los latinos como individuos deficientes a nivel cultural que necesitaban entrenamiento y formación física para aprender “buena ciudadanía”[10]. Estos reformistas razonaron que, con las adecuadas oportunidades deportivas, los jóvenes mexicanos podrían potencialmente convertirse en ciudadanos estadounidenses leales, disciplinados y saludables. El sociólogo Emory Bogardus promovió más “educación sana” para los inmigrantes mexicanos que los mantuviera alejados de las cantinas, las salas de billar y los centros de apuestas[11]. En las escuelas públicas, se animaba a los maestros de educación física a crear clubes deportivos para fomentar el trabajo en equipo y un positivo espíritu deportivo. Un director de una “escuela mexicana” razonó los planes para formar un “equipo de béisbol” en torno a su creencia de que “estos jóvenes precisan de actividades sanas y sienten ansias, las mismas que sus mayores, de progresar en la vida”[12]. Mientras que los programas de “americanización” promovían la participación latina en los deportes estadounidenses, sus resultados no parecían tan exitosos respecto a sus objetivos de asimilación. En lugar de eso, los latinos usaron los deportes para desafiar los estereotipos negativos sobre su habilidad atlética y expresar las identidades culturales y nacionales de su elección[13]. Algunos atletas utilizaron los deportes para establecer lazos transnacionales con sus países de origen y conservar su identidad nacional, mientras que otros adoptaron una identidad compuesta o híbrida que los conectaba a ambos mundos, y el resto escogían asimilarse como parte de la identidad estadounidense[14].

A pesar de los logros alcanzados en el campo de juego, los medios deportivos anglohablantes han continuado malinterpretando y tergiversando a los deportistas latinos. Los periodistas de deportes estadounidenses han recurrido a estereotipos raciales y de género al presentar a los atletas latinos[15]. Las barreras lingüísticas y culturales entre estos atletas y los escritores y presentadores deportivos han contribuido a generar sentimientos negativos en ambos grupos. Por ejemplo, a Roberto Clemente, jugador puertorriqueño de béisbol con dificultades para expresarse en inglés, le molestaban los periodistas de deportes porque a menudo lo citaban fonéticamente por escrito, y eso le daba apariencia de ser iletrado y poco educado. Otros beisbolistas latinoamericanos fruncieron el ceño cuando los periodistas “americanizaban” sus nombres españoles[16]. Algunos atletas latinos se quejaron sobre la falta de contratos comerciales y compromisos televisivos a causa de un aparente hándicap lingüístico[17]. Otro estereotipo común atribuido a los beisbolistas latinoamericano era el descriptor “buena visión, sin pegada” que valoraba sus destrezas defensivas, pero devaluaba su capacidad bateadora[18]. Estos estereotipos negativos en los medios deportivos no quedaron sin respuesta. Algunos atletas decidieron hablar sólo con periodistas hispanohablantes. Otros emplearon sus destrezas en inglés para construir su propia imagen pública. Por ejemplo, el jugador de tenis mexicano-americano Richard “Pancho” Gonzalez usaba su imagen de “chico malo” para intimidar a sus oponentes en la cancha, y amenazó varias veces con renunciar a su ciudadanía estadounidense y jugar por México si no se le concedía un mejor tratamiento en los medios impresos[19].

Participación de los latinos en deportes

Rodeo

Los latinos han practicado deportes desde la llegada de los españoles a la costa este de Florida en 1513. Los colonos españoles y mexicanos participaron asimismo en apuestas relacionadas con el juego del monte (con cartas) y las peleas de gallos. Al crecer en importancia la economía ranchera, también lo hicieron las actividades deportivas vinculadas a los caballos como los concursos de monta y lazo o las carreras. Otro deporte popular fue las corridas de osos y de toros hasta su prohibición en 1885 por parte de la asamblea legislativa de California, que las declaró “deporte sangriento”. En las últimas décadas del siglo XIX, los anglohablantes recién llegados construyeron circuitos para carreras de caballos y otros eventos ecuestres[20].

El deporte ecuestre que influyó en el rodeo norteamericano fue la charrería. Los orígenes de esta actividad se remontan al siglo XVI, cuando los españoles introdujeron los caballos en el Nuevo Mundo[21]. Al principio, la función esencial de estos animales era acompañar al ganado y facilitar el transporte en los ranchos. Con el tiempo, los vaqueros españoles desarrollaron un complejo repertorio de destrezas de equitación que dieron pie a la organización de concursos de monta y lazo. Jinetes mexicanos, también conocidos como charros, adaptaron esos concursos en un nuevo deporte, la charrería. En concreto, el estilo festivo de los trajes charros junto con un muy elaborado desfile, la coronación de la reina, la música mariachi y el ejercicio de hábiles destrezas hicieron que la charrería se convirtiese en el deporte nacional de México. En la actualidad, todavía se practica la charrería a ambos lados de la frontera, y es considerada como la precursora del actual rodeo norteamericano[22].

Hacia el siglo XVIII, la industria ranchera creció en el Suroeste de EE.UU., y se contrataba a charros mexicanos para trabajar en las grandes explotaciones junto con los vaqueros angloamericanos. Los rodeos tenían lugar al menos una vez al año en distintos ranchos después de recoger y contar el ganado. En California, se promulgaron estrictas leyes para regir el funcionamiento de los rodeos[23]. Después de que los Estados Unidos anexionaron casi la mitad del territorio mexicano en 1848, la cultura de las actividades ganaderas angloamericanas se amplió para incorporar a los charros mexicanos. Estos se convirtieron en una notable parte de la fuerza laboral y en destacados participantes de los “espectáculos de rodeo” y los “torneos de vaqueros” a lo largo de todo el Suroeste[24]. A la edad de 15 años, Jose Barrera (también conocido como “Mexican Joe”), nativo de San Antonio, ya era una estrella en el deporte del lazo y recorría Estados Unidos y Europa como parte del espectáculo sobre el Salvaje Oeste de Pawnee Bill[25]. Estos eventos de la última década del siglo XIX también presentaban al más famoso jinete y artista del lazo, Vicente Oropeza, todavía considerado como una leyenda charra en su ciudad natal de Puebla, México. Oropeza ganó numerosas competiciones de lazo y, como parte de los espectáculos sobre el Salvaje Oeste de Buffalo Bill, alentó a muchos espectadores a practicar el deporte del rodeo. Hasta su muerte en 1923, Oropeza continuó compitiendo en uno y otro lado de la frontera, y en 1975 fue incorporado a la Sala de Fama Nacional de Vaqueros en Oklahoma City[26]. Durante la década de 1920, comenzaron a aparecer ciertas diferencias entre rodeo y charrería. Una de las más destacadas es que el rodeo es un deporte individual que pone más énfasis en la velocidad y la resistencia, mientras que la charrería es un deporte de equipo con más atención en estilo, tradición y ritual.

Béisbol

El béisbol es el deporte en que los latinos han desarrollado una larga tradición de participación y logros atléticos, y en el que forman el grupo minoritario más numeroso. Aunque muchos juzgan esta circunstancia como un fenómeno reciente, los latinos han sido parte de esta actividad deportiva desde sus principios en el siglo XIX. Cuando los estudiantes cubanos en los EE.UU. viajaban de regreso a la isla, compartían el béisbol con sus amigos y familiares. Además, a la vez que los EE.UU. extendían su presencia militar y comercial en Cuba hacia finales del siglo XIX, el béisbol fue adoptado por los cubanos como una manera de acercarse a la modernidad y acercarse a la independencia de España[27]. El béisbol se extendió pronto entre otros países latinoamericanos a medida que marinos, mineros, trabajadores ferroviarios y misioneros de EE.UU. organizaban partidos de exhibición con equipos locales.

En cierta medida, el béisbol evolucionó en los EE.UU. debido a las importantes aportaciones de jugadores latinos nacidos en el país y de otros de origen latinoamericano. Uno de los primeros latinoamericanos que participaron en las grandes ligas de béisbol estadounidenses fue Esteban Bellán. En 1863, Bellán dejó su ciudad natal de La Habana, Cuba, para estudiar en Fordham University, ubicada en la ciudad de Nueva York, donde él aprendió a jugar béisbol y más tarde se unió a los Troy Haymakers como tercera base hasta 1872. Los Haymakers se incorporaron a la Asociación Nacional, que después se convirtió en la Liga Nacional, donde se rebautizaron como los New York Giants. Otro pionero en el béisbol de las grandes ligas fue Vincent Irwin “Sandy” Nava, nacido en San Francisco en 1850 de padres mexicanos. Este jugador escondió a menudo su herencia étnica usando el nombre “Irwin Sandy” o “Vincent Irwin”, pero no hizo lo mismo con su gran habilidad como receptor. Tras entrar en los Providence Grays en 1882, comenzó a promover su herencia “española” por motivos comerciales[28].

Del mismo modo que la circulación de inmigrantes latinoamericanos en la población general ha crecido en las últimas dos décadas, se ha observado un aumento de jugadores latinos en las grandes ligas. El porcentaje de estos deportistas creció del 13% en 1990 a casi un 30% en 2006[29]. Ahora prácticamente todas las plantillas de las grandes ligas incluyen un jugador de origen latinoamericano. A pesar de las excepcionales historias de jugadores latinos que escapan de la pobreza para alcanzar el éxito en las grandes ligas, ellos todavía se enfrentan a desafíos como tener que aprender una nueva cultura y lengua, y a navegar a través de los obstáculos raciales.

Durante mucho tiempo, el béisbol profesional se ha definido a sí mismo como el “entretenimiento nacional” y el símbolo del “crisol de culturas” estadounidense. Sin embargo, la metáfora del crisol de culturas se aplicó solamente a los hijos de inmigrantes europeos a quienes se alentaba a olvidar su etnicidad para convertirse en estadounidenses. El béisbol reflejó las prácticas de segregación racial de la sociedad del país al excluir a los afroamericanos de este pasatiempo nacional hasta que Jackie Robinson se incorporó a los Brooklyn Dodgers en 1947. Por su parte, los latinos ocupan un lugar único en la historia racial del béisbol, no completamente excluidos como los afroamericanos, pero no completamente aceptados como los euroamericanos; más bien, se les ubicó en un estado racial intermedio. Antes de la integración racial de este deporte, había cerca de cincuenta jugadores latinoamericanos de piel clara en las ligas mayores, principalmente cubanos. El libro Viva Baseball de Samuel Regalado relata los motivos de esos deportistas para dejar su país, sus encuentros con el racismo y las barreras lingüísticas, sus dificultades con la prensa y su “apetito especial” para demostrar su valía dentro y fuera del diamante[30].

Después de 1947, el número de jugadores latinos aumentó el doble con el flujo de afro-latinos durante los 50 y los 60. Excluidos de las grandes ligas blancas, muchos afro-latinos entraron en las ligas negras y latinoamericanas, donde fueron tratados con respeto y juzgados según sus destrezas atléticas. A medida que los afro-latinos entraron en las grandes ligas, experimentaron un estigma doble. Como Adrian Burgos Jr. muestra en Playing Americaʼs Game, se convirtieron en pioneros raciales en las plantillas de los equipos importantes y, como Jackie Robinson, deberían recibir el mismo reconocimiento por su trabajo de integración[31]. Mientras que muchos estadounidenses pueden identificar a Roberto Clemente como la primera superestrella latina por sus impresionantes destrezas beisbolistas y actos de humanitarismo, muy pocos recuerdan la historia de Orestes “Minnie” Miñoso[32]. Considerado como el “Jackie Robinson latino”, Miñoso fue el primer afro-latino en las grandes ligas en 1949, el primero en incorporarse en el equipo de los Chicago White Sox y el primer afro-latino que apareció en un Partido de las Estrellas. Hasta hoy día, la Sala de Fama Nacional del Béisbol continúa negándole a Miñoso el reconocimiento que merece por preparar el camino de entrada de los jugadores latinos en las grandes ligas.

La participación latina en los deportes no se limitaba a los jugadores, sino que también incluía una red de entrenadores, gerentes, propietarios y aficionados. Una figura clave que abarcó todos estos roles fue Alejandro (Alex) Pompez, un afro-cubano criado en La Habana, Cuba, y en Tampa, Florida, que más adelante se mudó a Harlem, donde fundó los New York Cubans. Como propietario de este este equipo de la Liga Negra desde 1916 hasta 1950, Pompez recurrió a sus destrezas bilingües/biculturales y a sus contactos transnacionales para reclutar talentosos jugadores en el Caribe y Latinoamérica para las ligas negras. En su búsqueda de un espacio local para el equipo, Pompez alquiló el estadio Dyckman Oval a la ciudad en 1935 y después colocó luces, convirtiéndolo así en el primer recinto de Nueva York con ese complemento. Este lugar histórico merece reconocimiento por ser el hogar de los New York Cubans. Después de que el equipo se disolviera en 1950 debido al decreciente apoyo de los aficionados y a la integración del béisbol, Pompez se convirtió en el principal buscador de talentos latinoamericanos de los New York Giants, trabajando sin descanso en un segundo plano para asegurar que los afroamericanos y latinos gozaran de oportunidades justas para participar en las grandes ligas[33]. Treinta y cuatro años tras su muerte en 1974, Pompez recibió el reconocimiento de Cooperstown al ser por fin admitido en la Sala de Fama Nacional de Béisbol.

Al ser incapaces de escoger sus equipos y destinos, los jugadores profesionales de béisbol latinos se encontraban a menudo separados de sus comunidades. Su soledad se aplacaba cuando podían unirse a equipos de ligas menores ubicados cerca de vecindarios latinos, donde disfrutaban de un fuerte apoyo de los simpatizantes y de una cultura y lengua comunes[34]. En el contexto del barrio, los equipos aficionados y semiprofesionales funcionaban como importantes instituciones comunitarias que cumplían con propósitos múltiples. Los partidos dominicales de béisbol se convirtieron en un popular modo de entretenimiento familiar y una manera de construir un sentimiento de comunidad[35]. Para los jóvenes hijos de familias mexicanas inmigrantes, los clubes de béisbol representaron un vehículo de expresión de nuevas formas de identidad cultural y masculina[36]. Los entrenadores y jugadores mexico-americanos también desarrollaron destrezas de liderato y equipo que resultaron fundamentales para las luchas políticas en pro de los derechos sindicales y civiles[37]. La historia de los Chorizeros de Carmelita en East Los Angeles ilustra los fuertes vínculos comunitarios entre el béisbol, las pequeñas empresas, los escritores de deportes y los aficionados. En 1946, la empresa Carmelita Company, que vendía salchichas de cerdo a tiendas locales, constituyó un equipo de béisbol llamado “Chorizeros” con residentes locales mexico-americanos. El equipo creó su cancha local en Belvedere Park, East Los Angeles, donde ganó numerosos campeonatos ligueros. Con el continuo liderato de su gerente Manuel “Shorty” Perez, los Chorizeros se hicieron famosos como los “New York Yankees de East Los Angeles”. En 2009, el Proyecto de Historia del Béisbol Latino y el Relicario de Béisbol (Baseball Reliquary, en inglés) encabezaron una campaña para reconocer a los Chorizeros y a Shorty Perez con una placa conmemorativa en el área derecha del diamante en el estadio de Belvedere Park[38].

Fútbol americano

Se suele creer que como el fútbol americano exige cuerpos grandes y fuertes, muy pocos latinos han podido incorporarse a este deporte. Sin embargo, desde 1929 unos 96 latinos han formado parte del fútbol americano profesional[39]. En los primeros años de este deporte, los latinos eran reclutados principalmente como pateadores, pero desde los 70 han ocupado un amplio abanico de posiciones. A medida que más latinos asistían a universidades con becas para fútbol americano, comenzaron a ganarse la atención de la Liga Nacional de Fútbol (NFL, por sus siglas en inglés). Entre los jugadores latinos profesionales figuran Manny Fernández, Joe Kapp, Tom Flores, Ted Hendricks, Efren Herrera, Anthony Muñoz, Jim Plunkett, Jeff Garcia, Victor Cruz y Mark Sanchez.
Danny Villanueva fue uno de los primeros pateadores de ascendencia mexicana en la NFL. Aprendió cómo chutar jugando a fútbol con su padre y la Organización Americana Juvenil de Fútbol Soccer mientras crecía en Tucumcari, Nuevo Mexico, como parte de una familia de 12 personas. Con el apoyo familiar, comenzó a jugar fútbol americano en la escuela secundaria y con ello ganó una beca para asistir a la Universidad Estatal de Nuevo Mexico. Tras su graduación en 1960, se dedicó a la enseñanza de periodismo en la educación secundaria hasta que recibió una llamada para una prueba con Los Angeles Rams. Consiguió el puesto de puntero más alto y pasó cinco años con ese equipo, donde rompió el récord de promedio pateador con 45.5 en una temporada. Más tarde, contribuyó a que los Dallas Cowboys alcanzasen sus primeros playoffs. Después de alcanzar esos récords colectivos e individuales como pateador, Villanueva se retiró del fútbol americano con 29 años para convertirse en un ejecutivo de la televisión. Como fundador de las cadenas hispanohablantes Telemundo y Univisión, Villanueva empleó su experiencia deportiva como plataforma para llegar a ser un exitoso y multimillonario hombre de negocios. Según Villanueva, haberse encontrado en situaciones de alta presión pateando balones en la cancha le sirvió para mantener la calma y lograr grandes metas fuera de ella[40]. En 1991, creó una beca para estudiantes latinos en su antigua universidad.

La historia del fútbol americano latino no se limita a estrellas individuales de la NFL, sino que también incluye el esfuerzo colectivo de compañeros, entrenadores y aficionados. La historia del equipo de fútbol americano de la Escuela Secundaria Donna que ganó el campeonato de Texas ejemplifica la importancia de los deportes para la comunidad local. Ubicada en el valle del Río Grande al sur de Texas, Donna era una población racialmente dividida, pero los mexico-americanos y los blancos llegaron a unirse para apoyar a su equipo de la escuela secundaria. Con Earl Scott y Benny La Prade como entrenadores, el equipo estaba formado por 10 mexico-americanos y 8 blancos. Se les consideraba los posibles perdedores antes un equipo muy bien clasificado del centro norte de Texas, y sin embargo dieron la gran sorpresa ganando el título estatal de 1961. Para los jugadores mexico-americanos que trabajaban como obreros migrantes junto a sus padres, esta victoria demostró “lo que [los mexicanos] podían hacer si se les daba una oportunidad”[41]. Los mexicano-americanos sintieron tanto orgullo de esta victoria que llevaron a cabo un peregrinaje religioso a una capilla católica en honor del equipo. El historiador Jorge Iber averiguó que el fútbol americano ayudó a los jugadores de Donna a desarrollar una fuerte confianza en sí mismos que los llevó a graduarse con éxito, lograr títulos universitarios y finalmente convertirse en miembros de la clase media[42]. La victoria de 1961 todavía continúa en el recuerdo de las reuniones anuales en el estadio de la Escuela Secundaria Donna, al que se bautizó con el nombre del entrenador La Prade.

Fútbol soccer

En una encuesta reciente, la Liga Mayor de Fútbol (MLS, por sus siglas en inglés) superó a la Liga Nacional de Hockey y la Asociación National de Baloncesto para llegar a ser el tercer deporte profesional con mejor asistencia de público en los EE.UU. según el promedio por partido. En 2012, los 19 equipos de la MLS entraron en su 17ª temporada con 78 jugadores nacidos en Latinoamérica[43]. La presencia de estos jugadores significa que más aficionados latinos llenarán los estadios de fútbol. Este deporte, el más popular del mundo, también conocido como soccer entre los hablantes de inglés, se ha abierto espacio en los EE.UU. en parte gracias a una creciente población latina y a los esfuerzos de mercadeo de la MLS. Con la esperanza de fomentar la asistencia de la población mexicano-americana del área de Los Ángeles, por ejemplo, la MLS añadió una nueva franquicia en 2005 con el nombre de “Club Deportivo Chivas USA”. Como su equipo base en Guadalajara, México, los Chivas USA pertenecían al millonario mexicano Jorge Vergara, que fundó el equipo porque la MLS carecía de la “pasión” del fútbol. La prueba de comercializar los Chivas USA para los simpatizantes latinos resultó limitada, no obstante, a causa de las restricciones de la Liga sobre el número máximo de jugadores internacionales asignado a cada equipo[44].

Antes de las MLS, los jugadores latinos de fútbol formaron parte de la Liga Norteamericana de Fútbol (NASL, por sus siglas en inglés) desde los 70 hasta principios de los 80. Las plantillas de los equipos de la NASL estaban dominadas por extranjeros, entre ellos Pelé. Este gran delantero brasileño jugó con los New York Cosmos desde 1975 hasta 1977, y ha sido considerado como el mejor futbolista en la historia de este deporte. Había 30 jugadores latinoamericanos en la NASL al inicio de los 70, pero ese número se redujo a la mitad a finales de esa misma década. Los Angeles Aztecs (1974-1981) usaron ese nombre precolombino para atraer a la población mexicana en el área metropolitana. Sin embargo, esa estrategia no funcionó porque no había jugadores latinos en su plantilla. La percepción general de que el fútbol era un deporte extranjero atosigaba a los propietarios de equipos en la NASL, preocupados por los efectos de esa actitud en los beneficios de taquillas, y por ello comenzaron a “estadounizar” el deporte con una nueva regla que forzaba a mantener futbolistas nacidos en el país en cualquier momento de un partido. Como respuesta, el entrenador y corresponsal deportivo Horacio “Ric” Fonseca acusó a la NASL de discriminación en contra de los latinos, ya fueran nacidos en los EE.UU. o en Latinoamérica. Para ello, puso como ejemplos a tres jugadores latinos de los “viejos” Aztecs que fueron intercambiados o traspasados porque “no ʻestadounizabanʼ el fútbol lo suficiente, como si los latinos nacidos en los EE.UU. no fueran de por sí estadounidenses”[45].

Para las comunidades latinas de este país, el fútbol ha constituido una fuente de orgullo cultural y un modo de mantenerse conectadas con su tierra natal[46]. Con canales de televisión por cable o satélite retransmitiendo partidos de fútbol desde todas partes del mundo, los aficionados pueden apoyar a equipos en sus ligas favoritas o a su selección nacional. Otros pueden continuar vinculados a su patria inscribiéndose a ligas de fútbol para personas adultas. Más que diversiones para el fin de semana, estas ligas representan clubes sociales con múltiples propósitos que han asistido a muchos inmigrantes latinos en el proceso de ajuste a la sociedad estadounidense, por ejemplo como foro para compartir información sobre empleo y vivienda[47]. Estas redes en torno al fútbol han reforzado los lazos familiares y sociales e integrado nuevos inmigrantes como parte de la comunidad local. A medida que estas personas se han ido instalando en los EE.UU., han organizado ligar de fútbol competitivas con el fin de conseguir campos de juegos y encontrar patrocinadores para las prendas deportivas. Los clubes latinos de fútbol en el área de Washington DC han ofrecido compañerismo y nostalgia de los lugares de origen a inmigrantes que han hecho de las canchas de fútbol auténticos “espacios culturales”[48]. Las ligas latinas de fútbol en Chicago y Detroit también han organizado y conservado organizaciones comunitarias que ofrecen clases de lengua, entretenimiento y otros servicios sociales para sus miembros[49].

A diferencia de otros deportes que disponen de canteras en escuelas secundarias y universidades, el fútbol ha contado primordialmente con un sistema de clubes juveniles para crecer y desarrollarse. Durante mucho tiempo, estos clubes se han establecido en comunidades suburbanas blancas de clase media o media-alta, en las cuales los grupos minoritarios han solido quedar fuera del circuito futbolístico[50]. La mayoría de jugadores latinos de clase trabajadora no pueden permitirse los altos costes de los clubes de fútbol derivados de los sueldos de los entrenadores y los viajes. En lugar de eso, muchos latinos siguen jugando en ligas comunitarias locales y en escuelas secundarias.

En su estudio sobre el equipo de fútbol de la escuela secundaria Richmond, Ilann Messeri descubrió que practicar este deporte resultaba más accesible para los estudiantes latinos porque las escuelas, los negocios locales y otros agentes en la comunidad daban apoyo económico al equipo. Los padres de los jugadores latinos también ayudaban a los equipos recaudando fondos, limpiando las canchas y cumpliendo labores de seguridad durante los partidos[51]. Messeri sostiene que, en contraste con los equipos que formaban parte de clubes de fútbol exclusivos, el de la escuela secundaria Richmond se convirtió en un importante espacio cultural para la comunidad latina de esa localidad.

No todas las escuelas secundarias se han mostrado dispuestas a crear un programa de fútbol, sin embargo. En A Home on the Field, Paul Caudros escribió sobre su esfuerzo para ayudar a los estudiantes latinos, muchos de ellos indocumentados, a establecer un equipo de fútbol en su escuela secundaria en Carolina del Norte. Él tropezó con bastante resistencia por parte de administradores escolares y entrenadores de fútbol americano. Uno de los obstáculos principales era que los padres latinos carecían de seguro médico y a menudo trabajaban por salarios muy bajos en plantas procesadoras de aves, y todo ello implicaba escasos recursos para favorecer las aspiraciones deportivas de sus hijos. Pero de todos modos consiguieron salir adelante. El equipo sufrió incidentes racistas y ataques de aficionados hostiles durante tres temporadas, pero tras ganar el campeonato estatal, ganaron más respeto entre administradores escolares y residentes de la comunidad[52].

Boxeo

El boxeo es uno de los deportes más populares entre los latinos nacidos dentro y fuera de los EE.UU. Una de las primeras superestrellas del cuadrilátero fue Aurelio Herrera. A pesar de algunos encuentros con la ley y la prohibición de combatir en el área de San Francisco, Herrera fue un noqueador contundente desde 1898 a 1909, tiempo en que participó en 94 combates profesionales, con 64 victorias y 14 derrotas. Fue arrestado varias veces por mendicidad, pasó tiempo en la cárcel y murió como un vagamundo alcohólico[53]. Tras Herrera, en los cuadriláteros del sur de California emergió una larga lista de luchadores de origen mexicano durante todo el siglo XX[54].

Antes de que Óscar de La Hoya fuese bautizado como el “Chico de Oro”, hubo otro boxeador profesional digno de ese sobrenombre. Art Aragon era un popular púgil durante los años 50 que no sólo mostraba enormes destrezas en esta actividad deportiva, sino que también llegó a ser una carismática estrella de cine con reputación de mujeriego. Nacido en Nuevo México y criado en East Los Angeles, Aragon comenzó a boxear en 1944 como peso ligero obteniendo un empate en el Auditorio Olímpico. En 1950, Aragon se ganó el respeto del mundo pugilístico al noquear a Enrique Bolanos, un muy valorado boxeador mexicano. Según Gregory Rodriguez, historiador de este deporte, Aragon era parte de la generación mexico-americana que buscaba ser incluida en las instituciones públicas de los EE.UU., y por ello llegó a ser una de las celebridades favoritas entre la gente de Hollywood y los periodistas deportivos de habla inglesa[55].

Desde los 50, el boxeo ha sido un “asunto negro y marrón”, con latinos por lo general controlando las categorías de pesos ligeros y afroamericanos ganando en las divisiones de pesos medios y pesados. No obstante, con el declive de la influencia de los pesos pesados afroamericanos en los EE.UU., se ha dirigido mayor atención hacia las divisiones de menor peso en la región de la Costa Oeste, donde los boxeadores latinos dominan. Otra razón para el fenómeno de “latinización del boxeo” tiene que ver con la gradual presencia de promotores como Óscar de La Hoya, que ahora maneja el negocio y la vertiente mercantil del boxeo[56].

Los latinos han recurrido al boxeo como una manera de luchar para escapar de la pobreza. Además, han animado a sus campeones favoritos como modo de recordar su tierra natal. Puerto Rico, México, Cuba y muchos otros países latinoamericanos han producido el número más elevado de campeones de boxeo en el mundo, cada uno de ellos con su propia expresión de orgullo nacional y un distintivo estilo pugilístico. De Puerto Rico han salido cerca de 40 boxeadores campeones del mundo en distintas categorías de peso y 6 medallistas olímpicos. El primer campeón puertorriqueño fue Sixto Escobar, que ganó el título de peso gallo en 1934. Desde entonces, Puerto Rico ha forjado grandes púgiles como Wilfredo Benitez, Wilfredo Gomez, Hector Camacho, Felix Trinidad, John Ruiz y Miguel Cotto. El boxeo puertorriqueño, en palabras de Frances Negrón-Muntaner, “adquiere un valor especial como parte de la lucha por el mérito nacional, y ofrece a los sectores tanto populares como elitistas un camino para narrar, disfrutar y representar el sentido de nacionalidad”[57]. En otras palabras, los puertorriqueños se sienten atraídos hacia el deporte del boxeo como un medio para expresar su orgullo nacionalista en un escenario mundial.

Los puertorriqueños nacidos en la parte continental de los EE.UU. también han abrazado la bandera de su estado dentro y fuera del cuadrilátero. Dos púgiles que podrían servir como ejemplos de esta actitud son Carlos Ortíz y Jose “Chegui” Torres. Ortíz fue campeón del mundo tres veces, dos en la categoría de pesos ligeros y una en peso wélter. Torres ganó numerosos combates amateur y el título en pesos pesados en 1965. Tras su retirada, Torres se convirtió en el comisionado de boxeo en Nueva York, y además en un periodista y activista político en esa misma ciudad[58].

Desde comienzos de la década de 1920, el boxeo ha sido uno de los deportes más populares en México. Las visitas altamente publicitadas de Jack Johnson y Jack Dempsey a la Ciudad de México sirvieron para suscitar más interés en el boxeo y abarrotar las canchas con espectadores. Los púgiles mexicanos han cosechado una reputación como luchadores resistentes, agresivos, apasionados y duros que pelean hasta el final. Algunos de estos boxeadores excepcionales son Marco Antonio Barrera, Rubén Olivares, Salvador Sánchez, Vicente Saldivar y Julio César Chávez[59]. A medida que los mexicanos salieron hacia el norte y se establecieron en ciudades y comunidades de los EE.UU., criaron a sus propios campeones en recintos informales y gimnasios de barrio. Como muchos de estos boxeadores procedían de distintos estados de México donde los vínculos regionales eran fuertes, fue en los cuadriláteros estadounidenses donde algunos de ellos se sintieron más próximos a una identidad mexicana nacional[60].

Al sentir la discriminación en el trabajo y en la escuela, muchos emigrantes de México se hicieron más conscientes de “ser mexicanos”. En este sentido, el cuadrilátero aportaba un espacio para que ellos lograsen una dignidad rechazada para muchos latinos con escasos recursos. Según Gregory Rodriguez, el boxeo no estaba asociado con el proceso de “americanización”, sino que “llegó a identificarse con ʻmexicanidadʼ, con el coraje mexicano, el espíritu mexicano, y con las victorias mexicanas”[61]. Algunos de los boxeadores mexicano-americanos más conocidos en el área de Los Ángeles fueron Solly Smith, Aurelio Herrera, Joe Rivers, Joe Salas, Bert Colima, Manuel Ortiz, Art Aragon, Juan Zurita y Mando Ramos[62].

Más allá de los campeones individuales, el boxeo comprende una amplia red de gimnasios, entrenadores, promotores y aficionados. Los púgiles latinos transformaron terrenos vacíos, patios, garajes, edificios abandonados y pequeños recintos en canchas donde se programaban luchas. Los mejores campeones eran reclutados por promotores para pelear en espacios más amplios donde se podía obtener más dinero en premios. Los recintos de boxeo más populares en Los Ángeles incluían el Ocean Park Arena, Main Street Athletic Club, Hollywood Legion Stadium y el Olympic Auditorium[63]. Construido para los Juegos Olímpicos de 1932, el Olympic Auditorium auspició combates con los nombres más importantes de la historia del boxeo. El éxito de este recinto, en palabras de Aileen Eaton, su propietaria durante mucho tiempo, se debió en gran parte a que “atrajo a los aficionados mexicano-americanos […] que formaban cerca del 60% de nuestro público”[64]. Los promotores sabían que para reunir a muchos espectadores, necesitaban hacer uso de la identidad nacional del púgil para avivar emociones. Algunos boxeadores también han fundado gimnasios en vecindarios pobres y con una notable presencia de ciertos grupos étnicos con el fin de facilitar más oportunidades recreativas para los niños e impulsar el desarrollo económico. Un ejemplo reciente es el de Óscar de La Hoya, que regresó a su barrio de clase obrera en East Los Angeles para renovar el gimnasio donde se entrenó cuando era niño y al que rebautizó como Centro de Boxeo Juvenil Oscar De La Hoya. Él también creó Golden Box Partners en 2005 mediante una inversión de 100 millones de dólares que contribuyó a revitalizar su vecindario latino[65].

Baloncesto

Aunque los latinos han jugado baloncesto desde principios del siglo XX, sólo a partir de los años 70 entraron en la Asociación Nacional de Baloncesto (NBA, por sus siglas en inglés). En la temporada 2009-2010, había en la NBA seis jugadores latinos nacidos en los EE.UU. y diecinueve de España y Latinoamérica, como Mark Aguirre, Rolando Blackman, Eduardo Nájera, Emmanuel “Manu” Ginobili, Pau Gasol, Carmelo Anthony y Carlos Arroyo. Ginobili, criado en Argentina, y Gasol, nacido en España, representan dos estrellas del baloncesto que han alcanzado un significativo éxito tanto en Europa como en América. En los últimos años, 15% de los aficionados a la NBA se han identificado como latinos, y la organización ha hecho mayores esfuerzos para acomodar este creciente sector de su mercado[66].

Puerto Rico ha producido la mayoría de jugadores latinos en la NBA, entre ellos Alfred “Butch” Lee, considerado el primer latino en unirse a esta organización. El equipo nacional de baloncesto de Puerto Rico ha disfrutado también de bastante éxito en los Juegos Olímpicos. La victoria puertorriqueña sobre el equipo estadounidense en la primera ronda de los Juegos de 2004 sorprendió a muchos y concitó el orgullo nacional dentro y fuera de la isla. Puerto Rico pudo competir con superioridad frente a los EE.UU. en parte por tener una liga de baloncesto altamente competitiva[67]. Uno de los mejores jugadores en esa liga durante los años 50 y 60 fue Juan “Pachín” Vicéns. Nacido en 1934 en Ciales, Puerto Rico, Vicéns tenía solamente 16 años cuando se unió a los Ponce Lions, uno de los equipos del Baloncesto Superior Nacional. Sus excelentes destrezas como base contribuyeron a que los Lions ganasen su primer campeonato. Dos años después, obtuvo otro campeonato y además el título al jugador más valioso (MVP, por sus siglas en inglés). En 1954, Vicéns fue reclutado por el entrenador Tex Winter (mentor de Phil Jackson, posteriormente técnico de los Lakers) de Marquette University y más tarde de Kansas State University, donde Vicéns se erigió como segundo anotador en 1956 (con un promedio de 12,3 puntos por partido) y llevó al equipo a las eliminatorias Sweet 16 de la liga universitaria (NCAA, por sus siglas en inglés). Seleccionado para jugar baloncesto en la liga profesional de los EE.UU., Vicéns decidió entrar en los Ponce Lions y ser parte de la selección nacional de Puerto Rico. Tras su retirada en 1966, Vicéns se convirtió en gerente de banco y comentarista radiofónico de deportes. En 1972, se dedicó una estatua en su honor enfrente del Auditorio Juan Pachín Vicéns[68], un recinto deportivo muy conocido que se ubica entre Victoria 7845 y 68 de Humacao en la ciudad de Ponce, Puerto Rico.

El baloncesto en las comunidades mexicano-americanas daba pie a un sentido de grupo y ofrecía oportunidades para interactuar con otros colectivos étnicos. En el sur de Chicago de las décadas de los 30 y 40, los jóvenes mexicanos viajaban con sus equipos para competir en distintas partes de la ciudad, y con ello se hacían más conscientes de cómo su identidad étnica era percibida por jugadores de distintos barrios[69]. En el pueblo minero de Miami, Arizona, los jugadores de una escuela secundaria mexicano-americana sorprendieron a todos al ganar el campeonato de baloncesto de Arizona en 1951[70]. Bajo el liderato de un técnico de origen finés, esos jugadores mexicano-americanos lograron mucho más que un “éxito en la cancha”, ya que ayudaron a desarrollar un sentimiento de orgullo étnico, superar divisiones raciales en la comunidad minera y crear oportunidades para asistir a la universidad por medio de ayudas financieras de tipo deportivo.

En El Segundo Barrio de El Paso, el baloncesto era el deporte favorito para los residentes mexicano-americanos. El documental Basketball in the Barrio (2008) relata la excepcional carrera de Rocky Galarza, una estrella deportiva local que fundó un insólito campamento de baloncesto para jóvenes latinos en El Segundo Barrio[71]. Este lugar es uno de los vecindarios mexicano-americanos más antiguos en El Paso y, según Gil Miranda, el principal sitio donde “los muchachos hispánicos crecían jugando baloncesto”. Galarza creció durante los años 40 y se convirtió en un atleta estrella en los equipos de béisbol, fútbol americano y baloncesto de la escuela secundaria El Paso. Asimismo, fue campeón del torneo de boxeo Texas Golden Gloves. Más adelante, construyó un gimnasio de boxeo detrás de su bar-restaurante deportivo, ya convertido en un prominente defensor de los deportes juveniles, entrenador pugilístico y hombre de negocios[72].

Otros deportes

Los latinos también han dejado marca en otros deportes como el golf, el tenis, las carreras de caballos y el hockey, así como en los Juegos Olímpicos. Se ha acostumbrado a asociar tanto el golf como el tenis con clubes privados para blancos ricos, pero de todos modos ha habido latinos practicando y alcanzando éxito en estos deportes de élite. La única manera en que los latinos podían acceder al deporte del golf era convirtiéndose en caddie, y así es cómo aprendieron Lee Trevino, golfista mexicano-americano, y Juan “Chi Chi” Rodriguez[73]. En 1978, Nancy Lopez fue la primera latina profesional en el golf. A partir de ese momento, ella desarrolló una gran carrera en la Asociación Profesional de Golf Femenino (LPGA, por sus siglas en inglés) hasta ser considerada una de las mejores golfistas de todos los tiempos e inspiradora de muchas jóvenes latinas interesadas por este deporte[74]. Lorena Ochoa, nacida en México, y la mexicano-americana Lizette Salas representan una nueva generación de golfistas latinas con notable presencia en el circuito de la LPGA.

Resulta menos conocida la historia de cinco golfistas mexicano-americanos de la escuela secundaria San Felipe quienes ganaron el campeonato escolar de golf de Texas en 1957[75]. Estos muchachos aprendieron sobre este deporte mientras trabajaban como caddies en un club privado del sur de Texas que les impedía jugar. Por este motivo, ellos construyeron su propia cancha de golf en un solar vacío. Una vez que ellos ya habían formado un equipo oficial en su escuela secundaria, hallaron un espacio para practicar, mejor equipación y buenos entrenadores. Con todo eso, comenzaron a competir y a ganar ante otros equipos escolares del estado. Aunque ellos tropezaron con problemas durante esas competiciones, fue su magnífica determinación y excelentes golpes en el campo lo que les permitió ser campeones finalmente.

A medida que las pistas de tenis se hicieron más accesibles en parques públicos y escuelas secundarias durante los años 40, los latinos empezaron a jugar y a ganar torneos en este deporte. La primera estrella latina del tenis Richard “Pancho” González creció practicando en las pistas públicas de Exposition Park, en el sur de Los Ángeles. Como parte de una familia mexicano-americana de clase trabajadora, González no disfrutaba de ningún tipo de formación tenística, pero como era un atleta por naturaleza, consiguió ganar varios torneos júnior y dos campeonatos consecutivos en Forest Hill (1948 y 1949). Más adelante, González llegó a dominar el tenis profesional con 91 títulos individuales y la posición de número uno mundial durante ocho años durante los 50[76]. Jugadoras latinas nacidas en los EE.UU. y otras partes del mundo también han dejado huella en el deporte del tenis, especialmente Maria Bueno, jugadora de origen brasileño que obtuvo 19 títulos Grand Slam entre 1954 y 1968. Otra estrella tenística fue Rosemary “Rosie” Casal, quien nació en El Salvador pero creció en San Francisco, donde su tío le enseñó a jugar. A pesar de su escasa estatura (157 centímetros), ella dominó el juego de dobles con su estilo agresivo y creativo. Por su parte, la puertorriqueña Beatriz “Gigi” Fernández fue otra gran jugadora de dobles femeninos durante los años 90, y se unió a Mary Joe Fernandez, originaria de la República Dominicana, para ganar dos medallas de oro con los EE.UU. en los Juegos Olímpicos de 1992 y 1996[77].

Aunque hay muchas estrellas del tenis procedentes de España y Latinoamérica, en la actualidad no hay ningún jugador nacido en Estados Unidos en los circuitos masculino y femenino. Una manera de resolver este problema es organizar competiciones de tenis latino. El primer Torneo Anual La Raza se celebró el 19 de junio de 1976 en San Diego, California, organizado por la Asociación de Tenis La Raza (LRTA, por sus siglas en inglés) con el objetivo de “fomentar y alentar el desarrollo y la participación de jugadores jóvenes prometedores en la comunidad hispanohablante”[78]. La LRTA fue creada para “difundir el interés y disfrute del tenis entre la comunidad chicana y ayudar a desarrollar el talento juvenil en este deporte”. Un joven chicano que captó la atención de los técnicos tenísticos locales fue Angel Lopez, ganador del primer torneo La Raza. Como instructor principal del club San Diego Tennis y Racquet, todavía conserva la misión de la LRTA donando raquetas e impartiendo lecciones a jóvenes latinos en las escuelas públicas de San Diego.

En comparación con su presencia en otros deportes populares en los EE.UU., ha habido muy pocos latinos en la historia de la Liga Nacional de Hockey. Cada jugador en esta liga procede de muy distintos lugares, equipos y experiencias que reflejan la amplia diversidad de la población latina. El primero fue Bill Guerin, de origen nicaragüense e irlandés, que se unió a los Edmonton Oilers en 1998. Un año después, Scott Gomez, nacido en Alaska de padre mexicano y madre colombiana, llegó a la liga por medio de los New Jersey Devils, y por su aspecto y apellido fue considerado como el “primer latino en el hockey”, a pesar de que no podía hablar español. A ellos se une Raffi Torres, nacido en Canadá de padres mexicanos y peruanos, que formó parte de los New York Islanders, y a quien muy pocos identificaron como latino por ser pelirrojo y tener ojos claros[79].

En las carreras de caballos, los jinetes latinos de escaso tamaño y peso gozaban de cierta ventaja. El puertorriqueño Angel Cordero Jr. ha sido considerado el mejor jinete de caballos de pura sangre de todos los tiempos al haber ganado seis carreras Triple Crown durante los años 60 y 70, y haberse posicionado en tercer lugar por número de victorias en la historia de este deporte. En 1988 entró en la Sala de Fama del Museo Nacional de Carreras de Caballos[80].

Atletas latinas que rompen fronteras

En contraste con los varones que pueden reflejarse en héroes deportivos latinos, las deportistas latinas disfrutan de escasas figuras atléticas femeninas y se han encontrado con bastantes barreras de género en los deportes estadounidenses. Las latinas han tenido que enfrentarse a padres reluctantes que esperaban que ellas los ayudarían con tareas de cuidado infantil después de la escuela mientras que sus hermanos varones gozaban de más libertad para practicar deportes. Al mismo tiempo, el concepto de “deportes después de la escuela” ha resultado totalmente novedoso para muchos padres inmigrantes llegados de países latinoamericanos con escasos recursos. Cuando los funcionarios y entrenadores escolares hicieron el esfuerzo de informar a los padres sobre los beneficios académicos y físicos a largo plazo de los deportes tras el horario escolar para sus hijas, generalmente las familias se han ajustado a los intereses deportivos de las niñas. Esos beneficios fueron confirmados por una investigación en 1989 de la Fundación de Deportes Femeninos, que reveló que las atletas latinas en edad escolar tenían más probabilidades de acceder y continuar en la universidad[81].

Aunque las universidades comenzaron a acatar las normas para fijar el equilibrio entre géneros establecidas por el Título IX en 1978, las latinas no han conseguido aún una suficiente representación en los deportes universitarios[82]. Uno de los deportes en el que las latinas han alcanzado cierta visibilidad es el sóftbol[83]. En un estudio de Kathy Jamieson, se indica que al atravesar límites familiares, educativos y atléticos, las atletas latinas de sóftbol ocupaban un “espacio en medio” que les permitía resistir clasificaciones simples de sus identidades múltiples[84]. La popularidad de este deporte entre las chicas latinas puede ser atribuida a los grandes logros de Lisa Fernandez, calificada como una de las jugadoras más importantes de la historia del sóftbol. Nacida en 1971 en la ciudad de Nueva York de padre cubano y madre puertorriqueña, Fernandez comenzó a practicar este deporte desde pequeña y durante sus años en una escuela secundaria de Lakewood, California. Tras graduarse, entró en la Universidad de California, Los Ángeles, donde ella lideró al equipo de sóftbol para ganar dos campeonatos nacionales. Lisa también fue la líder del equipo nacional que ganó tres medallas de oro en los Juegos Olímpicos de 1996, 2000 y 2004. Su impresionante lanzamiento y bateo en los Juegos ayudaron a promover el sóftbol femenino en todo el mundo. En 2001, el ayuntamiento de Lakewood City reconoció los éxitos deportivos de Lisa Fernandez nombrando el campo de sóftbol en Mayfair Park en su honor[85].

Más allá del sóftbol, las deportistas latinas han participado también en béisbol, baloncesto, tenis, golf, fútbol soccer y boxeo. La participación en el béisbol se remonta a los años 30 y 40, cuando la Liga Americana de Béisbol Femenino Profesional (AAGPBL, por sus siglas en inglés) comenzó a reclutar a jugadoras latinas, especialmente de la liga femenina cubana[86]. Una de estas atletas fue Isabel Alvarez, que empezó a jugar con las Estrellas Cubanas hasta que en 1948 entró en la AAGPBL con 15 años de edad. Alvarez fue una de las jugadoras más jóvenes y una de las siete cubanas en esa liga. Tras lanzar para los Chicago Colleens, ella cambió varias veces de equipo hasta que se asentó con las Fort Wayne Daises. Isabel tuvo problemas para aprender el inglés, pero la presencia y compañía de otras jugadoras de origen cubano en su equipo aliviaban sus sentimientos de soledad y nostalgia por su tierra natal[87].

Las latinas han jugado baloncesto desde la década de los 30. Sin embargo, no fue sino hasta 1997 cuando Rebecca Lobo se convirtió en la primera estrella latina de este deporte. Lobo jugó para la Asociación Nacional de Baloncesto Femenino (WNBA, por sus siglas en inglés) hasta 2003, año en que asumió una nueva función como comentarista televisiva de baloncesto. A principios de los 30, la Liga Femenina Hispano-Americana de Basketball en San Antonio estaba totalmente formada por mujeres mexicano-americanas que jugaban en equipos con nombres como “What Next”, “Modern Maids”, “Orquídea”, “LULAC” y “Tuesday Night”[88]. Estos equipos recibían el apoyo de sociedades de ayuda mutua, organizaciones fraternales y asociaciones de voluntarios en la comunidad mexicana de San Antonio. Con el objetivo de recoger fondos para uniformes y gastos de viaje, los equipos de baloncesto organizaban bailes en el Centro Recreativo Westside o en la escuela secundaria Sidney Lanier. Emma Tenayuca fue miembro del equipo Modern Maids y una brillante alumna en la escuela secundaria Main que consiguió ser seleccionada para el equipo All-City femenino de la ciudad de San Antonio[89]. Tras su graduación, Tenayuca se convirtió en organizadora sindical durante los años más difíciles de la Gran Depresión y fue una de las líderes de la huelga de Pecan Sheller en 1938 [90]. El baloncesto le enseñó las inapreciables destrezas de liderazgo y trabajo en equipo que resultaron cruciales en el momento de organizar a trabajadores frente a patronos y representantes gubernamentales.

Las latinas también han formado parte del crecimiento del fútbol soccer femenino en los EE.UU. Cuando México ha sido incapaz de producir suficientes jugadoras para su equipo nacional, ha reclutado a mexicano-americanas[91]. Una de estas deportistas fue Monica Gerardo, hija de padre mexicano y madre española, que ayudó a que el equipo de México se clasificase por primera vez para un Mundial femenino en 1999. Gerardo es una de las muchas mujeres latinas nacidas en los EE.UU. que superaron las barreras de género en sus familias y comunidades para jugar fútbol universitario[92]. Cuando la estrella brasileña del fútbol Marta Vieira da Silva, calificada como la mejor jugadora del mundo, decidió aceptar la oferta del equipo Los Angeles Sol, las jóvenes latinas hicieron largas líneas para poderla ver actuar en la nueva liga profesional de fútbol femenino[93].

Si bien el boxeo ha sido durante mucho tiempo considerado como un deporte “de hombres”, las mujeres han entrado recientemente en ese espacio debido en parte al éxito de películas de Hollywood como las ganadoras de premios Oscar Million Dollar Baby (2004) y Girlfight (2000). Varias de las boxeadoras latinas de clase obrera fotografiadas y descritas en Women Boxers: The New Warriors mostraron las distintas barreras raciales, sociales y de género a las que se enfrentaron al adentrarse en ese mundo. Algunas de esas fotografías exhibían a estas mujeres durante entrenamientos físicos exhaustivos, mientras que otras las presentaban como madres amorosas abrazadas a sus hijos. En general, estas fotos revelan cómo esas mujeres construyen nuevas nociones de feminidad. Algunas de ellas informaron sobre la manera en que se iniciaron en el boxeo a través de sus padres y hermanos, lo que confirma que el boxeo ha sido una larga tradición familiar latina. Con todo, la pregunta sigue siendo si el boxeo femenino llegará a constituir algo más que un espectáculo sexualizado para espectadores masculinos y será tomado más en serio por los que controlan este deporte, generalmente varones promotores y representantes de medios de comunicación[94].

Después de que el Comité Olímpico Internacional admitiese el boxeo femenino para los Juegos Olímpicos de Londres en 2012, la presentadora de CNN Soledad OʼBrien trazó un perfil de la púgil mexicano-americana Marlen Esparza mientras entrenaba para conseguir un lugar dentro del equipo olímpico estadounidense, y a la vez estudiaba en Rice University para entrar en medicina. Con el apoyo de su padre y el de su entrenador, Esparza consiguió ese puesto en el equipo. Gracias a todos sus sacrificios y a pesar del escaso respaldo financiero que suele recibir el boxeo como deporte olímpico, la firme resolución y dedicación de Esparza tuvo su recompensa en forma de medalla de bronce en los Juegos de 2012 en Londres.

Conclusión

En 2003, los latinos superaron a los afroamericanos como el grupo minoritario más numeroso de los Estados Unidos. Dada la obvia importancia de los deportes en la vida de este país y su creciente población latina, resulta importante comprender el rol histórico y contemporáneo de los atletas latinos y latinas en la actividad deportiva de los EE.UU. Para equipos, ligas y medios de comunicación, esto significa una oportunidad comercial para extender su base de aficionados y hacerse lugar en un ascendente mercado de consumidores. Por las diversas razones discutidas anteriormente, los atletas latinos y latinas han tomado rutas no tradicionales hacia la participación en deportes profesionales y no profesionales en los EE.UU. Para los latinos y latinas que no pudieron completar sus estudios secundarios o universitarios, el mundo del deporte representó un vehículo para avanzar socialmente. Una gran mayoría comenzó a practicar deportes en las calles, los solares, canchas públicas o centros recreativos municipales, o mientras trabajaba como caddies en las pistas de club privados de golf. Estas “puertas traseras” de entrada han marcado el carácter de la experiencia deportiva de los latinos y las latinas en los EE.UU. Asimismo, la participación en deportes constituye un componente fundamental de la vida de latinos y latinas en este país, y por ello no puede ser reducida a una forma marginal de actividad física o a una mera distracción respecto a otros temas más serios de índole política o económica. La participación deportiva no ha resultado siempre fácil, sino que ha dependido de múltiples factores como la ubicación social, las dificultades económicas, el nivel de educación y los discursos científicos sobre la capacidad física, así como de las ideologías de género y la subyacente estructura racial de la sociedad de los EE.UU.

A pesar de estos innumerables obstáculos, los atletas latinos y latinas han logrado significativos avances en los deportes estadounidenses. No obstante, estos avances no proceden sólo de esfuerzos individuales. El deporte se centra a menudo en los “grandes momentos”, los “atletas estrella” y las espectaculares proezas ejecutadas en “grandes recintos”, y por esa razón los éxitos individuales quedan separados del apoyo colectivo de entrenadores, aficionados, promotores, organizaciones comunitarias y barrios. Además, la participación latina en los deportes debería ir más allá del nivel profesional para examinar la relación entre atletas/equipos y sus comunidades de soporte, variables identidades y redes sociales. En contraste con los eventos deportivos profesionales controlados por franquicias con grandes recursos económicos y contratos televisivos, los deportes de nivel aficionado son más espontáneos y pueden ser más fácilmente dirigidos hacia causas sociales y políticas en beneficio de la comunidad en general. El éxito atlético para los latinos ha dado pie a más oportunidades educativas y, eventualmente, a carreras profesionales exitosas en los negocios, la educación y la política. Los atletas latinos y latinas también han actuado según su conciencia social para defender y mejorar los intereses de sus comunidades.


Los puntos de vista y conclusiones incluidas en este documento pertenecen a los autores, y no se deberían interpretar como representación de las opiniones o políticas del Gobierno de Estados Unidos. Ninguna mención de marcas o productos comerciales constituye su aprobación por parte del Gobierno de Estados Unidos.


Notas

[1] Fernando Dominguez, “Ready to Rumble: La Colonia Holding a Full House”. Los Angeles Times, July 3, 1996. B3.

[2] Tres libros que pertenecen a esta categoría incluyen: Richard Lapchick, 100 Campeones: Latino Groundbreakers Who Paved the Way in Sport (West Virginia University: Fitness Information Technology, 2010); Ian C. Friedman, Latino Athletes (Nueva York, NY: Facts on File, 2007); Jerry Izenberg, Great Latin Sports Figures (Nueva York, NY: Doubleday & Company Inc. ,1976).
[3] Sobre la política de etiquetas étnicas, véase Suzanne Oboler, Ethnic Labels, Latino Lives: Identity and the Politics of (Re)presentation in the United States (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1995). Sobre la migración laboral deportiva de atletas latinoamericanos, véase Joseph Arbena, “Dimensions of International Talent Migration in Latin American Sports” en The Global Sports Arena: Athletic Talent Migration in an Interdependent World, ed. John Bale and Joseph Maguire (Portland: F. Cass, 1994),
99‐111.

[4] Jorge Iber et al., Latinos in U.S. Sport: A History of Isolation, Cultural Identity, and Acceptance (Human Kinetics, 2011), 67‐71.
[5] Carlos Kevin Blanton, “From Intellectual Deficiency to Cultural Deficiency: Mexican Americans, Test and Public School Policy in the American Southwest, 1920‐1940”, Pacific Historical Review 72 (2003): 39‐62.
[6] Iber, et al., Latinos in U.S. Sport, 71‐76.
[7] Elmer Mitchell, “Racial Traits in Athletics”, American Physical Education Review 27, no. 4 (Abril 1922): 150.
[8] Elmer Mitchell, “Racial Traits in Athletics”, American Physical Education Review 27, no. 5 (May 1922): 201.
[9] George Sanchez, Becoming Mexican American: Ethnicity, Culture and Identity in Chicano Los Angeles, 1900-1945 (Nueva York: Oxford University Press, 1994), 87‐107.
[10] José M. Alamillo, Making Lemonade out of Lemons: Mexican American Labor and Leisure in a California Town, 1880-1960 (Urbana: University of Illinois Press, 2006), 99‐122.
[11] Emory Bogardus, “The Mexican Immigrant”. Sociology and Social Research,5‐6 (1927): 483.
[12] Katherine Murray, “Mexican Community Service”, Sociology and Social Research 45 (1933): 548.
[13] Jorge Iber y Samuel O. Regalado, Mexican Americans and Sports: A Reader on Athletics and Barrio Life (Lubbock, TX: Texas A & M University Press, 2007), 1‐15.
[14] José M. Alamillo “Playing Across Borders: Transnational Sports and Identities in Southern California and Mexico, 1930‐1945”, Pacific Historical Review 79, no. 3 (2010): 360‐392.
[15] Phillip M. Hoose, Necessities: Racial Barriers in American Sports (Nueva York: Random House, 1989): 90‐122.
[16] Samuel Regalado, “Image is everything: Latin Baseball Players and the United States Press”, Studies in American Popular Culture 13 (1994): 101‐106.
[17] Carlos Ortiz, “Eet Eez Time to KO the Stereotype of the Latino Athletes”. Nuestro Magazine, July 1977, 58.
[18] Daniel Frio y Marc Onigman, “Good Field, No Hit: the Image of Latin American Baseball Players in the American Press, 1871‐1946”, Revista/Review Interamericana 9, no.2 (Summer 1979): 199‐208.
[19] José M. Alamillo, “Richard ‘Panchoʼ González, Race and the Print Media in Postwar Tennis America”, The International Journal of the History of Sport 26, no. 7 (Junio 2009): 947‐965.
[20] Carol Griffing McKenzie, Leisure and Recreation in the Rancho Period of California, 1770 to 1865 (tesis doctoral, University of Southern California, 1974).
[21] Mary Lou LeCompte, “The Hispanic Influence on the History of Rodeo, 1823‐1922”, Journal of Sports History 12, no. 1 (Primavera 1985): 21‐38.
[22] Kathleen Sands, Charrería Mexicana: An Equestrian Folk Tradition (Tucson: University of Arizona Press, 1993); Mary Lou LeCompte, “Hispanic roots of American Rodeo”, Studies in Latin American Popular Culture 13 (1994): 57‐76; Richard Slatta, Cowboys of the Americas (New Haven, CT: Yale University Press, 1990).
[23] Carol Griffing McKensie, Leisure and Recreation in the Rancho Period of California, 1770 to 1865 (tesis doctoral, University of California, Los Angeles, 1974), 155‐156.
[24] John O. Baxter, “Sport on the Rio Grande: Cowboy Tournaments at New Mexico’s Territorial Fair” New Mexico Historical Review 78, no. 3 (Verano 2003): 245‐63.
[25] Glenn Shirley, Pawnee Bill (Lincoln: University of Nebraska Press, 1965).
[26] Iber et al., Latinos in U.S. Sport, 58‐59.
[27] Lou Perez, On Becoming Cuban: Identity, Nationality and Culture (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1999), 255‐260.
[28] Adrian Burgos Jr., Playing America’s Game: Baseball, Latinos, and the Color Line (Berkeley: University of California Press, 2007).
[29] Bob Harkins, “Is Baseball Turning Into Latin America’s Game?” NBCSports.com, at http://nbcsports.msnbc.com/id/43665383/ns/sports‐baseball/, acceso julio 19, 2012.
[30] Samuel Regalado, Viva Baseball! Latin Major Leaguers and their Special Hunger (Urbana: University of Illinois Press, 1998).
[31] Burgos, Jr., Playing America’s Game.
[32] David Maraniss, Clemente: The Passion and Grace of Baseball’s Last Hero (Nueva York, NY: Simon & Shuster, 2006).
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Last updated: July 9, 2020