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10. Negocios y comercio

Emprendedores desde el principio: Negocios y comercio latino desde el siglo XVI

Geraldo L. Cadava
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Durante 500 años, desde los primeros exploradores españoles hasta la creciente congregación de emprendedores del siglo XXI, los negocios y el comercio de los latinos en los EE.UU. han incluido actividades de rancheros, granjeros, colonos de nuevas tierras, operarios de almacenes, vendedores callejeros, ejecutivos corporativos, promotores inmobiliarios, expertos en la industria del entretenimiento, trabajadores domésticos y barberos. Ellos han operado negocios grandes y pequeños, con ninguno o miles de empleados, y han servido a comunidades latinas y no latinas en todas partes del mundo. Los negocios latinos se concentraron primeramente en la porción del suroeste de los EE.UU., así como en Luisiana, Florida y Nueva York. Hacia el siglo XX, sin embargo, se habían extendido por todo el país y más allá, a medida que la cultura, la música, la comida y los estilos latinos se convirtieron en productos populares y extendidos. La población latina en los EE.UU. aumentó desde finales del siglo XIX en adelante, y eso facilitó la expansión de sus mercados. Tanto los negocios pertenecientes a latinos como los de otros grupos pusieron mayor atención a cultivar como clientes a individuos de una comunidad que crecía tan rápido. En su conjunto, los negocios y actividades comerciales latinos han constituido un notable aspecto de la etnicidad, política y formación comunitaria latinas en los EE.UU.

El crecimiento de las empresas propiedad de latinos, así como de los datos recogidos por el gobierno estadounidense sobre ellas, ha permitido una significativa cantidad de investigación que ha caracterizado a los emprendedores latinos como miembros especialmente importantes, aunque poco estudiados, de sus comunidades. Como país, nos hemos centrado más bien en los intensos debates sobre la migración laboral desde Latinoamérica, en lugar de los empresarios que han establecido mercados, jugado papeles primordiales en el desarrollo de sus comunidades y emergido como líderes y organizadores políticos.

Conmemorar la larga historia de los negocios y actividades comerciales latinos –a través de su designación como históricamente significantes, o simplemente con una mayor conciencia sobre ellos– presenta varios desafíos. Primero, tal proceso podría dar pie a aceptar que espacios ya reconocidos, como las misiones religiosas del período colonial español, tenían asimismo una relevancia comercial y empresarial. De manera alternativa, podría implicar descubrir cómo ubicar los sitios precisos de labores efímeras. Por ejemplo, ¿cómo sería posible reconocer como históricamente importantes las esquinas callejeras y áreas de estacionamiento donde los jornaleros autónomos se reúnen para encontrar trabajo? Incluso más ampliamente, designar tales sitios, teniendo en cuenta que muchos de los que se congregan en ellos no son ciudadanos de los EE.UU., requeriría conceder que los no ciudadanos son capaces de originar actividad económica que puede ser históricamente significativa. Asimismo, aunque la iniciativa empresarial latina se ha fundamentado a menudo en actividades temporales u operaciones extremadamente pequeñas, sólo las empresas más grandes y duraderas han recibido consideración por su alcance histórico. Finalmente, ¿cómo sería posible reclamar el significado histórico de negocios emprendidos por emigrantes retornados que ahorraron dinero en los EE.UU. y aprendieron exitosas prácticas aquí, las cuales les permitieron participar en tareas empresariales en sus países latinoamericanos de origen? Mientras que estos temas plantean ciertos desafíos para el proyecto de determinar qué negocios y actividades comerciales latinos son históricamente relevantes, encontrar maneras de reconocer apropiadamente esos esfuerzos promovería una más amplia comprensión del papel desempeñado por los latinos en la historia de las empresas y los negocios en los Estados Unidos.

El establecimiento y la expansión del comercio y los negocios latinos ha reflejado el desarrollo de la propia comunidad latina. Hasta finales del siglo XIX, la inmensa mayoría de esas operaciones tuvo lugar entre mexicanos y mexicano-americanos en el Suroeste de los EE.UU., el área del país que, hasta el fin de la guerra de México contra Estados Unidos (1848) y la Compra de Gadsden (1854), era parte del imperio español y México. Otros mercantes latinoamericanos realizaron negocios durante este período en los EE.UU. en sitios como Luisiana, Florida y Nueva York. Por lo general, las estancias de esos comerciantes en tales lugares era temporal, y sus tratos no contribuían a la formación, asentamiento o progreso de comunidades latinas. Más bien, quedaban confinados a operaciones comerciales. Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, la inmigración de latinos hacia los EE.UU., así como su exilio desde conflictos internacionales –movimientos de independencia latinoamericanos, Guerra España-Estados Unidos y Revolución Mexicana–, dieron pie al crecimiento y diversificación de los negocios latinos, por ejemplo, las tiendas de comestibles o de ropa y los consultorios médicos que servían a esas comunidades. Al final de la Segunda Guerra Mundial, el comercio y negocios latinos se habían extendido por todos los EE.UU., desde Los Ángeles a Nueva York, y desde Chicago a Miami.

Mientras que la implantación de negocios y comercio latinos en los escenarios sociales, políticos y económicos más generales de los Estados Unidos aumentó después de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de esas empresas todavía servían principalmente a las comunidades latinas. A partir de 1965 en adelante –después de que la Ley de Inmigración y Naturalización de ese mismo año (la Ley Hart-Cellar), la Revolución Cubana de 1959 y las violentas y anti-democráticas represiones en diversos países centro y sudamericanos durante los 70 y 80 causaran un dramático incremento de la población latina estadounidense–, los negocios y el comercio latinos se dispararon hasta convertirse en el sector de mayor desarrollo en el contexto de las pequeñas empresas de los EE.UU. Muchas de esas empresas aún se enfocaban en comunidades latinas locales, pero otras se extendieron hacia otros grupos más amplios a lo largo del país. A finales del siglo XX, inmigrantes latinoamericanos recientes abrieron miles de negocios para unirse a aquellos fundados por generaciones anteriores de latinos estadounidenses. Muchos de ellos regresaron eventualmente a sus países de origen para establecer empresas en ellos, lo cual ha permitido a los negocios y el comercio latinos alcanzar una magnitud hemisférica y global ya a principios del siglo XXI.

Las economías del norte de la Nueva España

Desde el mismo inicio, la expansión imperial española en las Américas fue una aventura empresarial. Los españoles cartografiaron las tierras y explotaron la mano de obra indígena que las hacían productivas. Ellos también extrajeron minerales que después enviaban a la Corona, lo cual les permitía aumentar sus propias riquezas. Desde Florida a California, edificaron misiones y ranchos que se hicieron altamente lucrativos gracias a que misioneros, soldados y ciudadanos ordinarios españoles e individuos indígenas criaban ganado y producían cultivos para después vender carne, cuero, sebo, grano y verduras tanto a nivel local, como en todo el Imperio. Entre estos hombres se encontraban los primeros emprendedores latinos.

Los españoles fundaron ranchos ganaderos ya desde principios del siglo XVI, cerca de San Agustín y Tallahassee, Florida. Tomás Menéndez Márquez era el propietario del Rancho La Chua, que se extendía por miles de millas cuadradas desde el río San Juan en el este de Florida hasta el golfo de México, y que produjo más de un tercio del total de ganado de Florida durante el siglo XVII. Márquez suministró cuero, carne seca y sebo tanto a los emplazamientos españoles en ese estado, como a La Habana, demostrando así cómo la capacidad empresarial latina podía alcanzar distantes mercados desde sus primeros pasos. Una vez que Márquez asentó su negocio ganadero, amplió su alcance a otras acciones comerciales viajando por barco a La Habana y regresando con bienes que después vendería en Florida[1]. Como sucesor de Márquez, Francisco Javier Sánchez fue propietario y administrador de tiendas, plantaciones y ranchos en Florida que suplían a oficiales españoles y británicos. A través de caminos trazados y recorridos por personas indígenas, gente como Márquez y Sánchez estableció algunas de las rutas, estaciones y tiendas comerciales, al igual que otros españoles hicieron en otras partes de la frontera septentrional del imperio español.

Aunque la actividad ganadera a gran escala comenzase en Florida, se convirtió en icónica en el Suroeste. Juan de Oñate introdujo el ganado en Nuevo México a finales del siglo XVI; el capitán Alonso de León y Eusebio Francisco Kino hicieron lo mismo en Texas y Arizona durante el siglo XVII, y Junipero Serra y Juan Bautista de Anza en California a lo largo del siglo XVIII. En todo el Suroeste, las industrias ganaderas abastecieron a las nacientes explotaciones agrícolas y mineras con sebo para velas y cueros para ropa, arneses y bolsas para transportar minerales y agua. Ranchos en toda la región se encomendaban a la labor de las poblaciones indígenas, que arriaban y mataban ganado vacuno y ovino con el fin de elaborar ropa y otros bienes. En los primeros años del siglo XIX, se embarcaron reses desde la frontera septentrional del imperio español hacia Sudamérica, lo que permitió la creación de industrias ganaderas ahí, y con ello demostrar de nuevo las tempranas conexiones entre mercados lejanos. Ese tipo de empresas en el norte de la Nueva España también generaron algunas de las primeras operaciones económicas ilegales en las fronteras nacionales e imperiales, como las protagonizadas por ladrones de ganado transportando reses sin permiso.

Oportunidades y consecuencias en las fronteras de México y EE.UU.

Durante el período colonial español, las concesiones de tierras otorgadas por la corona española formaron los cimientos para posteriores operaciones empresariales y comerciales. Tras declararse independiente de España en 1821, el gobierno mexicano continuó con la práctica de entregar tierras a lo largo de la frontera septentrional del país, particularmente por medio de la secularización de terrenos misioneros reconvertidos en rancheros. Desde los años 20 hasta los 40, el gobierno mexicano expidió cientos de concesiones, con parcelas cuya extensión variaba desde 4000 a 100000 acres. En el momento de la guerra entre los EE.UU. y México, unos 800 rancheros eran los propietarios de más de ocho millones de acres. Algunos empresarios dividían sus terrenos para distribuirlos entre colonos y sus familias, para que ellos pudieran cosechar sus cultivos y criar animales. Otros empresarios fundaron ranchos, muchos de los cuales continuaron en funcionamiento décadas después de la guerra entre los EE.UU. y México. En el año 1760, por ejemplo, el capitán Blas María de la Garza Falcón recibió de la corona española una concesión de 975000 acres en Texas, a la que bautizó como Rancho Real de Santa Petronila. En su mayor parte, esa propiedad se convirtió en el Rancho King que, con cerca de medio millón de acres, fue la explotación más grande de los Estados Unidos. En Arizona, Toribio Otero se hizo cargo de una concesión de 400 acres que su bisnieto, Sabino Otero, conocido como el “rey ganadero de Tubac”, expandió para abarcar tierras desde Tucson hasta la ciudad fronteriza de Nogales. Si bien la mayoría de concesiones de tierras estadounidenses y mexicanas fueron a parar a manos de hombres, algunas mujeres también se convirtieron en propietarias, un hecho que les permitió lograr un significativo margen de independencia con respecto a la sociedad patriarcal mexicana a principios del siglo XIX[2].

Los bienes agrícolas, ganaderos y minerales producidos en el Suroeste llegan a diferentes mercados a través de redes de transporte y comercio, entre ellas las 900 millas del Camino de Santa Fe y otras rutas que conectaban San Antonio con El Paso, y Tucson con la ciudad portuaria mexicana de Guaymas, Sonora. Hacia mediados del siglo XIX, el grueso de los beneficios de negocios propiedad de mexicanos derivaba de ese mercado de productos agrícolas, ganaderos y mineros. Estos bienes eran vendidos en pequeños almacenes o en la calle, y también enviados a distintas partes de los EE.UU. y México. Tales proyectos empresariales sentaron las bases para los negocios y comercio latinos en períodos subsiguientes de la historia estadounidense, y cimentaron las relaciones que gradualmente acercaron al norte de México a la órbita económica de los Estados Unidos[3].

A mediados del siglo XIX, la guerra entre los EE.UU. y México y la anexión de tierras mexicanas por parte de los Estados Unidos transformaron las condiciones sociales, políticas y económicas de las acciones empresariales y comerciales mexicanas en el Suroeste. Los rancheros mexicano-americanos conservaron su estatus como hombres de negocios más ricos y poderosos hasta la década de los 80, cuando las compañías ferroviarias de los EE.UU. llegaron a controlar la mayor parte de sus vastos terrenos. De manera notoria, propietarios en California como Pio Pico y Mariano Guadalupe Vallejo perdieron miles de acres de tierras. En algunos casos, los intereses ferroviarios, mineros, ganaderos o agrícolas compraban esos espacios, y en otros eran invadidos por ocupantes ilegales. Muy a menudo, los rancheros mexicano-americanos, llamados californios, ofrecían partes de sus propiedades para pagar gastos legales incurridos con la meta de defenderlas de las invasiones. En una amarga ironía con respecto a su vida como hacendados opulentos y poderosos, algunos californios murieron en la bancarrota. La expropiación de esas tierras posibilitó el crecimiento industrial del Suroeste estadounidense, pero tuvo devastadoras consecuencias para mexicano-americanos de todas las clases sociales[4].

El cambio de control económico y político por parte de México hacia los EE.UU. afectó negativamente a muchos mexicano-americanos en el Suroeste, pero unos pocos individuos sí sacaron provecho del nuevo contexto nacional para levantar sus propios imperios empresariales. Por ejemplo, los hermanos Bernabé y Jesús Robles se valieron de la Ley Federal de Propiedad de 1862, que otorgaba tierras del oeste de los EE.UU. a precios bajos a gente que pudiera hacerlas productivas. Los hermanos reclamaron dos parcelas de 160 acres cada una, que eventualmente constituyeron el Rancho Three Points en el sur de Arizona. Su ganado y tierras enriquecieron a los Robles, quienes continuaron adquiriendo más terrenos hasta alcanzar un millón de acres entre Florence, Arizona, y la frontera entre los EE.UU. y México, una extensión de 134 millas de norte a sur. Más tarde, Bernabé Robles diversificó sus negocios al invertir en bienes raíces y tiendas en Tucson que después legó a su hijos[5].

Aparte de los ranchos, los emprendedores mexicano-americanos poseían negocios de transportes por medio de vagones que llevaban bienes a lo largo del Suroeste, y entre los EE.UU. y México. En 1856, Joaquin Quiroga fundó un negocio que trasladaban productos entre Yuma y Tucson, Arizona, y con ello se convirtió en un pionero de este sector industrial. Pero hacia el año 1870, Estevan Ochoa (1831-1888) operaba un negocio en Tucson –Tully, Ochoa & Company– que enviaba mercancías hacia lugares en el este tan lejanos como San Luis, Misuri, o en el sur como Guaymas, Sonora. Más adelante, Ochoa abrió varias empresas mercantiles, pequeñas compañías mineras y ranchos de ovejas que dependían de su negocio de transporte para vender sus productos más allá de Tucson. Empresas como Tully, Ochoa & Company en su mayoría tuvieron que cerrar tras la llegada del ferrocarril, que podía transportar mercancías más lejos, más rápido y más barato, aunque algunas otras sí se mantuvieron competitivas gracias a operar rutas no atendidas por los trenes.

Negocios y comercio durante y después de la urbanización de comunidades latinas

Mientras que los extensos territorios ganaderos e industrias del transporte establecieron los fundamentos de la iniciativa empresarial mexico-americana hasta finales del siglo XIX, su progresivo declive supuso que muchos mexicano-americanos se mudaran hacia ciudades del Suroeste en crecimiento, entre ellas, San Francisco, Los Ángeles, Tucson, El Paso, Denver, Albuquerque y San Antonio. Colonos blancos también arribaron a estas pujantes metrópolis, y en unas dos décadas llegaron a desempeñar una función gradualmente dominante en las historias sociales, políticas y económicas de estos lugares. A medida que la influencia y estatus de los mexicano-americanos se diluía, estas personas fueron vistas cada vez más como miembros de una clase trabajadora regional, y la gran mayoría vivía de un modo substancialmente segregado en barrios. Estos vecindarios se convirtieron en bastión de las empresas y comercios mexicano-americanos. Federico Ronstadt, en Tucson, un inmigrante de Sonora, estableció el negocio más grande de construcción de carruajes, así como una muy exitosa ferretería. También en Tucson, Leopoldo Carrillo alcanzó a ser uno de los propietarios más importantes de bienes raíces. Según el censo de 1870, él era el individuo más rico de la ciudad, y sus propiedades abarcaban casi 100 casas, heladerías, tabernas y la primera bolera de la ciudad. Debido a la impresionante variedad de sus intereses comerciales, el directorio de la ciudad de Tucson lo consideraba simplemente como “capitalista”. Aunque los empresarios mexicanos en estas comunidades vendían sus bienes a nivel local, también desarrollaron vínculos comerciales entre los EE.UU. y Latinoamérica. Por ejemplo, como parte de su negocio de carruajes y ferretería, Ronstadt empleaba a agentes al sur de la frontera, en Cananea, Nogales, Hermosillo y Guaymas, Sonora[6].

Comunidades latinas emergentes en otras partes de los EE.UU., especialmente Florida y Nueva York, mostraron asimismo vibrantes pautas mercantiles con Latinoamérica. Cubanos y puertorriqueños se asentaron primero en Tampa y la ciudad de Nueva York como exiliados de las guerras de independencia latinoamericanas en contra de España. Ellos formaron algunas de las primeras comunidades latinas caribeñas en los EE.UU., y fundaron un amplio abanico de negocios tan pronto llegaron. Hacia finales del siglo XIX, los comerciantes caribeños habían mantenido operaciones durante más de cien años, pero sin llegar a establecer comunidades. A partir de 1880 en adelante, sin embargo, los exiliados cubanos y puertorriqueños comenzaron a instalarse en ciudades del sur y el este estadounidenses.

De modo más notorio, emigrantes cubanos edificaron fábricas de cigarros a las afueras de Tampa, a la vista de que las revoluciones caribeñas habían interrumpido la actividad de estas empresas en Cuba. Además, los altos impuestos sobre los cigarros que entraban en los EE.UU. habían mermado sus ventas, un problema resuelto al abrir factorías en el continente. Vicente Martínez Ybor fue el propietario más famoso de estas empresas tabaqueras. Ybor y su socio Ignacio Haya crearon una ciudad-empresa –conocida más tarde como Ybor City– que contaba con cooperativas, teatros, escuelas e imprentas creciendo en torno a las fábricas, y todo ello facilitó el rápido crecimiento del área en su totalidad[7].

Un líder del movimiento independentista, el exiliado cubano José Martí se desplazó entre Florida y Nueva York durante los años 1880 y principios de los 1890, y en esas zonas representó una fuerza unificadora para las comunidades latinas caribeñas. Sotero Figueroa, un exiliado de Puerto Rico desplazado a Nueva York en 1889, desarrolló una estrecha amistad con Martí. Él fundó la Imprenta América, desde la que publicó varios diarios en español, entre ellos El Americano y El Porvenir. Su taller imprimía además el periódico de Martí, Patria. Después de la Guerra España-Estados Unidos, Figueroa se mudó a Cuba y eventualmente fue nombrado director de La Gaceta Oficial, el periódico del nuevo gobierno de la isla. Junto con los talleres de Figueroa, otros negocios latinos se radicaron en Nueva York, entre ellos pequeñas tiendas de alimentación, restaurantes y centros de salud como la Clínica de Comadronas de La Habana (Midwife Clinic of Havana, en el original en inglés), bajo propiedad y gerencia de la cubana Gertrudis Heredia de Serra. Estos negocios en el Suroeste urbano, Florida y Nueva York dejaron las raíces de las actividades empresariales y comerciales latinas durante principios del siglo XX, cuando la población de esa comunidad en los EE.UU. aumentó tras la Guerra España-Estados Unidos, y durante la Revolución Mexicana.

A finales del siglo XIX y principios del XX, las guerras y revoluciones latinoamericanas provocaron la salida de emigrantes mexicanos, cubanos y puertorriqueños para encontrar nuevo sustento en los EE.UU. Las demandas de producción en las industrias mineras y agrícolas en la Primera Guerra Mundial exhibían la promesa de recibir empleo al llegar. Los latinos se asentaron en ciudades como Los Ángeles, Phoenix, Tucson, El Paso, Chicago, Detroit, Miami y Nueva York, generalmente en barrios edificados durante la última parte del siglo XIX.

Después de la Revolución Mexicana, y tras una década de migración y asentamientos, el economista Paul Taylor y los sociólogos Manuel Gamio y Emory Bogardus realizaron algunos de los primeros estudios sobre comunidades mexicanas en los EE.UU., que ofrecieron escasas referencias a los emprendedores mexicanos que abastecían las necesidades de sus crecientes comunidades. Mientras que unos pocos eran dueños de tierras y operaban sus propios negocios agrícolas, muchos de los inmigrantes mexicanos recientes se unían a otros ya más asentados al abrir pequeñas empresas como panaderías, barberías, salas de billar y farmacias, así como otras de mayor tamaño como cines, hoteles e imprentas. Taylor concluye mencionando que, a pesar de estos proyectos, hacia finales de los años 20 los propietarios de negocios mexicanos no habían, por lo general, avanzado económicamente en los EE.UU[8].

El crecimiento de las comunidades latinas supuso la apertura de nuevos mercados para bienes, servicios e información, lo cual hizo que muchos latinos –tanto los residentes veteranos como los recién llegados– fundasen negocios en barrios que se mantendrían segregados respecto a otras áreas de la ciudad y servirían a una clientela primordialmente latina. Sólo unos escasos servicios no latinos a principios del siglo XX se interesaban por los clientes de esta comunidad, o les suplían con productos de su interés. Algunos profesionales médicos en Los Ángeles como, por ejemplo, la “doctora” Augusta Stone, o el doctor Chee, el “doctor Chino”, afirmaban hablar español y anunciaban sus servicios a inmigrantes mexicanos y mexico-americanos. De cualquier manera, la segregación de las comunidades latinas abrió paso a oportunidades empresariales para emprendedores latinos en ciernes[9].

La mayoría de empresas bajo propiedad latina consistía de operaciones familiares de escaso tamaño que abastecían las necesidades de comida, ropa, salud y otras áreas básicas de la vida (y la muerte) de las pujantes comunidades latinas en los EE.UU. Esas actividades incluían servicios de natalidad y funerarios, fábricas de tortillas, agencias de transferencia de dinero, talleres de reparación de autos, panaderías, barberías y salones de belleza. Como evidencia del modo en que los negocios propiedad de latinos se concentraban en los barrios, los vecindarios mexicano-americanos de Corpus Christi, Texas, albergaban tiendas con el nombre de Zapatería Lola, Funeraria Juán González, Ventas de Carros Estrada y La Farmácia Gómez, mientras que en los vecindarios de Los Ángeles acogían establecimientos como Farmácia Hidalgo y Farmácia Ruíz. Asimismo, algunos latinos eran trabajadores autónomos y trabajaban como abogados, doctores y dentistas, aunque en general el porcentaje de estos profesionales era muy reducido en contraste con el de sus colegas blancos. Muy raramente se podía hallar negocios con propietarios latinos fuera de los enclaves étnicos latinos, o que sirviesen a comunidades más extensas no latinas. Los grandes almacenes Jácome y el almacén y la ferretería de Federico Ronstadt –ambos fundados a finales del siglo XIX y ubicados en el distrito comercial central de Tucson– sirvieron a una clientela mixta que incluía mexicano-americanos, nativo americanos y colonos blancos que se mudaron a la ciudad en crecientes números a partir de 1880 en adelante[10].

Mientras que la mayoría de negocios latinos abastecían las necesidades básicas, otros centrados en oportunidades para la cultura y el entretenimiento crecieron desde principios del siglo XX. Por ejemplo, en 1927 Rafael y Victoria Hernández, un matrimonio emigrado desde Puerto Rico a Nueva York, abrió los Almacenes Hernández, comúnmente reconocidos como la primera tienda de discos regentada por puertorriqueños en la ciudad. Más adelante durante el mismo siglo y bajo distintos propietarios, el nombre de la tienda cambió a Casa Amadeo, y en 2001 entró en el Registro Nacional de Lugares Históricos por su función en el desarrollo de la escena musical latinoamericana en la ciudad de Nueva York. Los músicos buscaban materiales almacenados en la tienda; la compañía Victor and Columbia Records confiaba en los propietarios para ubicar a nuevos talentos y estar al tanto de nuevas tendencias y, en general, la empresa mantenía las comunidades latinas neoyorquinas en contacto con la música de su país de origen. Otras tiendas similares cumplían el mismo cometido con latinos residentes en otras partes de los EE.UU., como Repertorio Musical Mexicana en Los Ángeles, propiedad de Mauricio Calderón, un inmigrante mexicano que afirmaba que su tienda era “la única casa mexicana de música mexicana para mexicanos”[11].

Además de tiendas de discos y otras empresas musicales, los negocios latinos culturales y de ocio incluyeron restaurantes, salas de baile, teatros, locales de vodevil, cines, bares y cafés, que servían a comunidades latinas a lo largo del país. El Restaurante El Progreso en Los Ángeles atraía a clientes mexicano-americanos con platos preparados en un “estilo realmente mexicano”, y teatros como el Novel o el Hidalgo entretenían a los inmigrantes mexicanos con actuaciones en vivo y películas importadas desde México. Estos negocios regentados por latinos a menudo definían las relaciones sociales y políticas de sus propietarios, que solían convertirse en líderes comunitarios importantes. Por ejemplo, como dueña del Club Sofía, un popular local nocturno en Corpus Christi durante los años 40, Sofía Rodríguez obtuvo un puesto en la Comisión de Bebidas Alcohólicas de Texas, y eso la puso en contacto con políticos que esperaban que ella les surtiera de votos mexicano-americanos. Otros negocios también desarrollaron conexiones políticas entre los latinos al hacer contribuciones financieras a grupos de derechos civiles y sociales como la Alianza Hispano Americana (AHA), fundada en Tucson en 1894, o la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC), creada en 1929 en Corpus Christi[12].

La mayor presencia de empresas latinas en los primeros años del siglo XX presentó la función de los latinos no solamente como consumidores de bienes económicos y culturales, sino también como activos agentes sociales y políticos. Ellos lucharon contra la discriminación hacia su comunidad, debatieron sobre los méritos de candidatos a cargos públicos y organizaron diversos eventos comunitarios. Los inmigrantes entre ellos también siguieron desde la distancia los asuntos políticos de sus países de origen y escogieron bandos, por ejemplo, en las guerras y revoluciones que recompusieron las sociedades latinoamericanas. Los latinos formaron varios nuevos grupos sociales, políticos y económicos para involucrarse en estos temas internacionales y locales, como la AHA y la LULAC. Los negocios regentados por latinos, especialmente las radios y los periódicos en español, trazaron y reflejaron las actuaciones de esos grupos.

Las imprentas fueron uno de los primeros negocios de propiedad latina en los EE.UU. inicialmente fundadas a finales del siglo XVIII, pero con mayor frecuencia en la entrada del siglo XX, cuando las crecientes comunidades latinas demandaban noticias tanto sobre sus nuevas ciudades, como de sus tierras nativas en Latinoamérica. Varios periódicos hispanohablantes creados entre 1910 y 1930 mantuvieron a los latinos informados, como La Prensa y La Opinión, diarios de Ignacio Lozano en San Antonio y Los Ángeles, respectivamente, y El Tucsonense, el diario de Arturo Moreno en Tucson. Lozano enviaba La Prensa hacia el Oeste y el Medio Oeste, y de esta manera la convertía en algo parecido a un periódico nacional en español. Asimismo, empleó los beneficios de sus publicaciones para diversificar sus negocios, que eventualmente incluyeron una editorial, una librería en Los Ángeles llamada Librería Lozano y bienes raíces en toda la ciudad. Además, las imprentas como las de Lozano fueron los precursores de estaciones de radio y televisión en español impulsadas por individuos como Raoul Cortez en San Antonio y Ernesto Portillo en Tucson.

Poblaciones en crecimiento, mercados en expansión

Los hijos de emigrantes latinoamericanos que llegaron a los EE.UU. entre 1900 y 1930 alcanzaron la mayoría de edad a mediados del siglo XX. A ellos se unieron nuevas oleadas de inmigrantes, obligados a dejar sus hogares debido a las pobres condiciones económicas causadas por la depresión global de los años 30, y a las guerras civiles agravadas por las intervenciones militares estadounidenses. La Segunda Guerra Mundial constituyó un momento decisivo tanto para los latinos estadounidenses, como para los emigrantes latinoamericanos. Los primeros se unieron al ejército de los EE.UU. y, al regresar del servicio, articularon nuevas demandas en torno a programas federales como la Ley para Soldados (GI Bill, en el original en inglés). Estos programas recientes posibilitaron a muchos de los veteranos aspirar a títulos universitarios, salir de los barrios y trasladarse a zonas más acomodadas de sus ciudades. Por su lado, los emigrantes mexicanos y puertorriqueños cumplieron con la demanda de mano de obra como participantes de programas de trabajadores invitados, y otros emigrantes caribeños y centroamericanos –es decir, guatemaltecos, cubanos y dominicanos– arribaron a los EE.UU. en mayores números. Tal como ocurrió décadas atrás, los cambios demográficos en las comunidades latinas supusieron nuevas prácticas empresariales y comerciales.

Muchos de los negocios propiedad de latinos establecidos durante finales del siglo XIX y principios del XX continuaron sirviendo a comunidades latinas hasta finales del siglo XX. Las fábricas de cigarros en Tampa funcionaron hasta los años 50; las industrias de música y ocio latinos en Nueva York alcanzaron su cima entre los 40 y los 70, tras los primeros éxitos de años anteriores, y comercios como los grandes almacenes Jácome continuaron en funcionamiento hasta 1980. Estas empresas se apoyaban en una clientela latina que había residido durante una generación o más en los EE.UU., así como en el intercambio con mercados internacionales a lo largo de Latinoamérica. De cualquier manera, ellos también atendieron las necesidades de nuevos consumidores estadounidenses, entre ellos inmigrantes latinoamericanos recientes y clientes no latinos cada vez más interesados por los bienes y servicios proporcionados por las compañías regentadas por latinos.

Los pequeños negocios continuaron formando la piedra angular del espíritu empresarial latino ya dentro de la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial, y los consumidores latinos fueron todavía sus clientes preferidos. Durante un período generalmente definido como de auge económico, los latinos de segunda o tercera generación –descendientes de familias que habían vivido en los EE.UU. desde el siglo XIX, o los hijos de inmigrantes latinoamericanos que habían llegado a principios del siglo XX– erigieron más empresas nuevas que ninguna otra generación previa de latinos[13].

Las industrias del espectáculo creadas durante los primeros años del siglo XX crecieron al mismo ritmo que las comunidades latinas estadounidenses. Después de la migración masiva de puertorriqueños hacia Nueva York, el Teatro Forum, que había abierto sus puertas por primera vez en 1917 para entretener a públicos inmigrantes griegos, fue rebautizado como Teatro Puerto Rico en 1948. Hasta la década de los 70, el teatro aportó diversión en vivo para los miembros de las comunidades latinas neoyorquinas, como la brindada por músicos puertorriqueños como José Feliciano o actores mexicanos como Mario “Cantinflas” Moreno, Jorge Negrete y Pedro Infante. La familia Palmieri abrió una tienda de esquina en Nueva York conocida como el Mambo Candy Shop, que se convirtió en lugar de encuentro para los músicos latinos de la ciudad. Los mismos hijos de los propietarios de la tienda, Eddie y Charlie Palmieri, llegaron a ser músicos famosos. Al mismo tiempo, en el otro extremo del continente el compositor y músico mexicano-americano Eduardo “Lalo” Guerrero entretenía al público de su propio club nocturno, Laloʼs[14].

Hacia mediados del siglo XX, los negocios propiedad de latinos encontraron cada vez más mercados para sus bienes y servicios fuera de sus comunidades, en primer lugar porque los latinos tras la Segunda Guerra Mundial empezaron a residir en otras áreas distintas a los barrios, y segundo a causa de la progresiva mercantilización de todo lo latino, especialmente la comida y la música. Goya Foods, por ejemplo, comenzó en 1936 como una pequeña empresa familiar que comercializaba sus productos solamente para las comunidades latinas de Nueva York. Incluso en el período de la postguerra, cadenas comerciales como Safeway se negaban a vender género de Goya. Sin embargo, bajo el liderato de Joseph A. Unanue, esta empresa se convirtió en la distribuidora de alimentos propiedad de latinos más grande de los EE.UU., que además enviaba productos a otras partes del mundo, especialmente a Latinoamérica, España y otros países de Europa. La Preferida, una compañía alimentaria regentada por mexicanos, creada en Chicago a fines del siglo XIX, también surgió como un proyecto a pequeña escala que después se expandió para vender su género en mercados nacionales e internacionales[15].

Nuevos grupos de inmigrantes latinoamericanos revitalizaron las operaciones comerciales y empresariales latinas durante mediados del siglo XX. Muchos guatemaltecos abandonaron su país de origen después del golpe de estado de 1954 que reemplazó, con el apoyo de los EE.UU., el líder izquierdista Jacobo Árbenz Guzmán por el militar conservador Carlos Castillo Armas. Ciudadanos de la República Dominicana dejaron sus hogares en la isla tras el asesinato en 1961 de Rafael Trujillo, que acarreó más de una década de inestabilidad social, política y económica. Un gran número de cubanos salió de su país al estallar una revolución de la que Fidel Castro emergió como líder absoluto. A medida que todos estos individuos se establecían en los EE.UU., algunos abrieron negocios para atender a sus comunidades inmigrantes, entre ellos restaurantes, bodegas y clubs musicales.

Desde los primeros años de salir hacia Nueva York, Illinois y Florida, los inmigrantes cubanos –especialmente la primera oleada de exiliados que llegó justo después de la Revolución Cubana, en general, más educada y pudiente que las posteriores oleadas– han sido considerados como un grupo particularmente emprendedor de latinos. Al haber limitado Castro su capacidad de lanzar negocios en Cuba, muchos empresarios estaban impacientes por salir de la isla. Pero incluso más allá de la supuesta orientación industriosa de los primeros emigrantes cubanos, las políticas estadounidenses durante la Guerra Fría favorecieron a aquellos cubanos que aspiraban a ocupaciones empresariales, por medio de ayudas financieras, becas y préstamos. La numerosa presencia de cubanos en Miami también facilitó lo que un investigador ha denominado como “el desarrollo de capital social de esencia étnica” o “recursos económicos y sociales, y apoyo basado en afiliación de grupo”. Durante los años 60, Miami se transformó rápidamente en el eje de la actividad comercial cubano-americana, sobre todo el vecindario conocido como La Pequeña Habana. Restaurantes, tiendas de ropa, farmacias, puestos de fruta, cafés, centros asistenciales médicos y empresas orientadas a los servicios como cerrajeros definieron el paisaje empresarial del barrio cubano más extenso de Miami[16].

Auges empresariales y la globalización de la cultura latina

A medida que la población latina estadounidense se expandía dramáticamente tras 1965, ocurrió lo mismo con el número de negocios bajo propiedad de latinos. La Ley de Inmigración y Naturalización de 1965 sustituyó las cuotas de origen nacional por un sistema de visados que otorgaba mayor oportunidad a emigrantes de países con más restricciones en el pasado, aunque todavía se limitaba el número total de entradas. Como los aproximadamente cien mil visados no reflejaban las necesidades laborales de millones de inmigrantes en Latinoamérica, Asia y África, muchos de ellos entraron en los EE.UU. sin documentos legales desde finales de los años 60 en adelante. Desde los 70 y los 80, flujos de refugiados centroamericanos procedentes de las guerras civiles en Guatemala, Nicaragua y El Salvador también se instalaron en los EE.UU. A partir de los 90, latinos con diversos antecedentes étnicos continuaron estableciéndose en este país, con mayor celeridad en el Sur, Noreste y las Grandes Llanuras. El crecimiento global de la población latina durante la parte final del siglo XX aportó oportunidades tanto para empresarios latinos con larga experiencia en el país, como para nuevos emprendedores inmigrantes.

El incremento de las operaciones industriales y comerciales latinas provocó un mayor interés por parte del gobierno estadounidense hacia este grupo de empresarios y consumidores. En 1972, el gobierno publicó su primera Encuesta de Empresas Propiedad de Minorías, que desde entonces actualizó cada pocos años, en 1982, 1987, 1992, 1997, 2002 y 2007. La encuesta de 1972 reveló que había aproximadamente 81000 negocios regentados por mexicanos en los EE.UU. Hacia 1987, ese número había ascendido en 230%, hasta 267000. La encuesta de 1992, como la Ley de Reforma y Control de la Inmigración había permitido a muchos inmigrantes latinoamericanos regularizar su estatus legal, mostró un nuevo crecimiento impactante de esos negocios mexicanos, 42% o 379000. Una década después, en el año 2002, había más de 700000 empresas bajo gerencia mexicana. Este aumento abarcó también otros grupos latinos. En 1977, la Oficina del Censo informó que había 248000 negocios propiedad de latinos, en 1987 eran 422000, y hacia 1997 sumaban 1,2 millones. En 2002, el número alcanzaba los 1,6 millones, y su ritmo de crecimiento era más rápido que el de cualquier otro grupo étnico o racial en los EE.UU. Como muestra de reconocimiento de la espectacular subida de las actividades empresariales y comerciales latinas, en 1979 se inauguró la Cámara de Comercio Hispana de EE. UU., con el fin de representar a la comunidad industrial y mercantil latina del país[17].

La distribución geográfica en los EE.UU. de los negocios propiedad de latinos respetaba las mismas pautas generales de residencia de las comunidades latinas. La mayoría de empresas con dueños de origen mexicano se hallaban en el Suroeste, aunque su número había aumentado también en otras áreas, como el Sur, Nueva York e Illinois. En 1997, solamente California y Texas tenían 75% de los negocios con propietarios mexicanos. Mientras tanto, 70% de las compañías cubanas se ubicaban en Florida; la mayoría de empresas puertorriqueñas radicaba en Florida, Nueva York e Illinois, y en el caso de las dominicanas, el punto central era Nueva York. Tras California, Texas, Florida y Nueva York, resultaba más habitual encontrar negocios latinos en Nueva Jersey, Illinois, Arizona, Nuevo México, Colorado y Virginia. Las empresas operadas por latinos siguieron asimismo al movimiento general hacia los suburbios. Por ejemplo, Glendale y Mesa, ambos suburbios de Phoenix, albergaban a escasos residentes latinos en 1990, pero en los primeros años del siglo XXI acogían florecientes carnicerías, panaderías, tiendas de llantas, heladerías, tiendas de ropa vaquera y salones de belleza. Con frecuencia, sus nombres se referían a estados mexicanos como Sinaloa, Michoacán, Chihuahua o Sonora, y su decoración incluía imágenes de Emiliano Zapata o la Virgen de Guadalupe. Entre otras opciones, estos comercios mostraban anuncios sobre transportes hacia México, transferían dinero a países latinoamericanos, y vendían tarjetas telefónicas y periódicos de ciudades mexicanas fronterizas. De esta manera, ayudaban a los inmigrantes latinos a conservar las conexiones con sus países de origen y servían como puntos primarios de entrada a nuevas comunidades en los EE.UU. De cualquier modo, a pesar de la progresiva suburbanización de la población latina estadounidense, la mayoría de sus empresas sigue radicada en las ciudades, y sólo cinco áreas metropolitanas –Nueva York, Los Ángeles, Miami, Houston y San Antonio– comprendían más de un tercio de todos los negocios latinos de los EE.UU[18].

Ya en el siglo XXI, la gran mayoría de las empresas propiedad de latinos continúa siendo pequeñas operaciones, a menudo regentadas por personas jóvenes. Restaurantes, supermercados, barberías, imprentas, oficinas de asistencia sanitaria, cines y salas de conciertos todavía se centran en abastecer las necesidades de latinos nacidos dentro y fuera de los EE.UU. Otras compañías sirven a individuos no latinos, como por ejemplo jardinería o limpieza doméstica, por lo general en el sector de servicios, ventas y construcción. Muchos de los trabajadores latinos autónomos –que afirman operar su propio negocio– no tienen empleados, y con frecuencia se apoyan en el trabajo no remunerado de familiares. Otros ocupan posiciones asalariadas, pero también limpian casas, realizan labores de jardinería, hacen trabajo de mantenimiento o venden alimentos como pan dulce, burritos o tamales en sus barrios o lugares de trabajo. En ocasiones, los latinos piden prestado dinero a familiares, se unen a grupos que comparten recursos o logran pequeños préstamos empresariales que convierten estos negocios secundarios en ocupaciones más lucrativas y de tiempo completo[19].

A pesar de estas tendencias generales, existen muchos contrastes entre los propietarios latinos de distintos antecedentes étnicos, de clase y de género. Mientras que los mexicanos son dueños de más compañías que cualquier otro grupo latino, las regentadas por cubanos resultan, en general, más rentables. Los estereotipos de latinos y no latinos suelen señalar que los cubanos forman la comunidad empresarial más exitosa de todas las latinas en el país o, a la inversa, que los mexicanos carecen de espíritu comercial. En realidad, las diferencias derivan de los hechos históricos con que los potenciales emprendedores mexicanos y cubanos se han encontrado en los EE.UU, concretamente, las mayores facilidades que los segundos han disfrutado a causa de las políticas anti-castristas estadounidenses. Todos los latinos han tropezado con obstáculos para recibir préstamos bancarios que financiasen los costes de apertura de negocios, y eso les ha supuesto recurrir a ahorros personales, préstamos familiares, programas gubernamentales o préstamos a intereses muy altos por parte de bancos que explotan a ciertos grupos étnicos. Sin embargo, los futuros empresarios latinos –especialmente los de origen cubano– procedentes de una clase social media, con mejor nivel de educación, familiares más acomodados y conexiones más sólidas con las prácticas comerciales estadounidenses, disfrutan de muchas más facilidades que otros latinos de clase social baja o de estatus migratorio reciente.

Asimismo, los latinos de ciertos antecedentes étnicos suelen prestar fondos a latinos de características similares. Cuando ellos abren sus negocios, 18% recurre a fuentes de capital “co-étnicas” (es decir, cubanas, mexicanas o nicaragüenses) y solamente 6% a fuentes “co-raciales” (o sea, latinas). De igual modo, los mexicanos suelen adquirir productos en tiendas regentadas por otros mexicanos, y lo mismo ocurre con los cubanos y los puertorriqueños. Por último, la cantidad de empresas propiedad de mujeres latinas ha crecido más rápido que cualquier otro tipo de negocio latino. No obstante, las emprendedoras latinas disponen incluso de menos acceso a financiación bancaria que sus semejantes varones, sus empresas suelen resultar menos rentables y se concentran desproporcionadamente en industrias alimentarias y servicios domésticos[20].

Las diferencias entre los propietarios de negocios y comercios latinos han dado pie a un alto nivel de segmentación. En general, los negocios de mayor tamaño han sido más exitosos que los de pequeño tamaño y con un solo propietario, que forman la mayoría de empresas latinas. Solamente 6,5% de los negocios latinos son considerados grandes corporaciones, pero por otro lado representan 40% de los beneficios totales de todo el sector empresarial latino. Por su parte, 85% de empresas latinas tenían un solo propietario, pero estas firmas suponían un escaso 22% del prepuesto general por ventas.
El auge de las empresas y comercios latinos ha creado oportunidades para que unos pocos emprendedores de esta comunidad se hayan convertido en algunos de los líderes empresariales más exitosos a nivel nacional. Roberto Goizueta desempeñó el cargo de director general de Coca Cola durante casi dos décadas. Arturo Moreno, propietario del equipo de béisbol Los Angeles Angels e hijo del dueño mexicano-americano de El Tucsonense, diario en español de Tucson, fue el primer latino al mando de una gran franquicia deportiva estadounidense. Angel Ramos fundó Telemundo, la primera televisión en Puerto Rico, que eventualmente se trasladó a Hialeah, un suburbio de Miami, para llegar a ser la segunda red televisiva hispanohablante de los EE.UU.
La mayor parte de emprendedores latinos han experimentado trayectorias profesionales muy diferentes. Las encuestas dirigidas a este colectivo revelan que muchos de ellos ganaban menos que otros latinos en puestos asalariados. Estos empresarios mantenían sus negocios sólo para poder preservar su autonomía con respecto a mercados laborales discriminatorios, incluso si eso no les ofrecía éxito financiero. Además, muchos de estos empresarios que sí alcanzaron éxito pudieron triunfar gracias a otros latinos, no en relación con compañías propiedad de blancos. En general, los negocios latinos aportan menos beneficios que los negocios blancos. Hacia finales del siglo XX, 21 millones de firmas estadounidenses generaron más de 18 billones de dólares, o casi $900000 por empresa. Sin embargo, 1,2 millones de compañías latinas generaron ventas de $187000 millones, es decir, $155000 por cada una. Al mismo tiempo, 40% de empresas latinas tenían unos ingresos de $10000 o menos. En otras palabras, los negocios latinos representaban casi 6% del total estadounidense, pero menos de 1% de las ventas generales. Asimismo, muy pocos empresarios latinos comparativamente han aparecido en los niveles más altos de dirección corporativa. A finales de los años 90, la revista Hispanic Business informó que había solamente 217 ejecutivos en 118 empresas Fortune 1000. En 2002, la cifra había subido a 928 directivos en 162 compañías, todavía un número significativamente limitado[21].

A pesar de los distintos resultados económicos entre los emprendedores latinos, y entre latinos y blancos, la socióloga de Texas A&M Zulema Valdez ha descubierto que todos los empresarios latinos comparten una “creencia universal en su éxito”. Sus afirmaciones respecto al éxito en algunos casos estaban ligadas a las ganancias financieras, pero a menudo derivaban del hecho de que, al establecer sus propios negocios, los latinos conseguían dejar atrás profesiones “sucias, peligrosas o difíciles”, o trabajos donde ellos padecieron “sentimientos anti-inmigrantes, o discriminación racial o étnica”. Otros definieron el éxito en términos no económicos, sobre todo mujeres e inmigrantes recientes que citaban su mera supervivencia, o su capacidad de poder ayudar a otros[22].

Su creencia universal en el éxito por medio de la propiedad en los negocios, a pesar de los logros económicos desiguales, subraya una paradoja básica en la historia de las compañías y comercios latinos, y de la historia de los latinos en general. En concreto, los empresarios latinos, como muchas otras personas de su comunidad, continúan creyendo que el progreso y la mejor vida resultan posibles en los EE.UU. Esta es la razón por que muchos de sus inmigrantes se han arriesgado a dejar sus países de origen y siguen construyendo horizontes en los EE.UU., incluso si sufren discriminación y desigualdades económicas aquí. De hecho, muchos emigrantes latinos cuestionan esta posición cada vez más, y se concentran en ahorrar solamente el dinero necesario para crear negocios en sus países latinoamericanos de procedencia. El reconocimiento oficial de las actividades empresariales y comerciales latinas, con su designación como históricamente significativas, corroborará esta paradoja que ha sido fundamental no sólo para la historia latina, sino para la historia de los EE.UU. en el sentido más amplio. Reconocerá las muchas maneras en que los latinos y otros han logrado éxito en los EE.UU., así como las desigualdades estructurales que continúan evitando que llegue a ser el mejor país posible.


Los puntos de vista y conclusiones incluidas en este documento pertenecen a los autores, y no se deberían interpretar como representación de las opiniones o políticas del Gobierno de Estados Unidos. Ninguna mención de marcas o productos comerciales constituye su aprobación por parte del Gobierno de Estados Unidos.


Notas

[1] Amy Bushnell, “The Menéndez Márquez Cattle Barony at La Chua and the Determinants of Economic Expansion in Seventeenth‐Century Florida”, The Florida Historical Quarterly 56, no. 4 (Abril 1978): 411.

[2] Sobre el Rancho King, véase David Montejano, Anglos and Mexicans in the Making of Texas, 1836-1986 (Austin: University of Texas Press, 1987), 79. Sobre Toribio y Sabino Otero, véase Thomas E. Sheridan, Los Tucsonenses: The Mexican Community in Tucson, 1854-1941 (Tucson: University of Arizona Press, 1986), 52‐53; y Miroslava Chávez‐García, Negotiating Conquest: Gender and Power in California (Tucson: The University of Arizona Press, 2004), 52‐85.
[3] Andrés Reséndez, Changing National Identities at the Frontier: Texas and New Mexico, 1800-1850 (Nueva York: Cambridge University Press, 2004), 93‐123.
[4] Leonard Pitt, Decline of the Californios: A Social History of the Spanish Speaking Californias, con un prefacio de Ramón A. Gutiérrez (Berkeley: University of California Press, 1999), 83‐103.
[5] Sheridan, Los Tucsonenses, 97.
[6] Thomas E. Sheridan, Arizona: A History, edición revisada (Tucson: University of Arizona Press, 2012), 114.
[7] Sobre la industria tabaquera de Florida en general, véase Gary Mormino y George Pozzetta, The Immigrant World of Ybor City: Italians and their Latin Neighbors in Tampa, 1885-1985 (Gainesville: University Press of Florida, 1998); y Nancy A. Hewitt, Southern Discomfort: Women’s Activism in Tampa, Florida, 1880s-1920s (Urbana‐Champaign: University of Illinois Press, 2001), 21‐37.
[8] Paul S. Taylor, Mexican Labor in the United States (Berkeley: University of California Press, University of California publications in economics, 1930); Manuel Gamio, Mexican Immigration to the United States (Chicago: The University of Chicago Press, 1930); y Empresarios migrantes mexicanos en Estados Unidos, eds. M. Basilia Valenzuela y Margarita Calleja Pinedo (Jalisco: Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas, Universidad de Guadalajara, 2009), 22‐23.
[9] George J. Sánchez, Becoming Mexican American: Ethnicity, Culture and Identity in Chicano Los Angeles, 1900-1945 (Nueva York: Oxford University Press, 1993), 176.
[10] Mary Ann Villarreal, “Life on the ‘Hill’: Entrepreneurial Strategies in 1940s Corpus Christi”, en An American Story: Mexican American Entrepreneurship and Wealth Creation (West Lafayette, IN: Purdue University Press, 2009), 54; y Sánchez, Becoming Mexican American, 175.
[11] Calderón citado en Sánchez, Becoming Mexican American, 175.
[12] Sánchez, Becoming Mexican American, 174‐175; y Mary Ann Villarreal, “Life on the ‘Hill’: Entrepreneurial Strategies in 1940s Corpus Christi”, 49.
[13] Empresarios migrantes mexicanos en Estados Unidos, 15.
[14] Roberta L. Singer y Elena Martínez, “A South Bronx Latin Music Tale”, Centro Journal XVI, no. 1 (Spring 2004): 193.
[15] Empresarios migrantes mexicanos en Estados Unidos, 28.
[16] Zulema Valdez, The New Entrepreneurs: How Race, Class, and Gender Shape American Enterprise (Stanford, CA: Stanford University Press, 2011), 25; María Cristina García, Havana USA: Cuban Exiles and Cuban Americans in South Florida, 1959-1994 (Berkeley: University of California Press, 1997); y Heike Alberts, “Geographic Boundaries of the Cuban Enclave Economy in Miami”, en Landscapes of the Ethnic Economy, eds. David H. Kaplan y Wei Li (Lanham, MD: Rowman & Littlefield Publishers, Inc.), 39, 41.
[17] Zulema Valdez, The New Entrepreneurs: How Race, Class, and Gender Shape American Enterprise (Stanford, CA: Stanford University Press, 2011), 25; María Cristina García, Havana USA: Cuban Exiles and Cuban Americans in South Florida, 1959-1994 (Berkeley: University of California Press, 1997); y Heike Alberts, “Geographic Boundaries of the Cuban Enclave Economy in Miami”, en Landscapes of the Ethnic Economy, eds. David H. Kaplan y Wei Li (Lanham, MD: Rowman & Littlefield Publishers, Inc.), 39, 41.
[18] Alex Oberle, “Latino Business Landscapes and the Hispanic Ethnic Economy”, en Landscapes of the Ethnic Economy, eds. David H. Kaplan y Wei Li (Lanham, MD: Rowman & Littlefield Publishers, Inc., 2006), 149, 154.
[19] Empresarios migrantes mexicanos en Estados Unidos, 26‐27, 35, y 37.
[20] Wei Li, et al, “How Ethnic Banks Matter: Baking and Community/Economic Development in Los Angeles”, en Landscapes of the Ethnic Economy, 113‐114, y 125; y Valdez, The New Entrepreneurs, 25‐26, 64, 69, y 89.
[21] Valdez, The New Entrepreneurs, 42‐43.
[22] Ibid, 8, 44, 48, 97, y 99.

Last updated: July 10, 2020