Last updated: July 10, 2020
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11. Ciencia y medicina
Ciencia estadounidense, medicina estadounidense, y latinos estadounidenses
John Mckiernan-González
El 26 de agosto de 1935, la matrona Felicitas Provencio entró caminando en el ayuntamiento de El Paso para registrar un reciente nacimiento en la parte del sur de El Paso. Alex Powell, el secretario del condado de El Paso, ordenó que la policía arrestara a la centenaria Provencio por practicar la partería sin licencia. En su celda, Provencio orgullosamente dijo a la prensa que había estado “cometiendo este crimen [de partería] durante más de 60 años … nadie había muerto en ningún nacimiento que asistió”. Provencio había nacido y se crió en El Paso antes de que fuese parte de los EE.UU. Como recordó, “una vez era un ranchito triste, o menos de un rancho. Había un río que cruzaba desiertos y praderas y algunas casas pequeñas de adobe, y ya entonces era una matrona”. Por consiguiente, “encontró que fue profundamente injusto ser aprehendida a causa de una hoja de papel inútil[1]. El tema era más grave que una certificación médica. Era una matrona en una época cuando su carrera estaba bajo escrutinio severo, y era mexicana durante la década de repatriación mexicana[2].
La historia de Provencio ofrece una perspectiva sobre las maneras en que los latinos han participado en las ciencias y la medicina, y el modo en que su participación ha sido desalentada o excluida. Mientras que los latinos han estado usando sus habilidades y credenciales médicas para entrar y salir de instituciones estadounidenses clave desde por lo menos 1848, los límites entre los latinos y las instituciones estadounidenses a menudo se han transformado, cambiando los términos de pertenencia y los requisitos para entrar. La atención histórica a la participación latina en las ciencias y la medicina exige un enfoque en las fronteras de las ciencias estadounidenses, en los mundos históricos que los médicos, las enfermeras y los científicos comparten con pacientes, matronas e incluso sus conciudadanos y otros residentes[3]. La presencia latina en estos mundos atrae atención hacia las maneras inesperadas en que la expansión de los EE.UU. permitió tanto la exclusión como la inclusión en su sociedad.
Como la ira de Provencio desde su celda dejó claro, los latinos no apreciaron parte del trato que recibieron a manos de las autoridades médicas. En 1940, el historiador de política y activista de derechos humanos George I. Sanchez sostuvo que los estadounidenses tratan a los latinos como “gente olvidada”, poniéndolos fuera del espacio de la ciudadanía estadounidense[4]. Los historiadores médicos han demostrado que los estadounidenses han tratado a los latinos y otras minorías como una amenaza médica – otro “peligro migrante” o una “raza empapada de sífilis” – y han desarrollado instituciones médicas contra la amenaza conjunta de extranjeros y enfermedades epidémicas[5]. Los asimilacionistas médicos, por otro lado, han buscado usar la reforma sanitaria e instituciones médicas para ayudar a convertir a los latinos en mejores estadounidenses, “ciudadanos más apropiados”[6]. Atrapado entre estas corrientes médicas indiferentes, hostiles, condescendientes y coercitivas en la sociedad estadounidense de los 30, el orgullo de Felicitas Provencio en su trabajo, su abierta resistencia a las autoridades médicas y su presencia documentada en la prensa latina de Texas deberían recordarnos que los latinos y las latinas han desarrollado sus propias opiniones con respecto a la salud y el bienestar, sus propias perspectivas sobre las instituciones de medicina y su propio entendimiento de las maneras en que se incorporan las ciencias y la medicina en sus aspiraciones de vida en los EE.UU. Su presencia en la cárcel de El Paso es otro recordatorio de que las perspectivas latinas en las ciencias y la medicina constituyen partes importantes en la historia estadounidense[7].
La vida de Provencio coincidió con la expansión al oeste de los EE.UU., la Guerra Civil, las intervenciones en el Caribe y México y las redefiniciones de la identidad nacional durante la época del “Nuevo Trato”. Felicitas Provencio no vivió para ver el brote de la Segunda Guerra Mundial o la inversión en el transporte, la medicina, la ciencia y las instituciones militares que definieron la expansión económica del periodo de la Guerra Fría. No fue hasta varias décadas después de la muerte de Provencio, durante los 50 y 60, que los latinos y latinoamericanos por fin comenzaron a mudarse a las ciencias y la medicina en números significativos. Sin embargo, esas comunidades se comprometieron en modos importantes con la historia de las ciencias y la medicina a través de los siglos XIX y XX. Desde organizar boicots a la recogida de uva, hasta encontrar agujeros en la capa de ozono y encargarse de hospitales, los latinos han participado en la redefinición y democratización de las ciencias y la medicina estadounidense.
Las comunidades latinas desafiaron la discriminación médica al apoyar a sus propios doctores, enfermeros, curanderos y parteras y al buscar oportunidades, aunque fueran escasas, en el nuevo orden estadounidense[12]. Las familias acomodadas desde California hasta Puerto Rico enviaban a sus vástagos a escuelas del Noroeste para recibir su formación médica. Platón, hijo del hacendado y político californio Mariano Vallejo, fue alumno de la Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia durante la década de 1860, al mismo tiempo que Jose Samaniego, procedente de El Paso. Platón Vallejo también sirvió como voluntario para la Comisión Sanitaria en la Guerra Civil[13]. Los Guiteras, una familia de talante liberal, abandonaron Cuba en camino a Filadelfia durante la Guerra de los Diez Años. En esa ciudad, sus hijos Juan y Gregorio asistieron a la Facultad de Medicina de la Universidad de Pensilvania, y ambos obtuvieron puestos en el Servicio de Hospitales de la Marina de los EE.UU. (USMHS, por sus siglas en inglés)[14]. En una situación similar en los momentos finales de la emancipación de los esclavos pero perteneciente a una clase social más humilde, el afro-puertorriqueño José Celso Barbosa se trasladó a Nueva York a la edad de 19 años en busca de formación profesional. Imposibilitado para entrar en la Facultad de Medicina de la Universidad de Colombia por ser negro, Celso Barbosa ingresó en la escuela de medicina de la Universidad de Michigan y se convirtió en el primer doctor de Puerto Rico educado en los EE.UU. Muy visible en las luchas por los derechos civiles en la isla, Celso Barbosa ayudó a establecer el Partido Republicano Puertorriqueño en 1899, y alcanzó un puesto en el Gabinete Ejecutivo entre 1900 y 1917[15]. A principios del siglo XX, Mary Headley Treviño de Edgerton, componente de la poderosa familia Treviño en el Condado de Starr, fue una de las primeras tejanas en entrar en una escuela de medicina en Texas al ingresar en la Universidad de Texas-Rama de Medicina, Galveston. Sin embargo, a pesar de graduarse entre los mejores de su año y de recibir la nota más alta en el examen médico estatal de 1909, ninguna asociación médica a nivel de condado, con la excepción del de Starr, facilitó a esta tejana una práctica de medicina[16]. A medida que la presencia latinoamericana en las ciudades estadounidenses creció, se hizo más obvio que el número de doctores de esa comunidad no podía aumentar al mismo ritmo. De hecho, y al igual que ocurrió con doctores del género femenino o afroamericanos, los números de doctores latinos formados en instituciones médicas estadounidenses se redujo entre 1890 y 1820[17].
El crecimiento económico a través del suroeste estadounidense, México, Centroamérica y el Caribe forzó a las autoridades científicas de los EE.UU. a comenzar a lidiar con las realidades médicas en las comunidades latinas. La investigación conjunta de cubanos y estadounidenses acerca de las enfermedades tropicales permitió que el doctor Carlos Finlay pudiera determinar que los mosquitos eran los portadores de la fiebre amarilla[18]. Aunque estableció un importante precedente, el impulso subsiguiente de los EE.UU. para erradicar los mosquitos en Cuba no llegó a mejorar las condiciones sanitarias y sociales generales de los cubanos, aunque sí consiguió que la vida en Sudamérica, Panamá, Centroamérica y el Caribe fuese más segura para los obreros de origen estadounidense. La participación de los EE.UU. en la investigación sobre enfermedades tropicales creó oportunidades temporales para doctores y científicos latinos. En 1888, Gregorio Guiteas era uno de los pocos funcionarios latinos con un puesto en el USMHS[19]. Durante los 37 años siguientes, el Servicio dependió de su habilidad para comunicarse con hispanohablantes en Cuba, Puerto Rico, Cayo Hueso, Florida y Laredo (Texas). Cuando los EE.UU. invadieron la ciudad de Veracruz, México, en 1917, el Servicio de Salud Pública (USPHS, por sus siglas en inglés) mandó a Guiteras para coordinar la campaña médica contra la fiebre amarilla. A partir de ese momento, hubo escasos nuevos puestos para doctores latinos, ya que Guiteras fue el último oficial sanitario de origen latino en el USPHS hasta después de la Segunda Guerra Mundial[20].
La situación en Puerto Rico cambió tras la ocupación estadounidense, y eso permitió a doctores puertorriqueños –con ayuda de algunos funcionarios sanitarios del USMHS– iniciar una campaña nacional de medicina rural. Después de dos años en la isla, Bailey Kelly Ashford, una cirujana del USMHS, se dio cuenta de que un anquilostoma –y no sólo la explotación de los campesinos puertorriqueños– era el principal responsable de la anemia, la palidez y la debilidad que ella había advertido en esa comunidad, “nuestro recinto bélico, tan reciente bajo nuestra bandera, y tan enfermo”[21]. Con la expectativa de recibir unos 500 pacientes, Ashford y el doctor Gutierrez Igaravidez trataron a cerca de 5000 personas en su dispensario contra el anquilostoma con financiación procedente del ejército en Ituado, Puerto Rico, en 1904. Como respuesta a este gran éxito, la Asamblea Legislativa de Puerto Rico dedicó fondos a una red de dispensarios rurales. Gracias a ello, casi uno de cada cinco puertorriqueños recibió tratamiento; la Fundación Rockefeller intentó reproducir este modelo en el sur de los EE.UU[22].
La colaboración científica caribeña-estadounidense en Puerto Rico y en Cuba que siguió a la Guerra España-Estados Unidos reforzó los límites en torno a la medicina de los EE.UU. en la Era Progresista. El Congreso extendió los fundamentos médicos para la exclusión en la Ley de Inmigración de 1892. La línea de color asumió un mayor espacio institucional en la Asociación Médica Estadounidense (AMA, por sus siglas en inglés), y los doctores afroamericanos formaron la Asociación Médica Nacional en Atlanta en 1895. Las reformas a la educación médica también dieron pie a recortes presupuestarios y pérdida de credenciales de muchas escuelas de medicina, y con ello un cuerpo de estudiantes más blanco, menos diverso étnicamente, más homogéneo en su nivel socioeconómico y mucho más masculino. A pesar de la migración y el asentamiento de casi un millón de mexicanos en los EE.UU. entre 1900 y 1920, el número de doctores latinos con licencia descendió de 73 a 67 en California, Colorado, Florida, Illinois, Nuevo México, Nueva York y Texas en ese mismo período[23]. En 1922, el AMA estableció como requisito residencias y prácticas hospitalarias para sus eventuales afiliados, lo que concedió mucha autoridad a los administradores de esos centros para determinar el futuro de la profesión médica[24]. Aunque la mayoría de latinos continuaron su vida en los márgenes de la medicina estadounidense, aquellos latinos aspirantes a doctores tropezaron con muchos más obstáculos que nunca a su participación en la ciencia y medicina estadounidense.
Con escasas vías políticas para encarar sus condiciones médicas, los latinos aunaron sus recursos para establecer sociedades de ayuda mutua que atendieran las muertes, las lesiones y las enfermedades producidas dentro de su comunidad. La mayoría de las sociedades mutualistas fueron estructuradas para ofrecer a las familias dinero para un entierro digno y algunos fondos para después del fallecimiento. Algunas proporcionaban acceso a seguros de desempleo y, en ocasiones, servicios de salud. La mutualista más grande, la Alianza Hispano Americana, fundada por el Dr. Mariano Samaniego junto con otros hombres de negocios de Tucson en 1894, creció rápidamente en consonancia con el movimiento de trabajadores ferroviarios hacia el oeste en camino a California, el norte hacia Colorado y el este hacia Houston y el sur de Texas[26]. En 1903, trabajadores de fábricas de cigarros en Tampa lograron convenios a nivel municipal que requerían a los patronos apoyar a los mutualistas. El Centro Asturiano, el Círculo Cubano, el Centro Español y la Sociedad La Unión Martí-Maceo extendieron entonces contratos a doctores, crearon espacios para asistencia médica y, en algunos casos, pequeños centros hospitalarios para sus miembros. Para los doctores, esto supuso una fuente de ingresos consistente, pero al mismo tiempo representó un punto de conflicto con la AMA[27].
La Revolución Mexicana cambió las actitudes normativas hacia las condiciones de salud de los latinos desde el descuido a la hostilidad. El Paso, Texas, se convirtió en el foco de estos nuevos temores médicos. Funcionarios locales y estatales culparon a los mexicanos por los altos índices de tuberculosis, viruela, tifus y mortalidad infantil en sus jurisdicciones, y en lugar de mejorar sus propios servicios, ellos, exigieron al USPHS que asegurara que todos los mexicanos cruzando la frontera presentasen buena salud. En 1916, representantes médicos en El Paso empezaron a inspeccionar y espulgar (con baños de keroseno y vinagre) a cualquier que tuviese aspecto de “inmigrante sucio y miserable” y que provocase sospechas de portar viruela o tifus, sometiendo con ello a inmigrantes mexicanos de clase trabajadora a inspecciones, fumigaciones de cuerpo y propiedades personales, y vacunaciones no deseadas[28]. En enero de 1917, el USPHS extendió las inspecciones y los despiojes para así añadir a los viajeros diarios desde Ciudad Juárez. Aunque toda la gente, ciudadanos incluidos, eran técnicamente inspeccionados antes de su entrada desde 1894, la mayoría de visitantes europeos y mexicanos ya padecían de miradas inquisitivas y un sentimiento de humillación. La repentina exigencia a viajeros diarios mexicanos en un importante corredor comercial de desvestirse y ser fumigados impactó a comunidades a ambos lados de la frontera.
Algunos trabajadores latinos respondieron directamente a esa nueva indignidad. En la mañana del 28 de enero de 1917, Carmelita Torres, una empleada doméstica que se desplazaba en un tranvía desde la cercana Ciudad Juárez, contestó a la orden de inspección golpeando al funcionario médico del USPHS que coordinaba el servicio fronterizo de cuarentena, lo que dio pie a los denominados “disturbios de los baños”[29]. Aunque las trabajadoras volcaron automóviles y consiguieron cerrar el tráfico fronterizo durante tres días, sus acciones no llegaron a cambiar el enfoque en cuarentenas contra el tifus para mexicanos y mexicano-americanos de clase obrera hasta los años 30. Emigrantes, residentes y braceros incluso en los años de la Segunda Guerra Mundial recordaban el sentimiento de que los funcionarios “nos desinfectaban como si fuésemos algún tipo de animal que portaba gérmenes”. Esas habituales inspecciones les recordaban a todos los latinos que cruzaban la frontera sobre su lugar en el orden social de los EE.UU.
La Primera Guerra Mundial también sirvió para ampliar los beneficios de quedar dentro de los límites médicos de la ciudadanía estadounidense. La Ley Sheppard-Towner reconoció la nueva presencia pública de las madres como votantes tras la enmienda 19. Aprobada en contra de la voluntad de la AMA, esta ley ofrecía un sustancial apoyo económico a ciudades y pueblos para construir clínicas de asistencia materna e infantil y aliviar así los problemas derivados de partos difíciles y las cifras de mortalidad infantil entre las mujeres estadounidenses. La gran mayoría de ciudades emplearon los fondos de la Ley Sheppard-Towner para mejorar clínicas y hospitales históricamente blancos, o para establecer clínicas maternas e infantiles nuevas o aumentar con más personal las ya existentes, todo ello en vecindarios étnicamente blancos[30]. Preocupados por la publicidad negativa asociada con los altos índices de mortalidad infantil y con el apoyo de los residentes mexicanos locales, las autoridades municipales y del condado en Albuquerque y Los Ángeles crearon clínicas maternas e infantiles en barrios con una mayoría latina como Montebello y Barelas. Pese a que los vecindarios de clase obrera de Los Ángeles eran étnicamente diversos en esos tiempos, las autoridades municipales también dirigieron a las familias mexicanas que residían en otras partes de la ciudad para que se tratasen en esas clínicas “mexicanas” con menos recursos[31].
En vez de edificar clínicas en pequeñas localidades o barrios mexicanos, Nuevo México, Texas y Colorado también emplearon los fondos Sheppard-Towner para entrenar y certificar a matronas mexicano-americanas que pudieran atender a madres en áreas rurales. El proceso de certificación presentaba sus propias complicaciones, pues muchos de los educadores estatales no podían hablar español, profesaban grandes suspicacias sobre la cultura tradicional mexicana y eran incapaces de evaluar la calidad de la relación entre la matrona y sus clientes[32]. Como la anécdota inicial con Felicitas Provencio mostraba, el proceso de certificación puso a las matronas con larga experiencia en un aprieto. Mientras que algunas mujeres agradecieron la repentina legitimidad de una licencia, otras aceptaron mal el proceso. Las inscripciones de nacimiento –una parte de la campaña nacional contra la mortalidad infantil– representaron un buen incentivo para alentar la certificación. Como las matronas se encargaban de la mayoría de los nacimientos en las comunidades latinas, afroamericanas, nativo americanas y angloamericanas rurales hasta entrada la Segunda Guerra Mundial, este programa de divulgación alcanzó a más familias latinas que las mismas clínicas fundadas por medio de la Ley Sheppard-Towner[33].
Otros vieron en este apoyo federal a la maternidad una ocasión de expandir la autonomía médica. En Puerto Rico, el Dr. José Lanauze-Rolón, un doctor formado en la Universidad de Howard, socialista y afro-puertorriqueño, fundó una liga para el control de la natalidad para ayudar a mujeres de clase obrera a decidir cuándo tener niños. Pese a gozar de cierto soporte en la legislatura y en algunas redes de planificación familiar, La Liga fue incapaz de proporcionar un amplio abanico de servicios de salud reproductivos[34]. Hacia los años 50, algunos empresarios tornaron estos servicios –esterilización incluida– en un requisito informal para las contrataciones y, con ello, limitaron la autonomía de las mujeres.
La Gran Depresión hizo que estos fondos públicos para los servicios médicos dedicados a los latinos se volvieran públicamente controvertidos y políticamente volátiles. La repatriación –un movimiento de los años 30 que usó dinero público para trasladar medio millón de personas de origen mexicano a México– tuvo asimismo una dimensión médica[35]. La gente que era deportada y que recibía auxilio a través de clínicas u oficinas de asistencia solía ser percibida como una carga pública y por ello más alejada de una posible readmisión en los EE.UU. Los íntimos lazos entre las preocupaciones médicas y el proceso de repatriación no suponían sólo un problema mexicano. Después de que Manuel Yglesia, un residente de larga duración en Florida, solicitó tratamiento contra la tuberculosis en La Habana, el USPHS impidió su regreso a los EE.UU., una decisión que lo mantuvo alejado de su familia durante el resto de su vida. Las políticas sanitarias de la era de la Depresión dividieron a las familias de los EE.UU. bajo la línea de la ciudadanía[36].
En Texas, la oficina estatal para asuntos de salud intentó poner fin a su relación con las condiciones experimentadas en las comunidades mexicano-americanas. San Antonio, Texas, reportó los porcentajes más altos de tuberculosis, disentería y mortalidad infantil de todo el país, concentrados en vecindarios mexicanos[37]. El Departamento de Salud de Texas reportó 212,8 muertes por tuberculosis por cada 100000 latinos, en comparación con la cifra de 42,6 para los angloamericanos y 109,1 para los afroamericanos. Los latinos estaban muriendo de tuberculosis con una frecuencia cinco veces más alta que sus vecinos blancos y el doble que sus vecinos afroamericanos. Los funcionarios de salud en Texas respondieron a esta crisis en comunidades latinas cambiando la categoría racial para los mexicanos de “blanco” a “de color”. Los latinos objetaron a esta decisión con indignación. Como Salvador Franco Urias, periodista de El Paso, manifestó, “trasegar estadísticas vitales no es la respuesta que nosotros queremos para resolver la crisis de la mortalidad infantil”[38]. Los activistas latinos convirtieron esta reclasificación racial en Texas en una oportunidad de organización.
Se fundaron organizaciones comunitarias a lo largo de los EE.UU. en respuesta al estatus médico y político vulnerable de los residentes de origen mexicano. En Los Ángeles, La Unión Latina exigió que Franklin Delano Roosevelt “reconozca nuestra igualdad bajo la ley y rechace el odioso acuerdo que clasifica a los mexicanos como raza de color”[39]. En El Paso, la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC, por sus siglas en inglés), el Comité de Defensa de Mexicanos y los Veteranos de la Gran Guerra se unieron en la oposición a esa reclasificación legal. Bajo presión por parte de Dennis Chavez, senador de Nuevo México, Franklin Delano Roosevelt e innumerables actividades comunitarios latinos en todo el Suroeste, el estado de Texas aceptó dejar de colocar a los mexicanos en la categoría de color[40]. Esta decisión forzó a las asociaciones médicas a nivel de condado fuera de El Paso y la región del sur de Texas a comenzar a aceptar doctores blancos mexicanos y mexicano americanos.
Apremiados por las privaciones de la etapa de la Depresión, los latinos en la década de los 30 concibieron sus demandas para lograr mejores salarios y condiciones laborales y vitales como parte de sus campañas en contra del hambre y la enfermedad. La organizadora texana Emma Tenayuca recordaba que “nosotros luchábamos contra la pobreza, los altos índices de muerte infantil, la enfermedad, el hambre y la miseria. Volvería a hacer lo mismo otra vez”[41]. En Los Ángeles, El Congreso de Pueblos de Habla Hispana presionó a la ciudad para que edificara viviendas públicas saludables en vecindarios mexicanos[42]. En Nueva York, La Prensa informó que “nosotros recibimos quejas persistentes y detalladas de hispanos sin recursos quienes, tras hablar con funcionarios de oficinas de auxilio, o bien no obtienen ninguna ayuda de ningún tipo, o bien obtienen fechas indefinidas para lograrla –y que eventualmente nunca llega”[43]. En Tampa, el consorcio de sociedades de ayuda mutua derrotaron la inclusión de sus doctores en listas negras preparadas por la AMA. Enfrentados con los devastadores efectos médicos del desempleo y el desplazamiento, esta generación de activistas exigieron “saneamiento, no discriminación”[44].
La carrera del doctor Héctor Pérez García ilustra el impacto de estas transformaciones democráticas en los años posteriores a la guerra. La familia García había huido de la violencia revolucionaria en Tamaulipas y se había establecido en el sur de Texas. Educados en “escuelas mexicanas” segregadas, seis de los siete hijos de los García obtendrían eventualmente títulos en el campo de la medicina. El hermano de Héctor le aconsejó “convertirse en un doctor. Eso te dará la independencia financiera y el respeto comunitario para hacer lo que quieras hacer”. Tras una carrera excepcional como estudiante de la Unidad Médica de la Universidad de Texas-Galveston y graduarse cum laude en 1940, García fue rechazado por todos los hospitales en Texas porque era “mexicano”. Entonces, confirmó una residencia médica en Omaha, Nebraska, y prestó servicios voluntarios para el Cuerpo Médico del Ejército en la Segunda Guerra Mundial. “Mis comando estaba formado en un 99% por angloamericanos”, recordaba al cabo de unos años, “y no había prácticamente ningún negro y quizá uno o dos hispanos… [Pero] eso no tenía ninguna importancia, todos me obedecían”[46].
Al volver al sur de Texas en 1946, el hospital de la Administración de Veteranos fue el único centro de Corpus Christi que le otorgó permisos para hacer visitas médicas. Cuando él vio a pacientes mexicanos instalados en pasillos mientras que había camas vacías en los pabellones para blancos, García exigió que el hospital tratase a los veteranos mexicanos como a cualquier otro paciente blanco. Además, él empezó una exitosa campaña para recaudar fondos de la ciudad para levantar un hospital municipal en Corpus Christi. El 26 de marzo de 1948, dio comienzo a una organización llamada Foro de Veteranos Americanos para ayudar a los veteranos a obtener acceso a sus beneficios. Sin embargo, cuando se enteró de que un director de funeraria en el sur de Texas se había negado a enterrar al soldado raso Felix Longoria en un cementerio del pueblo de Three Rivers, Héctor García se comprometió a garantizar los derechos civiles de los veteranos mexico-americanos. “Nunca me había involucrado tanto en la política hasta el caso de Felix Longoria en 1949”, indicó más adelante[47]. Con publicidad en español e inglés y organización mediante llamados a la ciudadanía y el servicio militar, el Foro de Veteranos Americanos llegó a ser uno de los grupos de derechos civiles más importantes de los EE.UU. en la postguerra. Este colectivo se encargó de financiar el caso Hernandez vs Texas (1954) sobre representación racial en los jurados de Texas, y abrió las puertas al empleo en instituciones militares y federales para los latinos. Como primer mexicano-americano nombrado para la Comisión de Derechos Civiles de los EE.UU., así como para muchos otros puestos diplomáticos, Hector Pérez García sostuvo que su continuo servicio público “casi llevó a la bancarrota” a su oficina médica en el 3024 de la Avenida Morgan en Corpus Christi, y muy posiblemente así hubiera sido si no fuese por la ayuda de sus hermanos el doctor Xicotencatl García y la doctora Cleotilde García[48].
La historia del doctor Jorge Prieto, un contemporáneo de Héctor García, conecta con los roles que los emigrantes desempeñaron en la transformación del Medio Oeste industrial. Llegado como refugiado político desde México en la década de los 1920, Prieto creció con el deseo de practicar la medicina entre los trabajadores agrícolas. Recibió su título médico en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero completó su residencia en los EE.UU. Durante su práctica, los hospitales privados seguían a sus clientes blancos a los suburbios, lo cual convertía los hospitales universitarios y los municipales en la principal opción para la asistencia sanitaria en el contexto urbano. Al reconocer que los residentes afroamericanos de Chicago se dirigían al Hospital del Condado de Cook, “un ruinoso y evidentemente obsoleto edificio con un mosaico de equipamientos y pabellones”, mientras que los residentes más pudientes disfrutaban de una distinta experiencia “al otro lado de la calle … [en] dos hospitales modernos y bien equipados”, Prieto se sintió cada vez más preocupado sobre ese tipo de “racismo institucionalizado” y se unió al Consejo Interracial Católico. Comenzó a trabajar en vecindarios puertorriqueños y mexicanos, y gradualmente desarrolló una red de clínicas públicas de atención familiar en todos los barrios obreros de Chicago. En 1985, el alcalde Harold Washington nombró a Prieto presidente de la Junta de Salud de Chicago[49].
Junto a César Chávez y otros colegas del Sindicato Nacional de Trabajadores Agrícolas, Prieto manifestó sus inquietudes durante los años 60 y 70 acerca de los efectos de la tecnología en los trabajadores del campo estadounidense. Escandalizado por cómo los grandes hacendados “controlaban la sede de la Universidad de California en Davis, de la que dependía la mayor parte de la investigación sobre agricultura en todo el estado”, Prieto subrayó que los investigadores habían creado “máquinas… para sustituir a trabajadores recogedores de tomates” que empleaban productos químicos “que endurecían los tomates –y otros cultivos– para poder agarrarlos con pinzas de acero, en lugar de manos humanas”[50]. Para Jorge Prieto, César Chávez y muchos otros estadounidenses, la biotecnología agrícola simbolizaba una profana alianza entre los científicos de la postguerra y las grandes empresas. El Boicot de la Uva representó un primer desafío a esa relación, y contribuyó más adelante a unir los movimientos ecologistas y sindicalistas en los EE.UU. Los científicos latinos también contribuyeron de manera visible a la investigación sobre el medio ambiente. Por ejemplo, el geofísico Mario Molina exploró los efectos ambientales de los clorofluorocarbonos (CFC). En concreto, su grupo de investigación empleó satélites en órbita (creados durante la Guerra Fría) para medir los efectos de los CFC en la capa de ozono, lo que le valió un Premio Nobel en Química en 1995[51].
Los latinos también fueron sujetos de investigación en la transformación científica de la fertilidad y la planificación familiar. En 1956, investigadores médicos de ideología progresista interesados en los efectos del cortisol y la progesterona en la ovulación quisieron examinar esos productos mediante pruebas clínicas oficiales en Puerto Rico, donde empresas y funcionarios gubernamentales de los EE.UU. habían incitado durante mucho tiempo la esterilización femenina por medio de un procedimiento comúnmente conocido como “La Operación”[52]. Muchas de las mujeres puertorriqueñas que participaron en esas pruebas clínicas tuvieron que ser hospitalizadas con náuseas, hemorragias, dolores de cabeza y deshidrataciones. Aunque “La Píldora” ha llegado a simbolizar una revolucionaria promesa de la aplicación científica a temas sociales, las mujeres estadounidenses en aquellos años se sintieron cada vez más recelosas sobre la peligrosa manera en que se quiso ignorar esos efectos secundarios[53]. Las consiguientes audiencias en el Congreso sobre este tema sirvieron para impulsar el movimiento por la salud femenina en un lugar visible de la conciencia nacional aunque, por otro lado, las experiencias sufridas por las mujeres de Puerto Rico quedaron ignoradas en la mayoría de comunidades estadounidenses[54].
A lo largo de la Guerra Fría, la movilización latina por el derecho a una atención sanitaria básica entró en conflicto con otras causas médicas cuyo objetivo residía en regular la sexualidad y la maternidad. Así, la promulgación de la Ley de Derechos Civiles en 1964 y de Seguridad Social en 1965 dio acceso a empleos en hospitales y atención sanitaria para todos los ciudadanos, pero también supuso que doctores sin mucho conocimiento sobre las culturas latinas entrasen en un íntimo contacto médico con miembros de esas culturas. Como ya había ocurrido con la Ley Sheppard-Towner, hospitales en todas partes de los EE.UU. recibieron fondos federales para apoyar los servicios de salud reproductiva. El Dr. Quilligan, del Hospital General del Condado de Los Ángeles, que creía que “las mujeres de minorías con bajos recursos estaban teniendo demasiados niños”, empleó algunos de esos fondos para sufragar las esterilizaciones de mujeres inmigrantes mexicanas durante los partos[55]. Diez mujeres que sufrieron ese tratamiento y una coalición de activistas chicanas que también experimentaron esterilizaciones forzadas pusieron una demanda en contra del hospital. Si bien las querellantes perdieron el caso Madrigal vs. Quilligan en mayo de 1978, la presión pública generada por el juicio forzó al Hospital General del Condado a ceñirse a las pautas federales para la esterilización, establecer una moratoria para la esterilización de menores, traducir formularios a español y otras lenguas, y explicar una y otra vez que el bienestar no estaba ligado a la esterilización[56].
La lucha por un acceso respetuoso a los servicios médicos estadounidenses se convirtió en un frente de actuación para la política latina en los años 70, y ayudó además a extender los límites médicos para la ciudadanía. Dos casos específicos en Arizona pueden ayudar a entender el proceso. En la causa Memorial Hospital vs. Maricopa County, el Hospital Memorial ubicado en Phoenix, Arizona, se negó en 1971 a admitir a Henry Evaro, un soldador que estaba de paso, para ser tratado por asma. En cambio, ese centro pidió al Hospital del Condado de Maricopa que lo admitiese como paciente. El hospital del condado rechazó esa petición y el Memorial puso una demanda al hospital de Maricopa. El Tribunal Supremo de los EE.UU. estuvo de acuerdo, porque los requisitos de residencia para recibir cuidado médico “afectaban el derecho a viajar entre estados al denegar necesidades vitales básicas a los recién llegados”. En el segundo caso, la sala de emergencia del Hospital Phelps Dodge Copper Queen no quiso tratar a niños víctimas de quemaduras, y los redirigió al hospital del condado en Douglas, unas 18 millas más lejos. En el caso Guerrero vs. Copper Queen (1974), el Tribunal Supremo del estado mostró su acuerdo en que los “extranjeros no residentes” no podían quedar exentos de la obligación de un hospital a facilitar atención médica en casos de emergencia[57].
El acceso digno a asistencia sanitaria afectó también a los doctores, y se convirtió en un punto clave en la democratización del cuidado médico en los años 70. La Dra. Helen Rodríguez-Trías, una de las personas fundadoras de la Asamblea de Mujeres y de la Asamblea Hispánica en la Asociación Estadounidense de Salud Pública, recordaba la primera reunión de ese grupo de mujeres en 1971 cuando “una mujer tras otra compartían historias trágicas de abusos: abortos clandestinos, tratamientos médicos denegados por falta de dinero, escaso reconocimiento por su trabajo como profesionales, acoso sexual”[58]. Nacida en Nueva York y criada en esta ciudad y en Puerto Rico, la Dra. Rodríguez-Trías se involucró en temas de libertad de expresión y en el movimiento independentista, a la vez que criaba a sus tres hijos y completaba sus estudios de medicina. Ella se graduó en 1960 con los más altos honores de la Universidad de Puerto Rico, y entonces estableció el primer centro de la isla para niños recién nacidos. Su experiencia médica e compromiso político le resultaron útiles cuando, en 1970, miembros de la organización Young Lords invadieron el Hospital Lincoln (South Bronx, NY), mientras ella ocupaba el cargo de directora de pediatría.
Para la Dra. Rodríguez-Trías y los Young Lords, tanto salud como enfermedad formaban una parte esencial de la comprensión sobre las comunidades urbanas latinas. Los Young Lords sostenían que la estructura sanitaria acarreaba efectos negativos entre los residentes de la ciudad, que “las balas y las bombas no son el único medio con que se puede matar a la gente. Los malos hospitales matan a nuestra gente”. En concreto, Gloria González consideraba que los hospitales universitarios como Lincoln eran “muy degradantes”. Ella recordaba que “yo estaba pariendo a mi bebé, y mientras yo hubiera pensado que estaría sólo con un doctor y quizá una enfermera, me sorprendió encontrarme con unas veinte personas mirándome”[59]. Los Young Lords pusieron especial énfasis en cambiar esas relaciones de poder en los hospitales. Cuando el cambio de dirección en el Hospital Lincoln posibilitó exámenes médicos gratis para todos los interesados, algunos doctores cooperaron con entusiasmo con la esperanza de convertirlo en una institución dedicada a las comunidades cercanas. Para Rodríguez-Trías, esta acción confirmó la “necesidad de negociar o confrontar el sistema de atención sanitaria para poder obtener el mejor cuidado posible”[60]. Asimismo, la acción abrió las puertas a más doctores basados en la comunidad. Más adelante, la Dra. Rodríguez-Trías pasó a dirigir el Departamento de Salud Pública de la ciudad de Nueva York, desde donde contribuyó a atraer atención nacional hacia la desolación causada por el VIH y el SIDA (HIV y AIDS, por sus siglas en inglés) entre madres y bebés del espacio urbano. En 1993, la Asociación Estadounidense de Salud Pública la eligió como su primera presidenta latina.
Las fechas de aparición del SIDA en ciudades por toda Norteamérica coincidieron con el tiempo de la revolución sexual, los movimientos de justicia social de los años 70 y la progresiva latinización de la clase obrera estadounidense. Los latinos con SIDA construyeron respuestas políticas a partir de los argumentos disponibles de esos movimientos. En San Francisco, la gente comenzó a usar la celebración del Día de los Muertos en 1984 para llorar por los seres amados y romper el silencio nacional sobre los latinos y el SIDA[61]. El homosexual tejano Paul Castro dejó Houston por una vida más abierta en San Francisco. Cuando la estación K-GO TV de la cadena ABC se negó a que hubiese cualquier tipo de contacto físico entre su material técnico y Paul Castro durante una conferencia de prensa, él puso una demanda y la ganó. Castro resumió toda esa situación claramente en su declaración de apertura: “Soy una persona, no una enfermedad”[62]. En Nueva York, Iris de la Cruz, artista, miembro de la coalición ACT UP, trabajadora sexual y paramédica, siguió el ejemplo de las campañas actividades puertorriqueñas de los 70 y recordaba sin rodeos a los activistas sanitarios que “su doctor no aceptaba cupones para alimentos”[63]. Y así también recordaba su transformación gracias a la labor organizadora que realizó con sus colegas en las campañas de salud, “las prostitutas necesitaban amor, apoyo y grupos de encuentro. Yo aprendí a aceptar y dar amor. Yo también aprendí por qué tantos de mis amigos se estaban muriendo”[64]. Iris de la Cruz y ACT UP contribuyeron a obligar al Instituto Nacional de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) a confrontar las muchas maneras en que los diagnósticos sobre SIDA y los servicios sanitarios relacionados no poseían ningún tipo de conocimiento sobre las experiencias médicas y sociales de las mujeres con VIH. Tal como declaraba el póster, “Las mujeres no contraen el SIDA, ellas simplemente mueren de SIDA”. En San Francisco, Pedro Zamora transportó su perspectiva joven, homosexual y cubana al programa The Real World, de la cadena MTV, y con todo ello también introdujo el impacto del SIDA, la homofobia y el racismo semanalmente en las salas de estar de todo el país[65]. La muerte en público de Zamora, junto con la función desempeñada por Castro y De la Cruz en los inicios de la movilización contra el SIDA, marcaron la presencia latina en las fases más tempranas de esa epidemia.
La aparición de los cócteles de azidotimidina (AZT, por sus siglas en inglés), cambió la política latina en torno al SIDA, que se interesó mucho más por la cuestión del acceso puntual al tratamiento médico. Los latinos respondieron creando comunidades que reclamaban un acceso digno. Así, homosexuales inmigrantes latinos fundaron organizaciones como la Asociación de Hombres Latinos en Acción (ALMA, por sus siglas en inglés) en Chicago o el Proyecto Vida en San Francisco que fomentaban compañerismo, en parte debido a un sentimiento de exclusión de otras organizaciones latinas u homosexuales más dominantes, pero principalmente por un sentido de esperanza, solidaridad y experiencia compartida. En su libro Compañeros: Latino Activists in the Face of AIDS, Jesus Ramirez-Valles toma nota de lo que le explica Gregorio, un compañero activista: “En ellos hallé el deseo de vivir y de hacer algo por la comunidad”[66]. Organizaciones de artes como el Teatro Pregones en Nueva York organizaron espectáculos para referirse a la homofobia y la indiferencia en comunidades latinas y estadounidenses[67]. Otros trabajadores culturales intentaron hacer que sus historias sobre el SIDA se volvieran relevantes para otras personas de su comunidad. Por ejemplo, Gustavo Cravioto y Mario Callitzin, cineastas de San Francisco, rodaron la película Del otro lado sobre una pareja de homosexuales en la ciudad de México que cruza de manera ilegal –y a la postre trágica– la frontera para ganar acceso a AZT, con el objetivo de conseguir que las historias sobre lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT, por sus siglas en inglés) resonaran con otras experiencias de emigración más visibles[68].
Las décadas de los 80 y 90 del siglo XX también observaron una reacción agresiva en contra de los latinos centrada, en parte, en los hospitales y el cuidado médico. La Propuesta 187 dedicó toda una sección a “la exclusión de extranjeros ilegales de servicios de asistencia sanitaria operados con fondos públicos”. Estas políticas no pudieron detener el movimiento de los latinos desde las puertas de los hospitales hasta posiciones clave en instituciones médicas y científicas. El presidente George H. W. Bush nombró a la cirujana infantil y especialista en addiciones Dra. Antonia Novello como Cirujana General de los EE.UU. en 1990, y con ello la primera latina y representante de una minoría racial en ocupar ese puesto. En referencia a anteriores reformistas médicos, ella recordó inequívocamente a todos los estadounidenses que “los virus y las bacterias no necesitan tarjetas de residencia”[69]. Más importante aún, los latinos habían comenzado a establecerse como profesionales en los campos de las ciencias, la ingeniería y la medicina. En 2004, los latinos obtuvieron 2,95% de los doctorados concedidos en la nación en áreas ligadas a la ciencia y la ingeniería, y ese número incrementó ligeramente hasta 3,29% hacia 2008. La Asociación Nacional Médica Hispana (NHMA, por sus siglas en inglés) ha estimado que los latinos comprenden entre dos y cinco por ciento de los empleados en el sector sanitario. En 2007, la Asociación Estadounidense de Facultades de Medicina calculó que 6,4% de los graduados de estos centros era latinos[70]. Estos números se mantienen demasiado bajos, pero al mismo tiempo recalcan el importante trabajo que esa limitada cantidad de doctores, enfermeros, ingenieros, científicos y otros profesionales latinos han desempeñado como investigadores, proveedores de salud y líderes comunitarios a lo largo del siglo pasado.
La presencia de Felicitas Provencio en el registro histórico estadounidense emerge desde su estatus como delincuente, no como una matrona, en El Paso. Su arresto evidencia de manera dramática cómo las fronteras sanitarias en torno a la ciencia y la medicina de los EE.UU. pueden variar de repente, y con ello convertir a los latinos en extraños dentro de este país, del mismo modo que los incidentes estadounidenses en el extranjero ayudaron a transformar a un activista cubano en un doctor con pasaporte de los EE.UU. Este ensayo ha reflexionado sobre la presencia de los profesionales latinos en la ciencia de este país, el incremento de unos límites crudamente marcados alrededor de la ciudadanía estadounidense durante la Era Progresiva, el movimiento de los latinos a lo largo de las fronteras de la ciencia estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial y nuestros volátiles procesos contemporáneos de inclusión y exclusión de los latinos en los mundos de la ciencia y la medicina. El ensayo ha empleado algunas historias individuales para subrayar el perfil de las inestables barreras médicas estadounidenses y de los latinos que las han atravesado. En los últimos años, las mujeres se han convertido en una parte más visible de estos cruces fronterizos a medida que más latinas han participado en las ciencias y la medicina como doctoras, pacientes, enfermeras y sujetos de investigación, y han observado con mayor atención los antecedentes sexuales y de género de las personas que se mueven entre uno y otro límite de la medicina estadounidense. A través de la larga trayectoria de los EE.UU., la raza, el género, el imperialismo y la ciudadanía han definido los contornos de la mayoría de instituciones nacionales. Se necesita hacer mucho más todavía para comprender y documentar la manera en que las latinas y los latinos se han abierto camino en los mundos de la ciencia y la medicina. Sin embargo, desde la participación de Platón Vallejo en la Comisión Sanitaria hasta la toma de un hospital estadounidense por parte de los Young Lords, resulta obvio que estas comunidades han participado de modo crucial en las corrientes populares de la ciencia y medicina de los EE.UU.
Los puntos de vista y conclusiones incluidas en este documento pertenecen a los autores, y no se deberían interpretar como representación de las opiniones o políticas del Gobierno de Estados Unidos. Ninguna mención de marcas o productos comerciales constituye su aprobación por parte del Gobierno de Estados Unidos.
Notas
[1] “Mexicana Centenaria Presa En El Paso Por Ejercer De Partera Sin Licencia”. La Prensa, 08/31/1935.
[2] Molly Ladd‐Taylor. “'Grannies' and 'Spinsters': Midwife Education under the Shepperd Towner Act”. Journal of Social History 22, no. 2 (1988): 255‐74. Raymond Balderrama, Decade of Betrayal: Mexican Repatriation in the 30s, (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2006).
[3] Sobre los encuentros entre activistas latinos en prisión y la ciencia estadounidense de la Guerra Fría, véase Adam Saytanides, “Reies Lopez Tijerina,” Latino USA, emisión 01/06/2012, (http://www.latinousa.org/oldsite/2012/01/06/reies‐lopez‐tijerina/, acceso 6/19/2012) y Susan Lederer, “’Porto Ricochet’: joking about germs, cancer and race extermination in the 1930s”. New Literary History, 14:4 (Invierno 2002), 720‐746.
[4] George I. Sanchez, Forgotten People: a History of New Mexicans (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1996).
[5] Alan Kraut, Silent Travelers: Germs, Genes and the Immigrant Menace (NY: Basic Books, 1994).
[6] Natalia Molina, Fit to be Citizens?: Public Health and Race in Los Angeles, 1879-1939 (Berkeley: University of California Press, 2007).
[7] Para una afirmación más amplia, véase Vicki Ruiz, “Nuestra América: Latino History is American History”, Journal of American History 93:3 (Diciembre 2006), 655‐672.
[8] John Hunter Pope, “The Condition of the Mexican Population of Western Texas in Its Relation to Public Health”. En Public Health Papers and Reports, Volume 6, editado por la Asociación Estadounidense de Salud Pública, 158‐64. (Boston: Franklin Press, Rand and Avery, 1881).
[9] Cyrus Edson, “The microbe as social leveler”, The North American Review, Vol. 161, No. 467 (Oct., 1895), pp. 421‐426.
[10] Vanessa Northington Gamble, Making a Place for Ourselves: The Black Hospital Movement, 1920-1945 (NY: Oxford University Press, 1995), 7.
[11] Justo Cardenas, “Medios Higiénicos De Prevenir La Viruela Y Su Propagación”. El Correo de Laredo, 08/18/1891, 1.
[12] Sobre la importancia de Don Pedrito Jaramillo, véase Jose Limon, Dancing with the Devil: Society and Cultural Poetics in Mexican American South Texas (Madison: University of Wisconsin Press, 1994) 196, yRuth Dodson, Don Pedrito Jaramillo, Curandero (San Antonio: Casa Editorial Lozano, 1934), 14, 18, 52, 58, 114, 110. Sobre Teresa Urrea, véase David Dorado Romo, Ringside Seat to a Revolution: an Underground Cultural history of El Paso and Ciudad Juarez, 1893-1923 (El Paso: Cinco Puntos Press, 2005), 21‐9 y 40‐41. Para una bien documentada ficción histórica, véase Luis Alberto Urrea, Hummingbird’s Daughter (NY: Back Bay Books, 2006) y Queen of America (NY: Little, Brown and Company, 2011). Sobre presencia indígena en partos caseros en hogares mexico-americanos, véase Leonor Villegas de Magnon, The Rebel (Houston: Arte Public Press, 1994), y Andrew Knaut, “Acculturation and miscegenation: the changing face of the Spanish presence in New Mexico”, David Weber y Edward Countryman, ed., What Caused the Pueblo Revolt of 1680 (NY: Bedford St.Martins, 1999), 121‐5. Sobre parteras y curanderas, véase Bobette Perrone, H. Henrietta Stockel, y Victoria Krueger, Medicine Women, Curanderas, and Women Doctors (Norman: University of Oklahoma Press, 1989), 85‐119.
[13] Sobre Platon Vallejo, véase David Hayes‐Bautista, El Cinco de Mayo: an American Tradition (Berkeley: University of California Press, 2012), 14. Sobre Jose Samaniego, véase American Medical Association, American Medical Directory 1921 (Chicago: American Medical Association, 1921), 217.
[14] “Juan Guiteras”, American Journal of Public Health, 16:2 (Febrero 1926), 159‐60. “Floridian Has Adventurous Career in Health: Dr. Gegorio Guiteras, Soon to Retire, Knows Life of Achievement”. Miami Daily News, 04/27/1927.
[15] Pilar Barbosa, Jose Celso Barbosa, Un Hombre del Pueblo (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1965), 19‐51. Shannon Wait, “’A Cosmopolitan Tradition’: International Students at the University of Michigan since 1847”, Bentley Historical Library Exhibitions, Otoño 2008, (http://bentley.umich.edu/exhibits/cosmo/barbosa.php, acceso 07/10/2012). Véase también Laura Briggs, Reproducing Empire: Race, Sex, Science and U.S. Imperialism in Puerto Rico (Berkeley: University of California Press, 2002), 71, 91; Miriam Jimenez Roman, “Un hombre negro del pueblo: Jose Celso Barbosa and the Puerto Rican ‘race’ for whiteness”, Centro 8:1‐2 (1996), 23‐25; Eileen Suarez‐Finlay, Imposing Decency: Race and Gender in Colonial Puerto Rico, 1880-1920, (Durham: Duke University Press, 1999), 102, 142, 266‐7.
[16] Roberts, Kenneth, editor. The Rio Grande Herald (Rio Grande City, Tex.), Vol. 40.
[17] American Medical Association, American Medical Directory, 1906 (Chicago: American Medical Association, 1906), 78, 625. David Dorado Romo, Ringside Seat to the Revolution: an Underground Cultural History of Ciudad Juarez and El Pass (El Paso: Cinco Puntos Press, 2001), 21‐32.
[18] Mariola Espinosa, Epidemic Invasions: Yellow Fever and the Limits of Cuban Independence (Chicago: University of Chicago Press, 2010), esp. 97‐118.
[19] American Medical Association, American Medical Directory,1921 (Chicago: American Medical Association, 1921), 17.
[20] Richard Saavedra es el único doctor de la USPHS con apellido español incluido en el directorio médico de la AMA. Él se graduó de la escuela de medicina en 1947. El directorio de AMA de 1963 presenta 22 apellidos en español diferentes, pero la primera fecha es 1947. Resulta evidente que la USPHS era menos representativa racialmente que los cuerpos médicos del ejército estadounidense. American Medical Association, American Medical Directory 1950, (Chicago: American Medical Association, 1950), 284. American Medical Association, American Medical Directory 1963, (Chicago: American Medical Association, 1963), 74‐90. Sobre la importancia de los enfermeros y doctores para la desegregación del ejército, véase Darlene Clark Hine, “Black professionals and race‐consciousness: the origins of the civil rights movement, 1890‐1950”, Journal of American History, 89:4 (2003): 1279‐94.
[21] Ashford, Bailey Kelly. A Soldier in Science: The Autobiography of Bailey Kelly Ashford (San Juan, PR: Editorial Universidad de Puerto Rico, 1998), 49‐55.
[22] John Etting, Germ of Laziness: Rockefeller Philanthropy and public health in the New South (Cambridge: Harvard University Press, 1981), 103, 122‐126, 153.
[23] Véase American Medical Association, American Medical Directory 1906, (Chicago: American Medical Association, 1906) y American Medical Association, American Medical Directory 1906, (Chicago: American Medical Association, 1921).
[24] Sobre el efecto en los doctores afroamericanos, véase Vanessa Northington Gamble, Making a Place for Ourselves 35‐69. Para una estimación sobre doctores asiático-americanos, véase Judy Tzu‐Chun Wu, Doctor Mom Chung of the Fair haired Bastards: the Life of a Wartime Celebrity (Berkeley: University of California Press, 2006), 86‐102.
[25] Myron Guttman et al, “intra‐ethnic diversity in Hispanic infant mortality, 1890‐1910”, Demography 37: 467‐475. Michael Haines, “Ethnic differences in demographic behavior: have there been convergence”, Historical Methods, 40:3 (Verano 2007), 154. John Mckiernan‐González, Fevered Measures: Public Health and Race, 1848-1942 (Durham: Duke University Press, 2012), 267.
[26] Kaye Lynn Briegel, Alianza Hispanoamericana, 1894-1965: a Mexican American Fraternal Insurance Society (tesis doctoral, University of Southern California, 1974), 19, 22, 40, 43, 76‐100.
[27] Tampa Morning Tribune, “Hospital Is Closed to 14 Non‐Members of Medical Society”. Tampa Morning Tribune, 11/03/1938, 1. Véase también Durward Long, “an immigrant co‐operative medicine program in the Old South, 1887‐1963”, Journal of Southern History, v. 31, número 4 (Noviembre 1965), 417‐34. Sobre el impacto de la segregación racial en las comunidades latinas, véase Susan Greenbaum, More than black: AfroCubans in Tampa, 1900-2000 (Gainesville: University of Florida Press, 2001), Nancy Hewitt, Southern Discomfort: women’s activism in Tampa, 1890-1940 (Urbana: University of Illinois Press, 2001). Sobre los privilegios de los miembros de AMA, véase Douglas Melvin Haynes, “Policing the Social Boundaries of the American Medical Association”. Journal of the History of Medicine and Allied Sciences 60, no. 2 (2005): 170‐95.
[28] C. C. Pierce, “Cases of Typhus Fever in the City of El Paso, Enero 1–Junio 30, 1916,” File No. 2126, Typhus, Box 207, File No. 1, Record Group 90, United States Public Health Service Central Files, 1897–1923, National Atchives College Park. Véase también John Mckiernan‐Gonzalez, Fevered Measures: Public Health and Race at the Texas Mexico Border, 1848-1942, (Durham: Duke University Press, 2012), 160‐180.
[29] El Paso Morning Times. “Order to Bathe Starts near Riot among Juarez Women. Auburn Haired Amazon at Santa Fe Street Bridge Leads Feminine Outbreak”. El Paso Morning Times, 1917.0129, 1. David Dorado Romo, Ringside Seat to a Revolution: An Underground Cultural History of Ciudad Juarez and El Paso (El Paso, TX: Cinco Puntos Press, 2005), 228‐233. Alexandra Minna Stern. “Buildings, Boundaries, and Blood: Medicalization and Nation‐Building on the U.S.‐Mexico Border, 1910‐1930”. The Hispanic American Historical Review 79:1 (1999): 41‐81.
[30] Molly Ladd‐Taylor, MotherWork: Women, Children and the state, 1890-1930 (Urbana: University of Illinois Press, 1994). Robyn Muncy, Creating a Female Dominion in American Reform (NY: Oxford University Press, 1994).
[31] Molina, Fit, 99‐108.
[32] Molly Ladd‐Taylor, “'Grannies' and 'Spinsters': Midwife Education under the Shepperd Towner Act”. Journal of Social History 22, no. 2 (1988): 255‐74.
[33] Frances E. Kobrin, “The American midwife controversy: a crisis of professionalization”, Bulletin of the History of Medicine, 40: 4 (Julio/Agosto 1966), 350‐63.
[34] Briggs, Reproducing Empire,91‐92.
[35] Balderrama, Decade of Betrayal: Mexican Repatriation in the 30s, 75.
[36] Los funcionarios de aduanas y de la USPHS en Cayo Hueso y Tampa usaron un diagnóstico de TB Para impedir que el padre de Jose Yglesias volviese a su hogar en Tampa. Conversación con Maura Barrios, mayo de 2005.
[37] Myron Gutmann, M. Haines, W.P. Frisbie, y K.S. Blanchard. 2000. “Intra‐Ethnic Diversity in Hispanic Child Mortality, 1890‐1910”. Demography, 37: 475. Parker Frisbie y Douglas Forbes, “Spanish Surname and Anglo Infant Mortality: Differentials Over a Half‐Century”. Demography 28, no. 4 (1991): 644.
[38] Salvador Franco Urias,”A que precio este terrible insulto a 60,000 paseños”, El Continental, El Paso, 10/17/1936.
[39] La Union Latina, “Memorial al Presidente Roosevelt”, Los Angeles, La Prensa, 10/31/1936, 2.
[40] “mortalidad”, El Continental, El Paso, TX, 06/20/1935, 2.
[41] Zaragosa Vargas, Labor Rights are Civil Rights: Mexican Workers in 20th Century America (Princeton: Princeton University Press, 2007), 114.
[42] Molina, Fit to be Citizens, 76‐79, 88‐93.
[43] Lorrin Thomas, Puerto Rican Citizen: History and Political Identity in 20th Century New York (Chicago: University of Chicago Press, 2010), 107.
[44] Michael Biberman, Salt of the Earth shooting script (Independent Production Company / International Mine Mill and Smelter Workers, 1954), 17. Alexander Street Press Editions, http://solomon.afso.alexanderstreet.com.ezproxy.lib.utexas.edu/cgibin/philologic/contextualize.pl?p.10.afso.40840, acceso 6/28/2012.
[45] Miguel Angel Quevedo Baez, La Historia de la Asociacion Medica de Puerto Rico (San Juan: Asociacion Medica de Puerto Rico, 1946).
[46] Patrick Carroll, Felix Longoria’s Wake: Bereavement, Racism, and the Rise of the Mexican American (Austin: University of Texas Press, 2003), 98.
[47] Ibid, 101.
[48] Michelle Hall Kells, Hector P. Garcia: Everyday Rhetoric and Mexican American Civil Rights (Carbondale: Southern Illinois University Press, 2006), 68.
[49] Jorge Prieto, Harvest of Hope: the Pilgrimage of a MexicanAmerican Physician (Notre Dame: Notre Dame University Press, 1989) 55, 64, 72, 113‐28, 156.
[50] Ibid, 96.
[51] James W. Elkins, “chlorofluorocarbons”, earth system research laboratory, global monitoring division (NOAA.GOV, 2010), http://www.esrl.noaa.gov/gmd/hats/publictn/elkins/cfcs.html, acceso 4/9/2012.
[52] Laura Briggs, “Discourses of ‘forced sterilization’ in Puerto Rico: the problem of the speaking subaltern”, Differences: a Journal of Feminist Cultural Studies, 10:2 (Febrero, 1998), 29‐34.
[53] Elizabeth Siegel Watkins, On the Pill: A Social History of Oral Contraceptives, 1950-1970 (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1998), 29‐48. Annette Ramirez Arellano and Conrad Seipp, Colonialism, Catholicism, and Contraception: Birth Control in Puerto Rico (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1983), 105‐22.
[54] Elaine Tyler May, American Women and the Pill: a story of promise, peril and liberation (NY: Basic books, 2012).
[55] Elena Gutierrez, Fertile Matters: the Politics of Mexican Origin Women’s Reproduction (Austin: University of Texas Press, 2008).
[56] Gutierrez, Fertile Matters, 106‐110. Transcripción del juicio, 795, Madrigal v. Quilligan (C.D. Cal., 7 Junio 1978) (No. CV‐75‐2057‐EC).
[57] Para una discusión más detallada, véase Beatrix Hoffman, “Sympathy and Exclusion: Access to Health Care for Undocumented Immigrants in the United States” (237‐253). En A Death Retold: Jessica Santillan, the Bungled Transplant and the Paradoxes of Medical Citizenship, editado por Keith Wailoo, Julie Livingston, y Peter Guarnaccia, p. 241 (Chapel Hill: UNC Press, 2006).
[58] Joyce Wilcox, “The face of women’s health: Dr. Helen Rodriguez‐Trías”, American Journal of Public Health, 92:6 (Junio 2002), 895., http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1447119/, acceso 6/21/2012.
[59] Gloria Gonzalez Lopez, Palante: Voices and Photographs of the Young Lords Party (Chicago: Haymarket Books, 2011), 63.
[60] JWilcox, “The face of women’s health”, American Journal of Public Health, 92:6 (Junio 2002), 895., http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1447119/, acceso 6/21/2012.
[61] Cary Cordova, “Chapter Six: the Politics of Día de los Muertos: Mourning, Art and Activism”, The Heart of the Mission: Latino Art and Identity in San Francisco (tesis doctoral, University of Texas at Austin, 2005), 325‐374.
[62] See Horacio Roque Ramirez, “Gay Latinos/dying to be remembered: Obituaries, public memory and the queer Latino archive”, Beyond el Barrio: Everyday life in Latino/a America, ed. Frank Guridy. Et al. (Nueva York: New York University Press, 2010), 120.
[63] Jennifer Brier, Infectious Ideas: U.S. Political Responses to AIDS (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2009), 172.
[64] Iris de la Cruz, “Sex, drugs, rock and roll, and AIDS”, Women, AIDS and Activism (Boston: South End Press, 1999), 131‐2.
[65] Jon O’Neill “Educador lanza cruzada contra el SIDA”, El Nuevo Herald, 03/04/1993, 1A. Bruce Steele, “Pedro Zamora: June 1994: MTV’s the Real World introduces Pedro Zamora, a young gay man with AIDS and a boyfriend”, The Advocate, 876 (Noviembre 12, 2002), 80. Mireya Navarro, “Life of 22 years ends, but not before many heard message on AIDS: reaching out to young people as a speaker and in the Real World”, New York Times, 11/12/1994, 8.
[66] Jesus Ramirez‐Valles, Compañeros: Latino Activists in the Face of AIDS (Urbana: University of Illinois Press, 2011), 107.
[67] Jorge Merced, “Teatro y SIDA”, Ollantay Theater Magazine, 2:2 (Verano/Otoño 1994), 20‐26. Lawrence La Fountain‐Stokes, “Trans/Bolero/Drag/Migration: Music, cultural translation and Diasporic Puerto Rican Theatricalities”, WSQ: Women's Studies Quarterly, 36: 3‐4 (Otoño 2008), 190‐209. Para un ejemplo de una exposición en San Francisco, véase Nao Bustamante, “El corazón me dió un salto: a Queer Raza Exhibition”, Galeria de la Raza, Junio 29‐Julio 29, 1995.
[68] Horacio Roque Ramirez, “Claiming queer cultural citizenship: Latino (im)migrant Acts”, ed. Eithne Luibheid y Lionel Cantu, Queer Migrations: Sexuality, Citizenship, and Border Crossings (Minnesota: University of Minnesota Press, 2005), 178‐181.
[69] John Schwartz, “Surgeon General offers plan to address Hispanic’s health”, Washington Post (Abril 24, 1993), A2.
[70] Mark Figener, “Numbers of US Doctorates Rise in Number, but Grow Slower”. En Infobrief: science resources statistics, editado por National Science Foundation. (Washington, DC: National Science Foundation, 2009). Elena Rios. “National Hispanic Medical Association”. NHMA, http://www.nhmamd.org/aboutnhma/history., 04/12/2012.
La historia de Provencio ofrece una perspectiva sobre las maneras en que los latinos han participado en las ciencias y la medicina, y el modo en que su participación ha sido desalentada o excluida. Mientras que los latinos han estado usando sus habilidades y credenciales médicas para entrar y salir de instituciones estadounidenses clave desde por lo menos 1848, los límites entre los latinos y las instituciones estadounidenses a menudo se han transformado, cambiando los términos de pertenencia y los requisitos para entrar. La atención histórica a la participación latina en las ciencias y la medicina exige un enfoque en las fronteras de las ciencias estadounidenses, en los mundos históricos que los médicos, las enfermeras y los científicos comparten con pacientes, matronas e incluso sus conciudadanos y otros residentes[3]. La presencia latina en estos mundos atrae atención hacia las maneras inesperadas en que la expansión de los EE.UU. permitió tanto la exclusión como la inclusión en su sociedad.
Como la ira de Provencio desde su celda dejó claro, los latinos no apreciaron parte del trato que recibieron a manos de las autoridades médicas. En 1940, el historiador de política y activista de derechos humanos George I. Sanchez sostuvo que los estadounidenses tratan a los latinos como “gente olvidada”, poniéndolos fuera del espacio de la ciudadanía estadounidense[4]. Los historiadores médicos han demostrado que los estadounidenses han tratado a los latinos y otras minorías como una amenaza médica – otro “peligro migrante” o una “raza empapada de sífilis” – y han desarrollado instituciones médicas contra la amenaza conjunta de extranjeros y enfermedades epidémicas[5]. Los asimilacionistas médicos, por otro lado, han buscado usar la reforma sanitaria e instituciones médicas para ayudar a convertir a los latinos en mejores estadounidenses, “ciudadanos más apropiados”[6]. Atrapado entre estas corrientes médicas indiferentes, hostiles, condescendientes y coercitivas en la sociedad estadounidense de los 30, el orgullo de Felicitas Provencio en su trabajo, su abierta resistencia a las autoridades médicas y su presencia documentada en la prensa latina de Texas deberían recordarnos que los latinos y las latinas han desarrollado sus propias opiniones con respecto a la salud y el bienestar, sus propias perspectivas sobre las instituciones de medicina y su propio entendimiento de las maneras en que se incorporan las ciencias y la medicina en sus aspiraciones de vida en los EE.UU. Su presencia en la cárcel de El Paso es otro recordatorio de que las perspectivas latinas en las ciencias y la medicina constituyen partes importantes en la historia estadounidense[7].
La vida de Provencio coincidió con la expansión al oeste de los EE.UU., la Guerra Civil, las intervenciones en el Caribe y México y las redefiniciones de la identidad nacional durante la época del “Nuevo Trato”. Felicitas Provencio no vivió para ver el brote de la Segunda Guerra Mundial o la inversión en el transporte, la medicina, la ciencia y las instituciones militares que definieron la expansión económica del periodo de la Guerra Fría. No fue hasta varias décadas después de la muerte de Provencio, durante los 50 y 60, que los latinos y latinoamericanos por fin comenzaron a mudarse a las ciencias y la medicina en números significativos. Sin embargo, esas comunidades se comprometieron en modos importantes con la historia de las ciencias y la medicina a través de los siglos XIX y XX. Desde organizar boicots a la recogida de uva, hasta encontrar agujeros en la capa de ozono y encargarse de hospitales, los latinos han participado en la redefinición y democratización de las ciencias y la medicina estadounidense.
Latinos, medicina y expansión estadounidense, 1848-1910
Para muchos estadounidenses, la ciencia formaba parte del destino manifiesto de su patria respecto a “extenderse y poseer todo el continente”, pero al mismo tiempo se sentían inseguros de si los mexicanos y otros latinos tendrían espacio en esa nación más amplia post-1848. En una encuesta de 1880 sobre condiciones sanitarias en la región del sur de Texas, considerada como el primer estudio en profundidad centrado en la situación médica y las actitudes de las comunidades mexicano-americanas, el Dr. John Hunter Pope, componente del Consejo Nacional de Salud, recomendó mejoras drásticas en el parque de viviendas, la atención médica primaria y las condiciones laborales en la región para que “los mexicanos no crean que pueden proceder con sus peculiares ideas sobre las epidemias sin implicarnos a nosotros”[8]. Mientras que el Dr. Pope recomendaba reformas en el sistema público de salud para asegurar que los bienes de origen mexicano fuesen seguros para los estadounidenses, y para aislar los EE.UU. de las condiciones sanitarias en México, otros expertos emplearon la ciencia médica para recordar a los ciudadanos estadounidenses sobre las maneras en que “la enfermedad une a la raza humana como si fuera una cadena irrompible”[9]. De igual modo, los doctores afroamericanos reforzaron la importancia política de ese mensaje al manifestar que, a diferencia de lo que estaba ocurriendo en la sociedad estadounidense, “los gérmenes no conocen las líneas que separan a los colores”[10]. Por su parte, el periodista de la frontera Justo Cardenas consideró que el acceso a la asistencia sanitaria pública constituía “una vía para medir el grado de civilización”, algo realmente insuficiente a finales del siglo XIX en Texas[11]. Bajo la influencia de los debates públicos y los conflictos políticos, las instituciones médicas y científicas a su vez delimitaron los contextos públicos en que los latinos, los inmigrantes y las minorías raciales ocupaban en los EE.UU., lo cual forzaba a los latinos a emplear argumentos y procedimientos médicos que les permitiesen reclamar su espacio personal en el país.Las comunidades latinas desafiaron la discriminación médica al apoyar a sus propios doctores, enfermeros, curanderos y parteras y al buscar oportunidades, aunque fueran escasas, en el nuevo orden estadounidense[12]. Las familias acomodadas desde California hasta Puerto Rico enviaban a sus vástagos a escuelas del Noroeste para recibir su formación médica. Platón, hijo del hacendado y político californio Mariano Vallejo, fue alumno de la Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia durante la década de 1860, al mismo tiempo que Jose Samaniego, procedente de El Paso. Platón Vallejo también sirvió como voluntario para la Comisión Sanitaria en la Guerra Civil[13]. Los Guiteras, una familia de talante liberal, abandonaron Cuba en camino a Filadelfia durante la Guerra de los Diez Años. En esa ciudad, sus hijos Juan y Gregorio asistieron a la Facultad de Medicina de la Universidad de Pensilvania, y ambos obtuvieron puestos en el Servicio de Hospitales de la Marina de los EE.UU. (USMHS, por sus siglas en inglés)[14]. En una situación similar en los momentos finales de la emancipación de los esclavos pero perteneciente a una clase social más humilde, el afro-puertorriqueño José Celso Barbosa se trasladó a Nueva York a la edad de 19 años en busca de formación profesional. Imposibilitado para entrar en la Facultad de Medicina de la Universidad de Colombia por ser negro, Celso Barbosa ingresó en la escuela de medicina de la Universidad de Michigan y se convirtió en el primer doctor de Puerto Rico educado en los EE.UU. Muy visible en las luchas por los derechos civiles en la isla, Celso Barbosa ayudó a establecer el Partido Republicano Puertorriqueño en 1899, y alcanzó un puesto en el Gabinete Ejecutivo entre 1900 y 1917[15]. A principios del siglo XX, Mary Headley Treviño de Edgerton, componente de la poderosa familia Treviño en el Condado de Starr, fue una de las primeras tejanas en entrar en una escuela de medicina en Texas al ingresar en la Universidad de Texas-Rama de Medicina, Galveston. Sin embargo, a pesar de graduarse entre los mejores de su año y de recibir la nota más alta en el examen médico estatal de 1909, ninguna asociación médica a nivel de condado, con la excepción del de Starr, facilitó a esta tejana una práctica de medicina[16]. A medida que la presencia latinoamericana en las ciudades estadounidenses creció, se hizo más obvio que el número de doctores de esa comunidad no podía aumentar al mismo ritmo. De hecho, y al igual que ocurrió con doctores del género femenino o afroamericanos, los números de doctores latinos formados en instituciones médicas estadounidenses se redujo entre 1890 y 1820[17].
El crecimiento económico a través del suroeste estadounidense, México, Centroamérica y el Caribe forzó a las autoridades científicas de los EE.UU. a comenzar a lidiar con las realidades médicas en las comunidades latinas. La investigación conjunta de cubanos y estadounidenses acerca de las enfermedades tropicales permitió que el doctor Carlos Finlay pudiera determinar que los mosquitos eran los portadores de la fiebre amarilla[18]. Aunque estableció un importante precedente, el impulso subsiguiente de los EE.UU. para erradicar los mosquitos en Cuba no llegó a mejorar las condiciones sanitarias y sociales generales de los cubanos, aunque sí consiguió que la vida en Sudamérica, Panamá, Centroamérica y el Caribe fuese más segura para los obreros de origen estadounidense. La participación de los EE.UU. en la investigación sobre enfermedades tropicales creó oportunidades temporales para doctores y científicos latinos. En 1888, Gregorio Guiteas era uno de los pocos funcionarios latinos con un puesto en el USMHS[19]. Durante los 37 años siguientes, el Servicio dependió de su habilidad para comunicarse con hispanohablantes en Cuba, Puerto Rico, Cayo Hueso, Florida y Laredo (Texas). Cuando los EE.UU. invadieron la ciudad de Veracruz, México, en 1917, el Servicio de Salud Pública (USPHS, por sus siglas en inglés) mandó a Guiteras para coordinar la campaña médica contra la fiebre amarilla. A partir de ese momento, hubo escasos nuevos puestos para doctores latinos, ya que Guiteras fue el último oficial sanitario de origen latino en el USPHS hasta después de la Segunda Guerra Mundial[20].
La situación en Puerto Rico cambió tras la ocupación estadounidense, y eso permitió a doctores puertorriqueños –con ayuda de algunos funcionarios sanitarios del USMHS– iniciar una campaña nacional de medicina rural. Después de dos años en la isla, Bailey Kelly Ashford, una cirujana del USMHS, se dio cuenta de que un anquilostoma –y no sólo la explotación de los campesinos puertorriqueños– era el principal responsable de la anemia, la palidez y la debilidad que ella había advertido en esa comunidad, “nuestro recinto bélico, tan reciente bajo nuestra bandera, y tan enfermo”[21]. Con la expectativa de recibir unos 500 pacientes, Ashford y el doctor Gutierrez Igaravidez trataron a cerca de 5000 personas en su dispensario contra el anquilostoma con financiación procedente del ejército en Ituado, Puerto Rico, en 1904. Como respuesta a este gran éxito, la Asamblea Legislativa de Puerto Rico dedicó fondos a una red de dispensarios rurales. Gracias a ello, casi uno de cada cinco puertorriqueños recibió tratamiento; la Fundación Rockefeller intentó reproducir este modelo en el sur de los EE.UU[22].
La colaboración científica caribeña-estadounidense en Puerto Rico y en Cuba que siguió a la Guerra España-Estados Unidos reforzó los límites en torno a la medicina de los EE.UU. en la Era Progresista. El Congreso extendió los fundamentos médicos para la exclusión en la Ley de Inmigración de 1892. La línea de color asumió un mayor espacio institucional en la Asociación Médica Estadounidense (AMA, por sus siglas en inglés), y los doctores afroamericanos formaron la Asociación Médica Nacional en Atlanta en 1895. Las reformas a la educación médica también dieron pie a recortes presupuestarios y pérdida de credenciales de muchas escuelas de medicina, y con ello un cuerpo de estudiantes más blanco, menos diverso étnicamente, más homogéneo en su nivel socioeconómico y mucho más masculino. A pesar de la migración y el asentamiento de casi un millón de mexicanos en los EE.UU. entre 1900 y 1920, el número de doctores latinos con licencia descendió de 73 a 67 en California, Colorado, Florida, Illinois, Nuevo México, Nueva York y Texas en ese mismo período[23]. En 1922, el AMA estableció como requisito residencias y prácticas hospitalarias para sus eventuales afiliados, lo que concedió mucha autoridad a los administradores de esos centros para determinar el futuro de la profesión médica[24]. Aunque la mayoría de latinos continuaron su vida en los márgenes de la medicina estadounidense, aquellos latinos aspirantes a doctores tropezaron con muchos más obstáculos que nunca a su participación en la ciencia y medicina estadounidense.
Ayuda mutua y formación de medicina estatal, 1910-1940
Los administradores de los centros hospitalarios quizá habían determinado las licencias de los profesionales médicos latinos en los EE.UU., pero no las condiciones sanitarias de la comunidad latina. En correspondencia con su estatus económico, los latinos siguieron sufriendo pésimas situaciones médicas durante los primeros años del siglo XX y, al igual que otros grupos, la falta de poder político y social limitó su acceso a agua potable, vivienda en condiciones, servicios sanitarios y alimentos. Estimar el impacto médico de la discriminación institucional de las comunidades latinas antes de 1980 resulta difícil, ya que la Oficina del Censo sólo mantuvo cómputos separados en 1930. Además de marcar tragedias individuales, los datos de mortalidad infantil evidenciaban la relativa calidad de vida en un barrio específico. En 1910, los porcentajes de mortalidad infantil eran tres veces más altos para los latinos que para los angloamericanos en Nuevo México, California, Texas y Florida. A su vez, esa cifra resultaba un poco más elevada que la mortalidad de aproximadamente 146 niños por cada 1000 nacimientos en las comunidades afroamericanas hacia 1910[25].Con escasas vías políticas para encarar sus condiciones médicas, los latinos aunaron sus recursos para establecer sociedades de ayuda mutua que atendieran las muertes, las lesiones y las enfermedades producidas dentro de su comunidad. La mayoría de las sociedades mutualistas fueron estructuradas para ofrecer a las familias dinero para un entierro digno y algunos fondos para después del fallecimiento. Algunas proporcionaban acceso a seguros de desempleo y, en ocasiones, servicios de salud. La mutualista más grande, la Alianza Hispano Americana, fundada por el Dr. Mariano Samaniego junto con otros hombres de negocios de Tucson en 1894, creció rápidamente en consonancia con el movimiento de trabajadores ferroviarios hacia el oeste en camino a California, el norte hacia Colorado y el este hacia Houston y el sur de Texas[26]. En 1903, trabajadores de fábricas de cigarros en Tampa lograron convenios a nivel municipal que requerían a los patronos apoyar a los mutualistas. El Centro Asturiano, el Círculo Cubano, el Centro Español y la Sociedad La Unión Martí-Maceo extendieron entonces contratos a doctores, crearon espacios para asistencia médica y, en algunos casos, pequeños centros hospitalarios para sus miembros. Para los doctores, esto supuso una fuente de ingresos consistente, pero al mismo tiempo representó un punto de conflicto con la AMA[27].
La Revolución Mexicana cambió las actitudes normativas hacia las condiciones de salud de los latinos desde el descuido a la hostilidad. El Paso, Texas, se convirtió en el foco de estos nuevos temores médicos. Funcionarios locales y estatales culparon a los mexicanos por los altos índices de tuberculosis, viruela, tifus y mortalidad infantil en sus jurisdicciones, y en lugar de mejorar sus propios servicios, ellos, exigieron al USPHS que asegurara que todos los mexicanos cruzando la frontera presentasen buena salud. En 1916, representantes médicos en El Paso empezaron a inspeccionar y espulgar (con baños de keroseno y vinagre) a cualquier que tuviese aspecto de “inmigrante sucio y miserable” y que provocase sospechas de portar viruela o tifus, sometiendo con ello a inmigrantes mexicanos de clase trabajadora a inspecciones, fumigaciones de cuerpo y propiedades personales, y vacunaciones no deseadas[28]. En enero de 1917, el USPHS extendió las inspecciones y los despiojes para así añadir a los viajeros diarios desde Ciudad Juárez. Aunque toda la gente, ciudadanos incluidos, eran técnicamente inspeccionados antes de su entrada desde 1894, la mayoría de visitantes europeos y mexicanos ya padecían de miradas inquisitivas y un sentimiento de humillación. La repentina exigencia a viajeros diarios mexicanos en un importante corredor comercial de desvestirse y ser fumigados impactó a comunidades a ambos lados de la frontera.
Algunos trabajadores latinos respondieron directamente a esa nueva indignidad. En la mañana del 28 de enero de 1917, Carmelita Torres, una empleada doméstica que se desplazaba en un tranvía desde la cercana Ciudad Juárez, contestó a la orden de inspección golpeando al funcionario médico del USPHS que coordinaba el servicio fronterizo de cuarentena, lo que dio pie a los denominados “disturbios de los baños”[29]. Aunque las trabajadoras volcaron automóviles y consiguieron cerrar el tráfico fronterizo durante tres días, sus acciones no llegaron a cambiar el enfoque en cuarentenas contra el tifus para mexicanos y mexicano-americanos de clase obrera hasta los años 30. Emigrantes, residentes y braceros incluso en los años de la Segunda Guerra Mundial recordaban el sentimiento de que los funcionarios “nos desinfectaban como si fuésemos algún tipo de animal que portaba gérmenes”. Esas habituales inspecciones les recordaban a todos los latinos que cruzaban la frontera sobre su lugar en el orden social de los EE.UU.
La Primera Guerra Mundial también sirvió para ampliar los beneficios de quedar dentro de los límites médicos de la ciudadanía estadounidense. La Ley Sheppard-Towner reconoció la nueva presencia pública de las madres como votantes tras la enmienda 19. Aprobada en contra de la voluntad de la AMA, esta ley ofrecía un sustancial apoyo económico a ciudades y pueblos para construir clínicas de asistencia materna e infantil y aliviar así los problemas derivados de partos difíciles y las cifras de mortalidad infantil entre las mujeres estadounidenses. La gran mayoría de ciudades emplearon los fondos de la Ley Sheppard-Towner para mejorar clínicas y hospitales históricamente blancos, o para establecer clínicas maternas e infantiles nuevas o aumentar con más personal las ya existentes, todo ello en vecindarios étnicamente blancos[30]. Preocupados por la publicidad negativa asociada con los altos índices de mortalidad infantil y con el apoyo de los residentes mexicanos locales, las autoridades municipales y del condado en Albuquerque y Los Ángeles crearon clínicas maternas e infantiles en barrios con una mayoría latina como Montebello y Barelas. Pese a que los vecindarios de clase obrera de Los Ángeles eran étnicamente diversos en esos tiempos, las autoridades municipales también dirigieron a las familias mexicanas que residían en otras partes de la ciudad para que se tratasen en esas clínicas “mexicanas” con menos recursos[31].
En vez de edificar clínicas en pequeñas localidades o barrios mexicanos, Nuevo México, Texas y Colorado también emplearon los fondos Sheppard-Towner para entrenar y certificar a matronas mexicano-americanas que pudieran atender a madres en áreas rurales. El proceso de certificación presentaba sus propias complicaciones, pues muchos de los educadores estatales no podían hablar español, profesaban grandes suspicacias sobre la cultura tradicional mexicana y eran incapaces de evaluar la calidad de la relación entre la matrona y sus clientes[32]. Como la anécdota inicial con Felicitas Provencio mostraba, el proceso de certificación puso a las matronas con larga experiencia en un aprieto. Mientras que algunas mujeres agradecieron la repentina legitimidad de una licencia, otras aceptaron mal el proceso. Las inscripciones de nacimiento –una parte de la campaña nacional contra la mortalidad infantil– representaron un buen incentivo para alentar la certificación. Como las matronas se encargaban de la mayoría de los nacimientos en las comunidades latinas, afroamericanas, nativo americanas y angloamericanas rurales hasta entrada la Segunda Guerra Mundial, este programa de divulgación alcanzó a más familias latinas que las mismas clínicas fundadas por medio de la Ley Sheppard-Towner[33].
Otros vieron en este apoyo federal a la maternidad una ocasión de expandir la autonomía médica. En Puerto Rico, el Dr. José Lanauze-Rolón, un doctor formado en la Universidad de Howard, socialista y afro-puertorriqueño, fundó una liga para el control de la natalidad para ayudar a mujeres de clase obrera a decidir cuándo tener niños. Pese a gozar de cierto soporte en la legislatura y en algunas redes de planificación familiar, La Liga fue incapaz de proporcionar un amplio abanico de servicios de salud reproductivos[34]. Hacia los años 50, algunos empresarios tornaron estos servicios –esterilización incluida– en un requisito informal para las contrataciones y, con ello, limitaron la autonomía de las mujeres.
La Gran Depresión hizo que estos fondos públicos para los servicios médicos dedicados a los latinos se volvieran públicamente controvertidos y políticamente volátiles. La repatriación –un movimiento de los años 30 que usó dinero público para trasladar medio millón de personas de origen mexicano a México– tuvo asimismo una dimensión médica[35]. La gente que era deportada y que recibía auxilio a través de clínicas u oficinas de asistencia solía ser percibida como una carga pública y por ello más alejada de una posible readmisión en los EE.UU. Los íntimos lazos entre las preocupaciones médicas y el proceso de repatriación no suponían sólo un problema mexicano. Después de que Manuel Yglesia, un residente de larga duración en Florida, solicitó tratamiento contra la tuberculosis en La Habana, el USPHS impidió su regreso a los EE.UU., una decisión que lo mantuvo alejado de su familia durante el resto de su vida. Las políticas sanitarias de la era de la Depresión dividieron a las familias de los EE.UU. bajo la línea de la ciudadanía[36].
En Texas, la oficina estatal para asuntos de salud intentó poner fin a su relación con las condiciones experimentadas en las comunidades mexicano-americanas. San Antonio, Texas, reportó los porcentajes más altos de tuberculosis, disentería y mortalidad infantil de todo el país, concentrados en vecindarios mexicanos[37]. El Departamento de Salud de Texas reportó 212,8 muertes por tuberculosis por cada 100000 latinos, en comparación con la cifra de 42,6 para los angloamericanos y 109,1 para los afroamericanos. Los latinos estaban muriendo de tuberculosis con una frecuencia cinco veces más alta que sus vecinos blancos y el doble que sus vecinos afroamericanos. Los funcionarios de salud en Texas respondieron a esta crisis en comunidades latinas cambiando la categoría racial para los mexicanos de “blanco” a “de color”. Los latinos objetaron a esta decisión con indignación. Como Salvador Franco Urias, periodista de El Paso, manifestó, “trasegar estadísticas vitales no es la respuesta que nosotros queremos para resolver la crisis de la mortalidad infantil”[38]. Los activistas latinos convirtieron esta reclasificación racial en Texas en una oportunidad de organización.
Se fundaron organizaciones comunitarias a lo largo de los EE.UU. en respuesta al estatus médico y político vulnerable de los residentes de origen mexicano. En Los Ángeles, La Unión Latina exigió que Franklin Delano Roosevelt “reconozca nuestra igualdad bajo la ley y rechace el odioso acuerdo que clasifica a los mexicanos como raza de color”[39]. En El Paso, la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC, por sus siglas en inglés), el Comité de Defensa de Mexicanos y los Veteranos de la Gran Guerra se unieron en la oposición a esa reclasificación legal. Bajo presión por parte de Dennis Chavez, senador de Nuevo México, Franklin Delano Roosevelt e innumerables actividades comunitarios latinos en todo el Suroeste, el estado de Texas aceptó dejar de colocar a los mexicanos en la categoría de color[40]. Esta decisión forzó a las asociaciones médicas a nivel de condado fuera de El Paso y la región del sur de Texas a comenzar a aceptar doctores blancos mexicanos y mexicano americanos.
Apremiados por las privaciones de la etapa de la Depresión, los latinos en la década de los 30 concibieron sus demandas para lograr mejores salarios y condiciones laborales y vitales como parte de sus campañas en contra del hambre y la enfermedad. La organizadora texana Emma Tenayuca recordaba que “nosotros luchábamos contra la pobreza, los altos índices de muerte infantil, la enfermedad, el hambre y la miseria. Volvería a hacer lo mismo otra vez”[41]. En Los Ángeles, El Congreso de Pueblos de Habla Hispana presionó a la ciudad para que edificara viviendas públicas saludables en vecindarios mexicanos[42]. En Nueva York, La Prensa informó que “nosotros recibimos quejas persistentes y detalladas de hispanos sin recursos quienes, tras hablar con funcionarios de oficinas de auxilio, o bien no obtienen ninguna ayuda de ningún tipo, o bien obtienen fechas indefinidas para lograrla –y que eventualmente nunca llega”[43]. En Tampa, el consorcio de sociedades de ayuda mutua derrotaron la inclusión de sus doctores en listas negras preparadas por la AMA. Enfrentados con los devastadores efectos médicos del desempleo y el desplazamiento, esta generación de activistas exigieron “saneamiento, no discriminación”[44].
Alquimias de la Guerra Fría: Latinos, ciencia e instituciones nacionales
El estallido de la Segunda Guerra Mundial cambió las condiciones de ciudadanía para las latinas y los latinos en el ejército y en los EE.UU. Los cambios de la postguerra en la educación pública y las nuevas inversiones en ciencia y medicina abrieron nuevas carreras para latinas y latinos nacidos en los EE.UU. después de 1945. Doctores y científicos aspirantes que emergieron en comunidades mexicano-americanas, puertorriqueñas y de otros grupos latinos aprovecharon los menguantes límites raciales y la mayor inversión en educación pública para obtener títulos de nivel superior y desarrollar carreras inimaginables en los años 30. Los laboratorios nacionales de Los Alamos y Sandia en Nuevo México, el Control de Misiones en Houston y el Observatorio de Arecibo en Puerto Rico se convirtieron en frentes científicos cruciales en la Guerra Fría, lo cual afectó sin duda a la cultura de las colindantes comunidades latinas. La construcción de nuevas universidades y escuelas de medicina y la desegregación de otras escuelas médicas ayudaron a elevar el número de doctores latinos disponibles. La AMA reconoció de nuevo a la Asociación Médica Puertorriqueña como afiliada en 1946, otro signo de los nuevos tiempos[45]. Los hospitales comenzaron a reclutar de un modo global para servir a la creciente población estadounidense, y eso incrementó el número de doctores latinoamericanos en los EE.UU. de la postguerra.La carrera del doctor Héctor Pérez García ilustra el impacto de estas transformaciones democráticas en los años posteriores a la guerra. La familia García había huido de la violencia revolucionaria en Tamaulipas y se había establecido en el sur de Texas. Educados en “escuelas mexicanas” segregadas, seis de los siete hijos de los García obtendrían eventualmente títulos en el campo de la medicina. El hermano de Héctor le aconsejó “convertirse en un doctor. Eso te dará la independencia financiera y el respeto comunitario para hacer lo que quieras hacer”. Tras una carrera excepcional como estudiante de la Unidad Médica de la Universidad de Texas-Galveston y graduarse cum laude en 1940, García fue rechazado por todos los hospitales en Texas porque era “mexicano”. Entonces, confirmó una residencia médica en Omaha, Nebraska, y prestó servicios voluntarios para el Cuerpo Médico del Ejército en la Segunda Guerra Mundial. “Mis comando estaba formado en un 99% por angloamericanos”, recordaba al cabo de unos años, “y no había prácticamente ningún negro y quizá uno o dos hispanos… [Pero] eso no tenía ninguna importancia, todos me obedecían”[46].
Al volver al sur de Texas en 1946, el hospital de la Administración de Veteranos fue el único centro de Corpus Christi que le otorgó permisos para hacer visitas médicas. Cuando él vio a pacientes mexicanos instalados en pasillos mientras que había camas vacías en los pabellones para blancos, García exigió que el hospital tratase a los veteranos mexicanos como a cualquier otro paciente blanco. Además, él empezó una exitosa campaña para recaudar fondos de la ciudad para levantar un hospital municipal en Corpus Christi. El 26 de marzo de 1948, dio comienzo a una organización llamada Foro de Veteranos Americanos para ayudar a los veteranos a obtener acceso a sus beneficios. Sin embargo, cuando se enteró de que un director de funeraria en el sur de Texas se había negado a enterrar al soldado raso Felix Longoria en un cementerio del pueblo de Three Rivers, Héctor García se comprometió a garantizar los derechos civiles de los veteranos mexico-americanos. “Nunca me había involucrado tanto en la política hasta el caso de Felix Longoria en 1949”, indicó más adelante[47]. Con publicidad en español e inglés y organización mediante llamados a la ciudadanía y el servicio militar, el Foro de Veteranos Americanos llegó a ser uno de los grupos de derechos civiles más importantes de los EE.UU. en la postguerra. Este colectivo se encargó de financiar el caso Hernandez vs Texas (1954) sobre representación racial en los jurados de Texas, y abrió las puertas al empleo en instituciones militares y federales para los latinos. Como primer mexicano-americano nombrado para la Comisión de Derechos Civiles de los EE.UU., así como para muchos otros puestos diplomáticos, Hector Pérez García sostuvo que su continuo servicio público “casi llevó a la bancarrota” a su oficina médica en el 3024 de la Avenida Morgan en Corpus Christi, y muy posiblemente así hubiera sido si no fuese por la ayuda de sus hermanos el doctor Xicotencatl García y la doctora Cleotilde García[48].
La historia del doctor Jorge Prieto, un contemporáneo de Héctor García, conecta con los roles que los emigrantes desempeñaron en la transformación del Medio Oeste industrial. Llegado como refugiado político desde México en la década de los 1920, Prieto creció con el deseo de practicar la medicina entre los trabajadores agrícolas. Recibió su título médico en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero completó su residencia en los EE.UU. Durante su práctica, los hospitales privados seguían a sus clientes blancos a los suburbios, lo cual convertía los hospitales universitarios y los municipales en la principal opción para la asistencia sanitaria en el contexto urbano. Al reconocer que los residentes afroamericanos de Chicago se dirigían al Hospital del Condado de Cook, “un ruinoso y evidentemente obsoleto edificio con un mosaico de equipamientos y pabellones”, mientras que los residentes más pudientes disfrutaban de una distinta experiencia “al otro lado de la calle … [en] dos hospitales modernos y bien equipados”, Prieto se sintió cada vez más preocupado sobre ese tipo de “racismo institucionalizado” y se unió al Consejo Interracial Católico. Comenzó a trabajar en vecindarios puertorriqueños y mexicanos, y gradualmente desarrolló una red de clínicas públicas de atención familiar en todos los barrios obreros de Chicago. En 1985, el alcalde Harold Washington nombró a Prieto presidente de la Junta de Salud de Chicago[49].
Junto a César Chávez y otros colegas del Sindicato Nacional de Trabajadores Agrícolas, Prieto manifestó sus inquietudes durante los años 60 y 70 acerca de los efectos de la tecnología en los trabajadores del campo estadounidense. Escandalizado por cómo los grandes hacendados “controlaban la sede de la Universidad de California en Davis, de la que dependía la mayor parte de la investigación sobre agricultura en todo el estado”, Prieto subrayó que los investigadores habían creado “máquinas… para sustituir a trabajadores recogedores de tomates” que empleaban productos químicos “que endurecían los tomates –y otros cultivos– para poder agarrarlos con pinzas de acero, en lugar de manos humanas”[50]. Para Jorge Prieto, César Chávez y muchos otros estadounidenses, la biotecnología agrícola simbolizaba una profana alianza entre los científicos de la postguerra y las grandes empresas. El Boicot de la Uva representó un primer desafío a esa relación, y contribuyó más adelante a unir los movimientos ecologistas y sindicalistas en los EE.UU. Los científicos latinos también contribuyeron de manera visible a la investigación sobre el medio ambiente. Por ejemplo, el geofísico Mario Molina exploró los efectos ambientales de los clorofluorocarbonos (CFC). En concreto, su grupo de investigación empleó satélites en órbita (creados durante la Guerra Fría) para medir los efectos de los CFC en la capa de ozono, lo que le valió un Premio Nobel en Química en 1995[51].
Los latinos también fueron sujetos de investigación en la transformación científica de la fertilidad y la planificación familiar. En 1956, investigadores médicos de ideología progresista interesados en los efectos del cortisol y la progesterona en la ovulación quisieron examinar esos productos mediante pruebas clínicas oficiales en Puerto Rico, donde empresas y funcionarios gubernamentales de los EE.UU. habían incitado durante mucho tiempo la esterilización femenina por medio de un procedimiento comúnmente conocido como “La Operación”[52]. Muchas de las mujeres puertorriqueñas que participaron en esas pruebas clínicas tuvieron que ser hospitalizadas con náuseas, hemorragias, dolores de cabeza y deshidrataciones. Aunque “La Píldora” ha llegado a simbolizar una revolucionaria promesa de la aplicación científica a temas sociales, las mujeres estadounidenses en aquellos años se sintieron cada vez más recelosas sobre la peligrosa manera en que se quiso ignorar esos efectos secundarios[53]. Las consiguientes audiencias en el Congreso sobre este tema sirvieron para impulsar el movimiento por la salud femenina en un lugar visible de la conciencia nacional aunque, por otro lado, las experiencias sufridas por las mujeres de Puerto Rico quedaron ignoradas en la mayoría de comunidades estadounidenses[54].
A lo largo de la Guerra Fría, la movilización latina por el derecho a una atención sanitaria básica entró en conflicto con otras causas médicas cuyo objetivo residía en regular la sexualidad y la maternidad. Así, la promulgación de la Ley de Derechos Civiles en 1964 y de Seguridad Social en 1965 dio acceso a empleos en hospitales y atención sanitaria para todos los ciudadanos, pero también supuso que doctores sin mucho conocimiento sobre las culturas latinas entrasen en un íntimo contacto médico con miembros de esas culturas. Como ya había ocurrido con la Ley Sheppard-Towner, hospitales en todas partes de los EE.UU. recibieron fondos federales para apoyar los servicios de salud reproductiva. El Dr. Quilligan, del Hospital General del Condado de Los Ángeles, que creía que “las mujeres de minorías con bajos recursos estaban teniendo demasiados niños”, empleó algunos de esos fondos para sufragar las esterilizaciones de mujeres inmigrantes mexicanas durante los partos[55]. Diez mujeres que sufrieron ese tratamiento y una coalición de activistas chicanas que también experimentaron esterilizaciones forzadas pusieron una demanda en contra del hospital. Si bien las querellantes perdieron el caso Madrigal vs. Quilligan en mayo de 1978, la presión pública generada por el juicio forzó al Hospital General del Condado a ceñirse a las pautas federales para la esterilización, establecer una moratoria para la esterilización de menores, traducir formularios a español y otras lenguas, y explicar una y otra vez que el bienestar no estaba ligado a la esterilización[56].
La lucha por un acceso respetuoso a los servicios médicos estadounidenses se convirtió en un frente de actuación para la política latina en los años 70, y ayudó además a extender los límites médicos para la ciudadanía. Dos casos específicos en Arizona pueden ayudar a entender el proceso. En la causa Memorial Hospital vs. Maricopa County, el Hospital Memorial ubicado en Phoenix, Arizona, se negó en 1971 a admitir a Henry Evaro, un soldador que estaba de paso, para ser tratado por asma. En cambio, ese centro pidió al Hospital del Condado de Maricopa que lo admitiese como paciente. El hospital del condado rechazó esa petición y el Memorial puso una demanda al hospital de Maricopa. El Tribunal Supremo de los EE.UU. estuvo de acuerdo, porque los requisitos de residencia para recibir cuidado médico “afectaban el derecho a viajar entre estados al denegar necesidades vitales básicas a los recién llegados”. En el segundo caso, la sala de emergencia del Hospital Phelps Dodge Copper Queen no quiso tratar a niños víctimas de quemaduras, y los redirigió al hospital del condado en Douglas, unas 18 millas más lejos. En el caso Guerrero vs. Copper Queen (1974), el Tribunal Supremo del estado mostró su acuerdo en que los “extranjeros no residentes” no podían quedar exentos de la obligación de un hospital a facilitar atención médica en casos de emergencia[57].
El acceso digno a asistencia sanitaria afectó también a los doctores, y se convirtió en un punto clave en la democratización del cuidado médico en los años 70. La Dra. Helen Rodríguez-Trías, una de las personas fundadoras de la Asamblea de Mujeres y de la Asamblea Hispánica en la Asociación Estadounidense de Salud Pública, recordaba la primera reunión de ese grupo de mujeres en 1971 cuando “una mujer tras otra compartían historias trágicas de abusos: abortos clandestinos, tratamientos médicos denegados por falta de dinero, escaso reconocimiento por su trabajo como profesionales, acoso sexual”[58]. Nacida en Nueva York y criada en esta ciudad y en Puerto Rico, la Dra. Rodríguez-Trías se involucró en temas de libertad de expresión y en el movimiento independentista, a la vez que criaba a sus tres hijos y completaba sus estudios de medicina. Ella se graduó en 1960 con los más altos honores de la Universidad de Puerto Rico, y entonces estableció el primer centro de la isla para niños recién nacidos. Su experiencia médica e compromiso político le resultaron útiles cuando, en 1970, miembros de la organización Young Lords invadieron el Hospital Lincoln (South Bronx, NY), mientras ella ocupaba el cargo de directora de pediatría.
Para la Dra. Rodríguez-Trías y los Young Lords, tanto salud como enfermedad formaban una parte esencial de la comprensión sobre las comunidades urbanas latinas. Los Young Lords sostenían que la estructura sanitaria acarreaba efectos negativos entre los residentes de la ciudad, que “las balas y las bombas no son el único medio con que se puede matar a la gente. Los malos hospitales matan a nuestra gente”. En concreto, Gloria González consideraba que los hospitales universitarios como Lincoln eran “muy degradantes”. Ella recordaba que “yo estaba pariendo a mi bebé, y mientras yo hubiera pensado que estaría sólo con un doctor y quizá una enfermera, me sorprendió encontrarme con unas veinte personas mirándome”[59]. Los Young Lords pusieron especial énfasis en cambiar esas relaciones de poder en los hospitales. Cuando el cambio de dirección en el Hospital Lincoln posibilitó exámenes médicos gratis para todos los interesados, algunos doctores cooperaron con entusiasmo con la esperanza de convertirlo en una institución dedicada a las comunidades cercanas. Para Rodríguez-Trías, esta acción confirmó la “necesidad de negociar o confrontar el sistema de atención sanitaria para poder obtener el mejor cuidado posible”[60]. Asimismo, la acción abrió las puertas a más doctores basados en la comunidad. Más adelante, la Dra. Rodríguez-Trías pasó a dirigir el Departamento de Salud Pública de la ciudad de Nueva York, desde donde contribuyó a atraer atención nacional hacia la desolación causada por el VIH y el SIDA (HIV y AIDS, por sus siglas en inglés) entre madres y bebés del espacio urbano. En 1993, la Asociación Estadounidense de Salud Pública la eligió como su primera presidenta latina.
Las fechas de aparición del SIDA en ciudades por toda Norteamérica coincidieron con el tiempo de la revolución sexual, los movimientos de justicia social de los años 70 y la progresiva latinización de la clase obrera estadounidense. Los latinos con SIDA construyeron respuestas políticas a partir de los argumentos disponibles de esos movimientos. En San Francisco, la gente comenzó a usar la celebración del Día de los Muertos en 1984 para llorar por los seres amados y romper el silencio nacional sobre los latinos y el SIDA[61]. El homosexual tejano Paul Castro dejó Houston por una vida más abierta en San Francisco. Cuando la estación K-GO TV de la cadena ABC se negó a que hubiese cualquier tipo de contacto físico entre su material técnico y Paul Castro durante una conferencia de prensa, él puso una demanda y la ganó. Castro resumió toda esa situación claramente en su declaración de apertura: “Soy una persona, no una enfermedad”[62]. En Nueva York, Iris de la Cruz, artista, miembro de la coalición ACT UP, trabajadora sexual y paramédica, siguió el ejemplo de las campañas actividades puertorriqueñas de los 70 y recordaba sin rodeos a los activistas sanitarios que “su doctor no aceptaba cupones para alimentos”[63]. Y así también recordaba su transformación gracias a la labor organizadora que realizó con sus colegas en las campañas de salud, “las prostitutas necesitaban amor, apoyo y grupos de encuentro. Yo aprendí a aceptar y dar amor. Yo también aprendí por qué tantos de mis amigos se estaban muriendo”[64]. Iris de la Cruz y ACT UP contribuyeron a obligar al Instituto Nacional de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) a confrontar las muchas maneras en que los diagnósticos sobre SIDA y los servicios sanitarios relacionados no poseían ningún tipo de conocimiento sobre las experiencias médicas y sociales de las mujeres con VIH. Tal como declaraba el póster, “Las mujeres no contraen el SIDA, ellas simplemente mueren de SIDA”. En San Francisco, Pedro Zamora transportó su perspectiva joven, homosexual y cubana al programa The Real World, de la cadena MTV, y con todo ello también introdujo el impacto del SIDA, la homofobia y el racismo semanalmente en las salas de estar de todo el país[65]. La muerte en público de Zamora, junto con la función desempeñada por Castro y De la Cruz en los inicios de la movilización contra el SIDA, marcaron la presencia latina en las fases más tempranas de esa epidemia.
La aparición de los cócteles de azidotimidina (AZT, por sus siglas en inglés), cambió la política latina en torno al SIDA, que se interesó mucho más por la cuestión del acceso puntual al tratamiento médico. Los latinos respondieron creando comunidades que reclamaban un acceso digno. Así, homosexuales inmigrantes latinos fundaron organizaciones como la Asociación de Hombres Latinos en Acción (ALMA, por sus siglas en inglés) en Chicago o el Proyecto Vida en San Francisco que fomentaban compañerismo, en parte debido a un sentimiento de exclusión de otras organizaciones latinas u homosexuales más dominantes, pero principalmente por un sentido de esperanza, solidaridad y experiencia compartida. En su libro Compañeros: Latino Activists in the Face of AIDS, Jesus Ramirez-Valles toma nota de lo que le explica Gregorio, un compañero activista: “En ellos hallé el deseo de vivir y de hacer algo por la comunidad”[66]. Organizaciones de artes como el Teatro Pregones en Nueva York organizaron espectáculos para referirse a la homofobia y la indiferencia en comunidades latinas y estadounidenses[67]. Otros trabajadores culturales intentaron hacer que sus historias sobre el SIDA se volvieran relevantes para otras personas de su comunidad. Por ejemplo, Gustavo Cravioto y Mario Callitzin, cineastas de San Francisco, rodaron la película Del otro lado sobre una pareja de homosexuales en la ciudad de México que cruza de manera ilegal –y a la postre trágica– la frontera para ganar acceso a AZT, con el objetivo de conseguir que las historias sobre lesbianas, gays, bisexuales y transexuales (LGBT, por sus siglas en inglés) resonaran con otras experiencias de emigración más visibles[68].
Las décadas de los 80 y 90 del siglo XX también observaron una reacción agresiva en contra de los latinos centrada, en parte, en los hospitales y el cuidado médico. La Propuesta 187 dedicó toda una sección a “la exclusión de extranjeros ilegales de servicios de asistencia sanitaria operados con fondos públicos”. Estas políticas no pudieron detener el movimiento de los latinos desde las puertas de los hospitales hasta posiciones clave en instituciones médicas y científicas. El presidente George H. W. Bush nombró a la cirujana infantil y especialista en addiciones Dra. Antonia Novello como Cirujana General de los EE.UU. en 1990, y con ello la primera latina y representante de una minoría racial en ocupar ese puesto. En referencia a anteriores reformistas médicos, ella recordó inequívocamente a todos los estadounidenses que “los virus y las bacterias no necesitan tarjetas de residencia”[69]. Más importante aún, los latinos habían comenzado a establecerse como profesionales en los campos de las ciencias, la ingeniería y la medicina. En 2004, los latinos obtuvieron 2,95% de los doctorados concedidos en la nación en áreas ligadas a la ciencia y la ingeniería, y ese número incrementó ligeramente hasta 3,29% hacia 2008. La Asociación Nacional Médica Hispana (NHMA, por sus siglas en inglés) ha estimado que los latinos comprenden entre dos y cinco por ciento de los empleados en el sector sanitario. En 2007, la Asociación Estadounidense de Facultades de Medicina calculó que 6,4% de los graduados de estos centros era latinos[70]. Estos números se mantienen demasiado bajos, pero al mismo tiempo recalcan el importante trabajo que esa limitada cantidad de doctores, enfermeros, ingenieros, científicos y otros profesionales latinos han desempeñado como investigadores, proveedores de salud y líderes comunitarios a lo largo del siglo pasado.
La presencia de Felicitas Provencio en el registro histórico estadounidense emerge desde su estatus como delincuente, no como una matrona, en El Paso. Su arresto evidencia de manera dramática cómo las fronteras sanitarias en torno a la ciencia y la medicina de los EE.UU. pueden variar de repente, y con ello convertir a los latinos en extraños dentro de este país, del mismo modo que los incidentes estadounidenses en el extranjero ayudaron a transformar a un activista cubano en un doctor con pasaporte de los EE.UU. Este ensayo ha reflexionado sobre la presencia de los profesionales latinos en la ciencia de este país, el incremento de unos límites crudamente marcados alrededor de la ciudadanía estadounidense durante la Era Progresiva, el movimiento de los latinos a lo largo de las fronteras de la ciencia estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial y nuestros volátiles procesos contemporáneos de inclusión y exclusión de los latinos en los mundos de la ciencia y la medicina. El ensayo ha empleado algunas historias individuales para subrayar el perfil de las inestables barreras médicas estadounidenses y de los latinos que las han atravesado. En los últimos años, las mujeres se han convertido en una parte más visible de estos cruces fronterizos a medida que más latinas han participado en las ciencias y la medicina como doctoras, pacientes, enfermeras y sujetos de investigación, y han observado con mayor atención los antecedentes sexuales y de género de las personas que se mueven entre uno y otro límite de la medicina estadounidense. A través de la larga trayectoria de los EE.UU., la raza, el género, el imperialismo y la ciudadanía han definido los contornos de la mayoría de instituciones nacionales. Se necesita hacer mucho más todavía para comprender y documentar la manera en que las latinas y los latinos se han abierto camino en los mundos de la ciencia y la medicina. Sin embargo, desde la participación de Platón Vallejo en la Comisión Sanitaria hasta la toma de un hospital estadounidense por parte de los Young Lords, resulta obvio que estas comunidades han participado de modo crucial en las corrientes populares de la ciencia y medicina de los EE.UU.
Los puntos de vista y conclusiones incluidas en este documento pertenecen a los autores, y no se deberían interpretar como representación de las opiniones o políticas del Gobierno de Estados Unidos. Ninguna mención de marcas o productos comerciales constituye su aprobación por parte del Gobierno de Estados Unidos.
[1] “Mexicana Centenaria Presa En El Paso Por Ejercer De Partera Sin Licencia”. La Prensa, 08/31/1935.
[2] Molly Ladd‐Taylor. “'Grannies' and 'Spinsters': Midwife Education under the Shepperd Towner Act”. Journal of Social History 22, no. 2 (1988): 255‐74. Raymond Balderrama, Decade of Betrayal: Mexican Repatriation in the 30s, (Albuquerque: University of New Mexico Press, 2006).
[3] Sobre los encuentros entre activistas latinos en prisión y la ciencia estadounidense de la Guerra Fría, véase Adam Saytanides, “Reies Lopez Tijerina,” Latino USA, emisión 01/06/2012, (http://www.latinousa.org/oldsite/2012/01/06/reies‐lopez‐tijerina/, acceso 6/19/2012) y Susan Lederer, “’Porto Ricochet’: joking about germs, cancer and race extermination in the 1930s”. New Literary History, 14:4 (Invierno 2002), 720‐746.
[4] George I. Sanchez, Forgotten People: a History of New Mexicans (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1996).
[5] Alan Kraut, Silent Travelers: Germs, Genes and the Immigrant Menace (NY: Basic Books, 1994).
[6] Natalia Molina, Fit to be Citizens?: Public Health and Race in Los Angeles, 1879-1939 (Berkeley: University of California Press, 2007).
[7] Para una afirmación más amplia, véase Vicki Ruiz, “Nuestra América: Latino History is American History”, Journal of American History 93:3 (Diciembre 2006), 655‐672.
[8] John Hunter Pope, “The Condition of the Mexican Population of Western Texas in Its Relation to Public Health”. En Public Health Papers and Reports, Volume 6, editado por la Asociación Estadounidense de Salud Pública, 158‐64. (Boston: Franklin Press, Rand and Avery, 1881).
[9] Cyrus Edson, “The microbe as social leveler”, The North American Review, Vol. 161, No. 467 (Oct., 1895), pp. 421‐426.
[10] Vanessa Northington Gamble, Making a Place for Ourselves: The Black Hospital Movement, 1920-1945 (NY: Oxford University Press, 1995), 7.
[11] Justo Cardenas, “Medios Higiénicos De Prevenir La Viruela Y Su Propagación”. El Correo de Laredo, 08/18/1891, 1.
[12] Sobre la importancia de Don Pedrito Jaramillo, véase Jose Limon, Dancing with the Devil: Society and Cultural Poetics in Mexican American South Texas (Madison: University of Wisconsin Press, 1994) 196, yRuth Dodson, Don Pedrito Jaramillo, Curandero (San Antonio: Casa Editorial Lozano, 1934), 14, 18, 52, 58, 114, 110. Sobre Teresa Urrea, véase David Dorado Romo, Ringside Seat to a Revolution: an Underground Cultural history of El Paso and Ciudad Juarez, 1893-1923 (El Paso: Cinco Puntos Press, 2005), 21‐9 y 40‐41. Para una bien documentada ficción histórica, véase Luis Alberto Urrea, Hummingbird’s Daughter (NY: Back Bay Books, 2006) y Queen of America (NY: Little, Brown and Company, 2011). Sobre presencia indígena en partos caseros en hogares mexico-americanos, véase Leonor Villegas de Magnon, The Rebel (Houston: Arte Public Press, 1994), y Andrew Knaut, “Acculturation and miscegenation: the changing face of the Spanish presence in New Mexico”, David Weber y Edward Countryman, ed., What Caused the Pueblo Revolt of 1680 (NY: Bedford St.Martins, 1999), 121‐5. Sobre parteras y curanderas, véase Bobette Perrone, H. Henrietta Stockel, y Victoria Krueger, Medicine Women, Curanderas, and Women Doctors (Norman: University of Oklahoma Press, 1989), 85‐119.
[13] Sobre Platon Vallejo, véase David Hayes‐Bautista, El Cinco de Mayo: an American Tradition (Berkeley: University of California Press, 2012), 14. Sobre Jose Samaniego, véase American Medical Association, American Medical Directory 1921 (Chicago: American Medical Association, 1921), 217.
[14] “Juan Guiteras”, American Journal of Public Health, 16:2 (Febrero 1926), 159‐60. “Floridian Has Adventurous Career in Health: Dr. Gegorio Guiteras, Soon to Retire, Knows Life of Achievement”. Miami Daily News, 04/27/1927.
[15] Pilar Barbosa, Jose Celso Barbosa, Un Hombre del Pueblo (San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1965), 19‐51. Shannon Wait, “’A Cosmopolitan Tradition’: International Students at the University of Michigan since 1847”, Bentley Historical Library Exhibitions, Otoño 2008, (http://bentley.umich.edu/exhibits/cosmo/barbosa.php, acceso 07/10/2012). Véase también Laura Briggs, Reproducing Empire: Race, Sex, Science and U.S. Imperialism in Puerto Rico (Berkeley: University of California Press, 2002), 71, 91; Miriam Jimenez Roman, “Un hombre negro del pueblo: Jose Celso Barbosa and the Puerto Rican ‘race’ for whiteness”, Centro 8:1‐2 (1996), 23‐25; Eileen Suarez‐Finlay, Imposing Decency: Race and Gender in Colonial Puerto Rico, 1880-1920, (Durham: Duke University Press, 1999), 102, 142, 266‐7.
[16] Roberts, Kenneth, editor. The Rio Grande Herald (Rio Grande City, Tex.), Vol. 40.
[17] American Medical Association, American Medical Directory, 1906 (Chicago: American Medical Association, 1906), 78, 625. David Dorado Romo, Ringside Seat to the Revolution: an Underground Cultural History of Ciudad Juarez and El Pass (El Paso: Cinco Puntos Press, 2001), 21‐32.
[18] Mariola Espinosa, Epidemic Invasions: Yellow Fever and the Limits of Cuban Independence (Chicago: University of Chicago Press, 2010), esp. 97‐118.
[19] American Medical Association, American Medical Directory,1921 (Chicago: American Medical Association, 1921), 17.
[20] Richard Saavedra es el único doctor de la USPHS con apellido español incluido en el directorio médico de la AMA. Él se graduó de la escuela de medicina en 1947. El directorio de AMA de 1963 presenta 22 apellidos en español diferentes, pero la primera fecha es 1947. Resulta evidente que la USPHS era menos representativa racialmente que los cuerpos médicos del ejército estadounidense. American Medical Association, American Medical Directory 1950, (Chicago: American Medical Association, 1950), 284. American Medical Association, American Medical Directory 1963, (Chicago: American Medical Association, 1963), 74‐90. Sobre la importancia de los enfermeros y doctores para la desegregación del ejército, véase Darlene Clark Hine, “Black professionals and race‐consciousness: the origins of the civil rights movement, 1890‐1950”, Journal of American History, 89:4 (2003): 1279‐94.
[21] Ashford, Bailey Kelly. A Soldier in Science: The Autobiography of Bailey Kelly Ashford (San Juan, PR: Editorial Universidad de Puerto Rico, 1998), 49‐55.
[22] John Etting, Germ of Laziness: Rockefeller Philanthropy and public health in the New South (Cambridge: Harvard University Press, 1981), 103, 122‐126, 153.
[23] Véase American Medical Association, American Medical Directory 1906, (Chicago: American Medical Association, 1906) y American Medical Association, American Medical Directory 1906, (Chicago: American Medical Association, 1921).
[24] Sobre el efecto en los doctores afroamericanos, véase Vanessa Northington Gamble, Making a Place for Ourselves 35‐69. Para una estimación sobre doctores asiático-americanos, véase Judy Tzu‐Chun Wu, Doctor Mom Chung of the Fair haired Bastards: the Life of a Wartime Celebrity (Berkeley: University of California Press, 2006), 86‐102.
[25] Myron Guttman et al, “intra‐ethnic diversity in Hispanic infant mortality, 1890‐1910”, Demography 37: 467‐475. Michael Haines, “Ethnic differences in demographic behavior: have there been convergence”, Historical Methods, 40:3 (Verano 2007), 154. John Mckiernan‐González, Fevered Measures: Public Health and Race, 1848-1942 (Durham: Duke University Press, 2012), 267.
[26] Kaye Lynn Briegel, Alianza Hispanoamericana, 1894-1965: a Mexican American Fraternal Insurance Society (tesis doctoral, University of Southern California, 1974), 19, 22, 40, 43, 76‐100.
[27] Tampa Morning Tribune, “Hospital Is Closed to 14 Non‐Members of Medical Society”. Tampa Morning Tribune, 11/03/1938, 1. Véase también Durward Long, “an immigrant co‐operative medicine program in the Old South, 1887‐1963”, Journal of Southern History, v. 31, número 4 (Noviembre 1965), 417‐34. Sobre el impacto de la segregación racial en las comunidades latinas, véase Susan Greenbaum, More than black: AfroCubans in Tampa, 1900-2000 (Gainesville: University of Florida Press, 2001), Nancy Hewitt, Southern Discomfort: women’s activism in Tampa, 1890-1940 (Urbana: University of Illinois Press, 2001). Sobre los privilegios de los miembros de AMA, véase Douglas Melvin Haynes, “Policing the Social Boundaries of the American Medical Association”. Journal of the History of Medicine and Allied Sciences 60, no. 2 (2005): 170‐95.
[28] C. C. Pierce, “Cases of Typhus Fever in the City of El Paso, Enero 1–Junio 30, 1916,” File No. 2126, Typhus, Box 207, File No. 1, Record Group 90, United States Public Health Service Central Files, 1897–1923, National Atchives College Park. Véase también John Mckiernan‐Gonzalez, Fevered Measures: Public Health and Race at the Texas Mexico Border, 1848-1942, (Durham: Duke University Press, 2012), 160‐180.
[29] El Paso Morning Times. “Order to Bathe Starts near Riot among Juarez Women. Auburn Haired Amazon at Santa Fe Street Bridge Leads Feminine Outbreak”. El Paso Morning Times, 1917.0129, 1. David Dorado Romo, Ringside Seat to a Revolution: An Underground Cultural History of Ciudad Juarez and El Paso (El Paso, TX: Cinco Puntos Press, 2005), 228‐233. Alexandra Minna Stern. “Buildings, Boundaries, and Blood: Medicalization and Nation‐Building on the U.S.‐Mexico Border, 1910‐1930”. The Hispanic American Historical Review 79:1 (1999): 41‐81.
[30] Molly Ladd‐Taylor, MotherWork: Women, Children and the state, 1890-1930 (Urbana: University of Illinois Press, 1994). Robyn Muncy, Creating a Female Dominion in American Reform (NY: Oxford University Press, 1994).
[31] Molina, Fit, 99‐108.
[32] Molly Ladd‐Taylor, “'Grannies' and 'Spinsters': Midwife Education under the Shepperd Towner Act”. Journal of Social History 22, no. 2 (1988): 255‐74.
[33] Frances E. Kobrin, “The American midwife controversy: a crisis of professionalization”, Bulletin of the History of Medicine, 40: 4 (Julio/Agosto 1966), 350‐63.
[34] Briggs, Reproducing Empire,91‐92.
[35] Balderrama, Decade of Betrayal: Mexican Repatriation in the 30s, 75.
[36] Los funcionarios de aduanas y de la USPHS en Cayo Hueso y Tampa usaron un diagnóstico de TB Para impedir que el padre de Jose Yglesias volviese a su hogar en Tampa. Conversación con Maura Barrios, mayo de 2005.
[37] Myron Gutmann, M. Haines, W.P. Frisbie, y K.S. Blanchard. 2000. “Intra‐Ethnic Diversity in Hispanic Child Mortality, 1890‐1910”. Demography, 37: 475. Parker Frisbie y Douglas Forbes, “Spanish Surname and Anglo Infant Mortality: Differentials Over a Half‐Century”. Demography 28, no. 4 (1991): 644.
[38] Salvador Franco Urias,”A que precio este terrible insulto a 60,000 paseños”, El Continental, El Paso, 10/17/1936.
[39] La Union Latina, “Memorial al Presidente Roosevelt”, Los Angeles, La Prensa, 10/31/1936, 2.
[40] “mortalidad”, El Continental, El Paso, TX, 06/20/1935, 2.
[41] Zaragosa Vargas, Labor Rights are Civil Rights: Mexican Workers in 20th Century America (Princeton: Princeton University Press, 2007), 114.
[42] Molina, Fit to be Citizens, 76‐79, 88‐93.
[43] Lorrin Thomas, Puerto Rican Citizen: History and Political Identity in 20th Century New York (Chicago: University of Chicago Press, 2010), 107.
[44] Michael Biberman, Salt of the Earth shooting script (Independent Production Company / International Mine Mill and Smelter Workers, 1954), 17. Alexander Street Press Editions, http://solomon.afso.alexanderstreet.com.ezproxy.lib.utexas.edu/cgibin/philologic/contextualize.pl?p.10.afso.40840, acceso 6/28/2012.
[45] Miguel Angel Quevedo Baez, La Historia de la Asociacion Medica de Puerto Rico (San Juan: Asociacion Medica de Puerto Rico, 1946).
[46] Patrick Carroll, Felix Longoria’s Wake: Bereavement, Racism, and the Rise of the Mexican American (Austin: University of Texas Press, 2003), 98.
[47] Ibid, 101.
[48] Michelle Hall Kells, Hector P. Garcia: Everyday Rhetoric and Mexican American Civil Rights (Carbondale: Southern Illinois University Press, 2006), 68.
[49] Jorge Prieto, Harvest of Hope: the Pilgrimage of a MexicanAmerican Physician (Notre Dame: Notre Dame University Press, 1989) 55, 64, 72, 113‐28, 156.
[50] Ibid, 96.
[51] James W. Elkins, “chlorofluorocarbons”, earth system research laboratory, global monitoring division (NOAA.GOV, 2010), http://www.esrl.noaa.gov/gmd/hats/publictn/elkins/cfcs.html, acceso 4/9/2012.
[52] Laura Briggs, “Discourses of ‘forced sterilization’ in Puerto Rico: the problem of the speaking subaltern”, Differences: a Journal of Feminist Cultural Studies, 10:2 (Febrero, 1998), 29‐34.
[53] Elizabeth Siegel Watkins, On the Pill: A Social History of Oral Contraceptives, 1950-1970 (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1998), 29‐48. Annette Ramirez Arellano and Conrad Seipp, Colonialism, Catholicism, and Contraception: Birth Control in Puerto Rico (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 1983), 105‐22.
[54] Elaine Tyler May, American Women and the Pill: a story of promise, peril and liberation (NY: Basic books, 2012).
[55] Elena Gutierrez, Fertile Matters: the Politics of Mexican Origin Women’s Reproduction (Austin: University of Texas Press, 2008).
[56] Gutierrez, Fertile Matters, 106‐110. Transcripción del juicio, 795, Madrigal v. Quilligan (C.D. Cal., 7 Junio 1978) (No. CV‐75‐2057‐EC).
[57] Para una discusión más detallada, véase Beatrix Hoffman, “Sympathy and Exclusion: Access to Health Care for Undocumented Immigrants in the United States” (237‐253). En A Death Retold: Jessica Santillan, the Bungled Transplant and the Paradoxes of Medical Citizenship, editado por Keith Wailoo, Julie Livingston, y Peter Guarnaccia, p. 241 (Chapel Hill: UNC Press, 2006).
[58] Joyce Wilcox, “The face of women’s health: Dr. Helen Rodriguez‐Trías”, American Journal of Public Health, 92:6 (Junio 2002), 895., http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1447119/, acceso 6/21/2012.
[59] Gloria Gonzalez Lopez, Palante: Voices and Photographs of the Young Lords Party (Chicago: Haymarket Books, 2011), 63.
[60] JWilcox, “The face of women’s health”, American Journal of Public Health, 92:6 (Junio 2002), 895., http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1447119/, acceso 6/21/2012.
[61] Cary Cordova, “Chapter Six: the Politics of Día de los Muertos: Mourning, Art and Activism”, The Heart of the Mission: Latino Art and Identity in San Francisco (tesis doctoral, University of Texas at Austin, 2005), 325‐374.
[62] See Horacio Roque Ramirez, “Gay Latinos/dying to be remembered: Obituaries, public memory and the queer Latino archive”, Beyond el Barrio: Everyday life in Latino/a America, ed. Frank Guridy. Et al. (Nueva York: New York University Press, 2010), 120.
[63] Jennifer Brier, Infectious Ideas: U.S. Political Responses to AIDS (Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2009), 172.
[64] Iris de la Cruz, “Sex, drugs, rock and roll, and AIDS”, Women, AIDS and Activism (Boston: South End Press, 1999), 131‐2.
[65] Jon O’Neill “Educador lanza cruzada contra el SIDA”, El Nuevo Herald, 03/04/1993, 1A. Bruce Steele, “Pedro Zamora: June 1994: MTV’s the Real World introduces Pedro Zamora, a young gay man with AIDS and a boyfriend”, The Advocate, 876 (Noviembre 12, 2002), 80. Mireya Navarro, “Life of 22 years ends, but not before many heard message on AIDS: reaching out to young people as a speaker and in the Real World”, New York Times, 11/12/1994, 8.
[66] Jesus Ramirez‐Valles, Compañeros: Latino Activists in the Face of AIDS (Urbana: University of Illinois Press, 2011), 107.
[67] Jorge Merced, “Teatro y SIDA”, Ollantay Theater Magazine, 2:2 (Verano/Otoño 1994), 20‐26. Lawrence La Fountain‐Stokes, “Trans/Bolero/Drag/Migration: Music, cultural translation and Diasporic Puerto Rican Theatricalities”, WSQ: Women's Studies Quarterly, 36: 3‐4 (Otoño 2008), 190‐209. Para un ejemplo de una exposición en San Francisco, véase Nao Bustamante, “El corazón me dió un salto: a Queer Raza Exhibition”, Galeria de la Raza, Junio 29‐Julio 29, 1995.
[68] Horacio Roque Ramirez, “Claiming queer cultural citizenship: Latino (im)migrant Acts”, ed. Eithne Luibheid y Lionel Cantu, Queer Migrations: Sexuality, Citizenship, and Border Crossings (Minnesota: University of Minnesota Press, 2005), 178‐181.
[69] John Schwartz, “Surgeon General offers plan to address Hispanic’s health”, Washington Post (Abril 24, 1993), A2.
[70] Mark Figener, “Numbers of US Doctorates Rise in Number, but Grow Slower”. En Infobrief: science resources statistics, editado por National Science Foundation. (Washington, DC: National Science Foundation, 2009). Elena Rios. “National Hispanic Medical Association”. NHMA, http://www.nhmamd.org/aboutnhma/history., 04/12/2012.